Martes, 28 de septiembre de 2010 | Hoy
ECONOMíA › LA DIFERENCIA ENTRE EL 10 POR CIENTO MáS RICO Y EL 10 MáS POBRE SE REDUJO A 21,9 VECES
Los indicadores de equidad social registraron avances en el segundo trimestre. El coeficiente de Gini se ubicó en el nivel más bajo desde la salida de la convertibilidad, aunque el valor se mantiene alto en términos históricos.
Por Javier Lewkowicz
La distribución del ingreso mejoró en el segundo trimestre del año, según los datos del Indec. La brecha de ingresos per cápita entre el 10 por ciento de los hogares más ricos frente a la misma porción de hogares pobres fue de 21,9 veces, contra 26,4 veces de igual lapso de 2009, cuando había subido por impacto de la crisis internacional. Mientras que los primeros se apropiaron del 33,9 por ciento del ingreso total, las familias más vulnerables sólo accedieron al 1,3 por ciento. En tanto, el coeficiente de Gini, que mide el grado de desigualdad en la percepción de ingresos –siendo cero la expresión de máxima igualdad y uno el valor más inequitativo– descendió hasta 0,442 para los ingresos per cápita de los hogares. Es el nivel más bajo desde la salida de la convertibilidad y también en relación con buena parte de los ’90, aunque el valor se mantiene alto en términos históricos. Por su parte, entre los ocupados la desigualdad no cayó, lo que sugiere que la mejora por hogares es una respuesta a la política de ingresos.
La mejora en la distribución por hogares en el período analizado pone en evidencia que la recuperación económica frente al año pasado tuvo su correlato en el nivel de equidad, que había empeorado con el crac global. Para contextualizar el dato, en el segundo trimestre de 2005 la diferencia de ingreso per cápita entre los hogares más ricos y los más pobres era de 33,3 veces, bajando a 30,1 en 2006, 25,4 en 2007 y 24,3 en 2008. La tendencia se quebró con la crisis, ya que la brecha se elevó hasta 26,4 veces.
En 2010, ese valor volvió a caer, representando la mejor marca que logró el Gobierno en sus dos mandatos. Los dos millones de personas más pobres según el ingreso per cápita familiar tuvieron ingresos por casi 432 millones de pesos por mes, es decir el 1,5 por ciento del total. En tanto, la misma cantidad de personas, pero en la cima de la pirámide acumuló unos 9500 millones, el 32,5 por ciento de “la torta”.
Sin embargo, la medida más eficiente para evaluar la desigualdad en la distribución del ingreso es el coeficiente de Gini, que compara qué tan lejos se encuentra la población analizada de alcanzar la igualdad absoluta, esto es, que todos los grupos obtengan la misma porción de ingresos. Ese índice se ubicó en 0,442 en el segundo trimestre, por debajo del punto más bajo de la serie desde 2003, que se registró en 2008 con el 0,45. Según los estándares internacionales, el índice de Gini en un país desarrollado debería estar cercano a 0,25, mientras que de 0,55 en adelante la situación es considerada como de “alta asimetría de ingresos”.
La marca del Gini para la población ocupada fue, naturalmente, más baja, de 0,406. Sin embargo, esta medición muestra una dinámica bastante diferente a la citada anteriormente. En el segundo trimestre de 2007 el Gini entre los ocupados fue de 0,42, cayendo fuerte en 2008 hasta 0,402. De ahí en más, en 2009 fue de 0,403 y en esta oportunidad llegó a 0,406. La brecha de ingresos marca que los más acomodados obtuvieron un 28,8 por ciento del ingreso total, mientras que el 10 por ciento de menores ingresos se llevó el 1,3. Esos valores se repiten para el segundo trimestre de 2008 y de 2009.
La foto muestra una mayor igualdad en el caso de las personas ocupadas que en los hogares, pero en forma dinámica se visualiza un estancamiento relativo de la primera medición frente a la segunda. Esto estaría evidenciando el impacto positivo de la política de ingresos sobre los sectores más desprotegidos, como son los desocupados y trabajadores “en negro” con la Asignación Universal por Hijo o el alza de las jubilaciones.
Sin embargo, de los datos también se desprende la dificultad para que desde el mercado de trabajo se pueda mejorar la distribución del ingreso, con salarios nominales creciendo de forma similar a la inflación, aunque siempre con rezago, y una dinámica de creación de empleo ya no tan virtuosa. Es decir que los trabajadores más desprotegidos no han podido mejorar su posición relativa, y que frente al escenario inflacionario la potencialidad del mercado como instancia para mejorar la desigualdad quedó mermada. El aumento en la equidad sí se evidencia por fuera del ámbito laboral, gracias a políticas directamente de carácter distributivo.
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