Sábado, 22 de agosto de 2009 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO
Por Alfredo Zaiat
La economía argentina ha tenido una intensa experiencia en materia de inflación en los últimos sesenta años, abarcando todas las categorías posibles. En la actual fase se ha sumado otro elemento de análisis a los motores explicativos de los aumentos de precios, que se vincula con la pérdida de legitimidad social del índice elaborado por el Indec. Este último tema se ha transformado en un factor de disputa política y tiene escasa influencia para comprender qué sucede con los precios. En cambio, se trata de un aspecto relevante para abordar el proceso de erosión del capital político del Gobierno, puesto que el alza de ciertos precios y la percepción de que se está en presencia de un ciclo generalizado de aumentos resultan un potente elemento de desgaste. Pero en términos económicos, el interrogante fundamental remite a saber las causas que precipitaron el actual período de precios en ascenso. Frente a esta cuestión, las explicaciones ortodoxas, que han sido aceptadas por el sentido común, se derrumban una tras otra. Varios de los integrantes de esa corriente igual mantienen argumentos que tropiezan regularmente con la realidad, pero tienen a favor la pérdida de credibilidad del Indec para seguir con su prédica inconsistente. Desde mediados de 2006, cuando comenzó un escenario de mayor tensión en los precios, esa secta de economistas ha expuesto sus variados y tradicionales discursos sobre ese fenómeno económico, que merecen sus correspondientes precisiones para ampliar el debate que hoy esta dominado por la situación del Indec y así permitir una mejor comprensión de la situación:
1. Las cuentas fiscales. Desde 2003 no se registra déficit fiscal que tenga que ser cubierto con emisión (“monetizado”), con lo que desaparece el principal argumento de la ortodoxia. Las cuentas del Tesoro han registrado un persistente superávit fiscal, que la teoría indica como factor contractivo y, por lo tanto, no es un motor inflacionario.
2. La expansión monetaria. Esa misma línea ortodoxa sostiene que el aumento desmedido de la cantidad de dinero en circulación habría provocado deslizamiento en los precios. La masa de circulante efectivamente subió, pero acompañando el crecimiento de la economía y como parte de la fuerte recomposición de las tenencias líquidas luego de la crisis previa a la devaluación. Pero, desde marzo del año pasado, la venta de reservas para enfrentar corridas cambiarias y la menor predisposición del público a mantener saldos líquidos en cartera, implicó una política monetaria contractiva parcialmente compensada por el Banco Central. Este comportamiento monetario relativiza la posibilidad de esgrimir esa causa como disparador del alza de precios.
3. La baja tasa de interés. Otro argumento ortodoxo refiere a la presencia de una tasa de interés demasiado baja en términos reales que terminó fomentando excesivamente el consumo y la inversión vía crédito. La evidencia empírica muestra que las tasas son menores en comparación con las vigentes en el último tramo de los ’90, pero no han dado lugar a un boom del crédito. Más bien, la queja del sector productivo es por las tasas elevadas, reclamo también expresado por consumidores.
Estas tres variables exponen que el alza de precios no tiene un origen monetario, base de la interpretación ortodoxa de la inflación.
4. La presión ejercida por la demanda. En esta línea de análisis se inscriben algunos economistas heterodoxos que explican la inflación como el resultado de la tracción que ejerce un incremento de la demanda sobre los precios. Los componentes de la demanda son cuatro: el consumo, la inversión, las exportaciones y el gasto del gobierno. En esa evaluación, la responsabilidad recae en el Tesoro, por gastar demasiado, o en el Banco Central, por mantener la tasa de interés demasiado baja y crear o tolerar un nivel de reservas demasiado grande, que permite a los bancos expandir demasiado el crédito. Si éste es el origen de la inflación, la solución que proponen es enfriar la demanda, restringiendo el gasto público, elevando la tasa de interés y limitando el crecimiento de la masa monetaria. En la práctica, este diagnóstico apuntando a la demanda no es más que otro ropaje para vestir las recomendaciones ortodoxas. Además, desde mediados del año pasado la economía argentina ingresó en una fase recesiva, lo que implicó un debilitamiento de la demanda. Pero igual los precios siguieron subiendo, según sostiene el consenso de economistas. Entonces, algo de esta explicación tiene componentes descoordinados.
