ESPECTáCULOS
“La guitarra, para el tango, es una especie de Arca de Noé salvadora”
Luis Borda es un gran guitarrista y autor de tangos. Vive en Alemania y tocará hoy en Buenos Aires junto a Lidia, su hermana.
Por Diego Fischerman
Como para toda una generación, en el principio fue el rock. Había allí un espíritu de aventura, de experimentación, de prueba, difícil de resistir. “A veces hacíamos cosas que no sabíamos qué eran. A la semana aparecía el baterista y decía: ‘era un compás de cinco tiempos’. Se iba más allá de lo que se sabía”, recuerda Luis Borda acerca de esos comienzos con Ave Rock, uno de los grupos que, a pesar de la brevedad de su existencia, hizo historia en Buenos Aires. Después llegó un grupo en el que aparecían muchas de las músicas que se tocaban en su caso, en particular el tango –o por lo menos ciertas resonancias del tango–. A principios de los 90, Borda ya era, para el público, un guitarrista y compositor de tango. O, en todo caso, de una música propia que reconocía al tango como una de sus fuentes más evidentes. Y en esos años, acompañó a una nueva cantante que se convertiría, en el transcurso de una década, en una de las intérpretes actuales más importantes del género. La cantante, Lidia, es su hermana y, además de compartir el apellido ha actuado frecuentemente con él en Europa. Luis se fue hace diez años y desde hace seis vive en Munich. Está por pocos días en Buenos Aires y, para aprovechar, actuará hoy a las 21.30, con un cuarteto y junto a Lidia Borda, en el Club del Vino (Cabrera 4737).
“No puedo considerarme un instrumentista clásico, porque en realidad tomé pocas lecciones. Al poco tiempo dejé y me dedicaba a sacar en la guitarra los temas de Jimi Hendrix”, relata Luis Borda. Con varios discos editados en Alemania –el último de ellos una retrospectiva de toda su carrera– en esta presentación a la que bautizó Será una noche, tocará junto al pianista Diego Schissi, Ramiro Gallo en violín, Pocho Palmer en bandoneón y Diego Pojomovsky en bajo, más la guitarra de Pablo Bernard como invitado. De Hendrix quedan las ganas de probar cosas nuevas. No mucho más. La guitarra es un instrumento de concierto (“pero estoy pensando cosas para incorporar nuevamente la eléctrica”, asegura) y el contexto es absolutamente acústico. La primera parte estará conformada por sus composiciones. En la segunda acompañará a su hermana en tangos clásicos, salvo un blues (“algo atípico para este momento de mi vida, quizás un resto de ese pasado en el rock”, afirma) que escribió para ella y en el que compuso letra y música.
Más allá de algún explícito homenaje (a Pugliese, por ejemplo), Borda aparece como una excepción dentro de ese subgénero que podría bautizarse como tango en el exilio. Un mundo en el que el signo dominante está dado por las repeticiones más o menos clonadas de Piazzolla y el tango bailable –y antiguo– hecho a medida para las abundantes milongas europeas. “Hay mucha gente que cuando está afuera vuelve al tango tradicional, a veces como alternativa de laburo y a veces también por una cuestión de nostalgia. Uno termina extrañando cosas que cuando estaba aquí ni registraba y que tal vez se conectan más con la tradición. Por ahí a uno no le dan ganas de ver a la madre si la tiene a tres cuadras pero cuando está lejos se muere de ganas”. En cuanto al lenguaje, su búsqueda pasa por un estilo que aúna, con total naturalidad, tradición y modernidad. La riqueza rítmica, ciertos desarrollos formales que incluyen la improvisación y líneas melódicas líricas y amplias lo ubican, en todo caso, como uno de los exponentes más claros entre quienes aprendieron de Piazzolla pero pudieron escapar de la trampa piazzolliana. “Yo no me considero un tipo de vanguardia. Mi música es tonal, la melodía, el lirismo, tienen una importancia muy grande y no estoy haciendo experimentos extraños. Pero para bailar es un poco rara. Yo toco en conciertos, no toco para bailar”, concluye. Es posible que en Europa, ahora, se esté reproduciendo la polémica que en Buenos Aires tuvo lugar en los ‘50, con la irrupción de Piazzolla y con las consabidas críticasacerca de que eso no era tango “porque no podía bailarse”. Polémicas no muy distintas de las que acompañaron al “Black, Brown & Beige” de Duke Ellington, cuando en la crítica publicada por la revista especializada Down Beat se escribió “allí no hay beat y si no hay beat no es jazz”.
Luis Borda, en su diálogo con Página/12, reconoce dos grandes maestros. Uno, claro, es Piazzolla. El otro es Béla Bartók. “Me identifico con su mirada hacia el folklore”, explica. “Una mirada llena de respeto, de ganas de aprender de allí, de humildad y de comprensión. Bartók no fue a las fuentes con la idea de culteranizarlas, de embellecerlas falsamente, sino de tomar de ahí lo que esa música tenía de complejo, de fascinante, de seductor”. En cuanto a su relación con el instrumento, dice que “la guitarra, para el tango, es una especie de Arca de Noé salvadora; aparece siempre en los momentos difíciles. Estuvo en los comienzos pobres, hasta que fue reemplazada por el piano, que era más de lugares ricos y que permitía una sonoridad mayor, capaz de ser parte de orquestas ricas. Estuvo de nuevo cuando fue difícil mantener orquestas grandes y entonces Salgán hace una especie de versión reducida de su orquesta con el Quinteto Real y, también, con su dúo con De Lío. O en el cuarteto de Troilo con Grela. El sonido de la guitarra está muy ligado al tango, aun cuando no haya habido tantos guitarristas. Pero los que hubo y los que hay alcanzan para convertir a este instrumento en uno de los fundamentales del género”.