ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO

Fuguen dólares, por favor

 Por Julio Nudler

¿A qué responde el parcial aflojamiento del control de cambios, implementado anteayer por el Banco Central, con estricta sujeción a los deseos del ministro de Economía? ¿Mandaron las ideas, los intereses o el Fondo Monetario? En realidad, resulta difícil, también esta vez, separar estos elementos, muy mezclados en el paquete. Quizás inevitablemente: toda opción de política económica favorece a unos y perjudica a otros. ¿Quiere eso decir que se la adoptó para complacer a los favorecidos, o por responder a sus intereses? Curiosamente, el propio Roberto Lavagna llevó recientemente el asunto del valor local del dólar a ese terreno cuando, mientras departía con un grupo de cronistas, opinó que quienes propician que se deje descender el tipo de cambio son los empresarios endeudados en el exterior que pugnaron infructuosamente por conseguir que el Gobierno los cubriese con un seguro de cambio, que socializaría esas pérdidas privadas. Una imputación dirigida a entidades como la Asociación Empresaria Argentina (al menos mientras la presidió Oscar Vicente) y a propagandistas de un dólar más bajo, como Juan José Llach. ¿Podría sospecharse, con igual validez, que el empeño por sostener al dólar en derredor de $ 3,50 expresa los intereses de fuertes grupos exportadores, que están logrando enormes ganancias, aun descontando las retenciones (que son la tajada fiscal con la que el Estado se asocia al negocio)? Más allá de estas sórdidas suposiciones, no necesariamente pertinentes, se agita un debate alrededor del tipo de cambio que es, por su importancia, decisivo para el futuro.
Yendo a lo práctico, el escenario que va construyendo paso a paso la conducción económica es el de un dólar estable, que se mueva poco, pero con un descenso gradual en el tipo de cambio real (¡no en el nominal!) por efecto de la inflación interna, que debería volver a acelerarse, moderadamente, por la suba de tarifas, la recomposición en los márgenes de ganancia de las empresas que perdieron con la crisis (no exportadoras ni sustituidoras nítidas de importaciones) y los imperiosos reajustes salariales, por decreto o espontáneos (que deberían ser facilitados por el descenso ayer anunciado en la tasa de desempleo, pero de cuya concesión se autoexcluye el Estado como empleador por razones de rigor fiscal).
Traducido para quien aún posea un pequeño capital líquido, en la moneda que sea: dólar quieto y precios en alza. Por tanto, aunque un plazo fijo (si la aversión a los bancos lo permite) sería lo indicado, después del marcado derrumbe en las tasas de interés habrá que considerar la posibilidad de que la inflación torne negativa la renta. ¿O volvió la ilusión monetaria? Por ende, pie de plomo. Además, no todos los bancos están a salvo: muchos tendrán grandes dificultades para afrontar los Cedros, especialmente si los amparistas, que reinvirtieron a plazo fijo su recuperado botín, lo retiran ante un deterioro de las expectativas (por un desmadre político o similar). Como se ve, un paisaje entenebrecido por la incertidumbre.
La misma que, de algún modo, ayuda a explicar (al menos según sus defensores) la línea adoptada por Economía y acatada (y hasta cierto punto compartida) por el BCRA. La decisión es relajar el control de cambios, pero en la cuenta corriente: es decir, mayor libertad para manejarse con los dólares vinculados al comercio exterior y a los servicios, particularmente los intereses de las deudas privadas, que a partir de ahora pueden remesarse libremente. Para la cuenta capital del balance de pagos hubo mucho menos: para amortizar deuda externa, la empresa deudora deberá demostrar que logró de su acreedor una restructuración a no menos de cinco años. Se presume que la primera decisión va enganchada con la segunda, porque un deudor que vuelve a pagar los intereses puede negociar más fácilmente una refinanciación.
Medida bastante polémica es la que autoriza el pago anticipado del total de las compras de bienes de capital, repuestos, partes y piezas. Hasta ahora sólo estaba autorizado para importaciones de hasta 20.000 dólares, típicas de la informática. Para montos superiores regían diversos porcentajes. Se entiende que esta liberalización procura insuflar glóbulos en la anémica inversión, admitiendo como realidad que las empresas de un país en default tienen cortado el crédito, incluso para comprar equipos, que son los bienes más financiados del mundo. Pero buena parte de los potenciales beneficiarios de este acceso inmediato a las divisas serán las multinacionales, dominantes en la economía argentina, que siguen teniendo crédito a través de sus matrices o por las garantías que pueden ofrecer desde el exterior. Ellas no necesitan de esta facilidad, que en cambio sí es importante para las pyme nacionales. La liberalización no distingue entre unas y otras, pero ¿podría haber discriminado?
En suma, lo que se quiere es que aparezca más demanda privada de dólares, junto a la magra de los importadores, para que el BCRA no esté comprando tantos millones por día, y emitiendo en contrapartida el triple de pesos. Obviamente, son dólares que los particulares y las empresas comprarán fundamentalmente para girar afuera. ¿Estará bien que el Gobierno vuelva a facilitar de este modo la salida de divisas? Para responder afirmativamente se necesita una buena justificación. Alentar la inversión es una. Normalizar la situación crediticia del sector privado es otra, siempre que se trate de operaciones genuinas y de que el Central esté en condiciones de cerciorarse de ello. Varias de las medidas dadas a conocer responden a estos criterios. Otra, como la elevación a 150.000 dólares del tope mensual para la libre adquisición de dólares por cualquiera, decididamente no.
Aquí primaron dos ideas. Una, que el dólar no debe bajar más, porque no beneficiaría a la economía, ya que su descenso no se trasladaría a los otros precios y por ende no elevaría el poder adquisitivo del salario, y para colmo en cierto momento alguien vería barato al dólar y empezaría a no vender o a comprar, dando vuelta peligrosamente las expectativas y colocando al Central a la defensiva. Otra, que las compras de éste no debían seguir siendo la (única) manera de evitar el declive del dólar porque estaban gestando una burbuja de liquidez en pesos, que, por ahora, con los bancos asustados ante el porvenir, no se puede canalizar hacia más crédito.
País curioso éste: después de padecer la salida de capitales más intensa de su historia, va en busca de compradores para los dólares que le sobran. Es como con los alimentos: tanto excedente ¡y tanta hambre!

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