5. El alza de los salarios. Si no es por el lado de la demanda, entonces esos economistas buscan por el lado de la oferta, o sea por el incremento de los costos. Es lo que denominan inflación por alza de costos, apuntando en especial al salario nominal de los trabajadores. Entonces, señalan que los responsables son los sindicatos que exigen demasiado, con un gobierno que los respalda. Esto explica en gran parte la obsesión del establishment con el líder de la CGT, Hugo Moyano. Esos economistas recomiendan la moderación de los pedidos salariales para amortiguar el alza de precios. La evolución del salario en los últimos años, la heterogeneidad del mercado laboral, el aún elevado nivel de empleo informal y la tasa de desocupación y subempleo cercana a los dos dígitos neutralizan esa línea hétero-ortodoxa de explicación de la inflación por causa salarial. En realidad, los ajustes de sueldos recientes responden a una estrategia defensiva de los trabajadores en el intento por recuperar los niveles del salario real erosionados por el incremento de los precios.
6. El ajuste de precios relativos por la megadevaluación. La fuerte alteración de la paridad cambiaria luego del estallido de la convertibilidad tuvo la particularidad de que no tuvo una traslación rápida a precios, como en otras experiencias internacionales ocurridas en esos años (México, Rusia, Turquía, Indonesia). Entonces, ahora se estaría en presencia de las secuelas de un proceso natural, inevi-table y acelerado en los últimos dos años de reacomodamiento de los precios relativos.
Respecto de esto último, los economistas Axel Kicillof y Cecilia Nahón explican en el documento Las causas de la inflación en la actual etapa económica argentina: un nuevo traspié de la ortodoxia que “en un país con su estructura productiva fuertemente concentrada y un tipo de cambio real alto, los precios relativos no tienen un nivel natural de equilibrio al que llegan por sí solos y espontáneamente”. Explican que “a medida que crece la demanda, las empresas tienen mayor capacidad para apropiar excedentes vía precios, aun cuando sus costos no se incrementen en la misma proporción”. Los especialistas del Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino (Cenda) señalan que “el sector transable pretende empujar los precios al límite superior (definido por el precio internacional), consolidando las ganancias extraordinarias y apropiando para sí todos los beneficios del esquema cambiario. El sector no transable, por su parte, espera retornar al esquema de precios que le asegure la rentabilidad (en dólares) vigente durante la convertibilidad, a fuerza de renovadas ganancias extraordinarias”.
7. Recalentamiento de la demanda. La actual fase recesiva, donde también se registran alzas de precios, ya invalida ese argumento, que fue sostenido con entusiasmo por varios economistas. Pero en ese momento ese análisis también era débil. Si bien el crecimiento económico del período 2003-2008 fue elevado, la economía seguía lejos del pleno empleo. Mantenía capacidad ociosa en la mayor parte de los sectores industriales –con excepciones, como petróleo y derivados–, una tasa de desocupación cercana a los dos dígitos y no había indicios de que la recuperación económica expresara sus propios límites por agotamiento de los recursos disponibles. Además, en esos años se registró una recomposición de la tasa de inversión que amplió la oferta. Las propuestas de economistas del establishment de moderar el crecimiento en plena reactivación económica, luego de la aguda crisis, eran una receta autodestructiva.
8. La política de un tipo de cambio real competitivo. Esta estrategia tiene la virtud de que fomenta la producción doméstica, aumenta el empleo y eleva los niveles de vida de la población. Pero a medida que se recupera la demanda, los precios internos de los productos, tanto los que se venden al exterior (transables) como los servicios (no transables), encuentran espacio para subir. En mercados oligopólicas, con salarios reales relativamente estables, el aumento de los precios se traduce en una rentabilidad extraordinaria.
Descartadas las explicaciones monetaria, salarial y del tirón de demanda. Ahora bien, ¿cómo pueden caracterizarse el alza de precios que se aceleró desde 2007? Es necesario precisar la naturaleza del fenómeno: como la evidencia empírica revela, no se trata de un crecimiento general del nivel de precios, pero sí sostenido en un umbral políticamente poco tolerable debido a las experiencias traumáticas de la economía argentina. Para Kicillof y Nahón el “actual incremento de los precios responde a esa situación estructural” que emerge de un dólar caro. Explican que “el problema de la inflación no hace más que poner de manifiesto la insuficiencia de un programa económico que tenga como único eje de su intervención a la política cambiaria”. Para agregar que “el Gobierno, acertadamente, complementa este esquema con retenciones a las exportaciones y controles de precios”. Esos dos economistas concluyen que “de otro modo, la limitación a los aumentos salariales junto con la libertad para los aumentos de precios comprimirían más el poder adquisitivo del salario”.
Esto implica que bajar retenciones y flexibilizar la ya débil política de precios administrados no es el mejor camino si el objetivo es ocuparse del problema de la inflación. Más bien, se requiere fortalecer esa estrategia para eludir la receta ortodoxa, que prescribe no sólo el freno a los incrementos salariales, sino además un ajuste fiscal y monetario, con el saldo ya conocido.
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