ECONOMíA › EL MINISTRO DE ECONOMIA DEFIENDE SU GESTION, Y EXPLICA POR DONDE VE LA SALIDA A LA CRISIS
“Sólo con la exportación no se sale a flote”
Con ese estilo apacible que lo caracteriza, es durísimo con el FMI y hasta dice que Krueger coincide con él. También critica la herencia recibida, explica la prioridad de bajar la inflación y admite que se transformó “en el satánico Doctor No”.
Por David Cufré
Después de conseguir el acuerdo con el FMI, en una última semana vertiginosa de negociaciones, Roberto Lavagna emprendió la retirada a Cariló. Desde allí accedió a una extensa charla con Página/12, en la que el ministro se definió como un progresista moderado. La traducción política de ese encuadramiento es un claro apoyo al duhaldismo y una crítica severa al menemismo. Lavagna más que nunca se siente un hombre de Estado y habla como tal. Cuestiona a los gobiernos que se esfuerzan por ser los mejores alumnos del FMI, justifica una política económica que favorece a los exportadores en lugar de los asalariados, echa culpas a las administraciones anteriores, y subraya la necesidad de una profunda reforma en los organismos financieros internacionales. Pero esquiva definiciones sobre su futuro político inmediato. Y sostiene que “si hay algo que uno no debe hacer es sentirse imprescindible. Los imprescindibles que hemos tenido nos han hecho mucho daño”.
–¿La tozudez que mostró el FMI durante la negociación demuestra que no asumió su propia crisis y la de sus recetas?
–Si hay algo claro es que se necesita reformar esto que ampulosamente se llama la estructura financiera internacional. No lo digo sólo yo, lo dicen en los países desarrollados y los propios directivos del Fondo. Cuando se producen crisis como las de México, Rusia, Brasil o Argentina reaparece la idea de la reforma. Pero cuando las crisis se atenúan se vuelve a la rutina. El Fondo tiene mucho por hacer y puede resultar curioso pero en esto tengo muchas coincidencias con la señora Krueger.
–¿Por qué los gobiernos aceptan discutir los ejes de su política económica con el FMI?
–El gran error es jugar al alumno aplicado. La Argentina lo hizo durante muchos años. El resto de los países latinoamericanos también. El país que está en crisis en un momento determinado es el que busca dialogar con el FMI, mientras los demás tratan de tomar distancia y jugar al buen alumno porque les asusta el contagio. Eso genera una gran debilidad, porque hace que América Latina no participe con el peso que debería en la discusión sobre el funcionamiento de la arquitectura financiera.
–¿Qué posibilidad tiene el próximo gobierno de definir sus políticas con independencia de la opinión del FMI?
–Los márgenes de maniobra son mayores de lo que habitualmente se cree. A veces por debilidades personales o en el plano de las ideas no se han aprovechado esos espacios. Durante la década del ‘90 me pasó muchas veces en seminarios internacionales que los asiáticos y los europeos no sabían lo que era el Consenso de Washington. Para cualquier dirigente de América Latina era elemental conocer esas ideas, pero en otras partes del mundo no. Argentina tomó el Consenso de Washington de manera muy acrítica, extrema, y eso operó sobre nosotros y sobre nuestra relación con el FMI.
–¿Mantener un dólar alto con salarios y mercado interno deprimidos no es un modelo económico para pocos?
–Este es un punto importante, porque resulta que ahora muchos miden los salarios en dólares y llegan a la conclusión de que son bajos. Pero la gente no consume en dólares, ni el poder de compra está definido en dólares, sino en pesos. Se cae en la simplificación de decir que porque el tipo de cambio es alto los salarios son bajos. Si se miden en dólares, las tarifas de los servicios públicos también son bajas. Lo que importa es el poder de compra. El poder adquisitivo de los depósitos pesificados a 1,40 más CER es mayor al de los depósitos en dólares en diciembre de 2001. Claro, si alguien quiere gastar esa plata en París es otra cosa.
–Pero en el caso de los asalariados sus ingresos se mantuvieron congelados y la inflación fue del 40 por ciento.
–Son salarios bajos. Eran bajos en diciembre de 2001 y son bajos ahora. Lo que hay que preguntarse es cuáles son las alternativas. Una es la actitud demagógica fácil de subir los salarios con billetes salidos de la impresora. En consecuencia aumenta la inflación y no sirve de nada. Es simplemente un engaño. La otra es encarar un proceso delicado de creación de un círculo virtuoso donde el aumento del poder adquisitivo se centre en una recuperación genuina de la economía.
–En la transición, el costo de la recuperación lo paga el sector asalariado, mientras que los exportadores se benefician del dólar alto.
–Está claro que el sector exportador, y en particular el sector agropecuario, ha salido beneficiado. Pero también es claro que un país con un grado de endeudamiento como el nuestro requiere de un sector fuerte que genere divisas. Sin esas divisas no vamos a salir. Tampoco lo haremos sin una mejora del salario, del poder adquisitivo y de la ocupación. Todo eso debe subir, puede subir y va a subir, pero en el marco de un equilibrio que recree un círculo virtuoso que recupere la producción. Si la variable consumo, que lleva detrás la combinación de salarios y ocupación, no participa de manera activa del proceso de normalización de la economía, no habrá crecimiento. Para mí se equivocan aquellos que creen que vamos a salir a flote sólo por vía de la exportación, que es un concepto que se ha puesto de moda. Sin las exportaciones no hay posibilidad de ir adelante, pero la variable consumo es una parte imprescindible para la recuperación.
–¿No debería aplicar una política de redistribución del ingreso?
–El Gobierno hizo muchas cosas en medio de una crisis fenomenal. Más de un millón de personas salió de la indigencia. Todavía queda una enorme cantidad de personas por rescatar. Pero Argentina ha hecho cosas bastante excepcionales en un año tan complejo, como cancelar deuda externa neta por 4300 millones de dólares.
–Una de sus medidas más polémicas es la devolución en 18 y 36 cuotas de la deuda que se acumuló con los jubilados por el descuento del 13 por ciento. ¿Qué otros gastos priorizó para postergar ese?
–Se les devuelve en cuotas pero en efectivo, no en bonos. Y como en el caso de los salarios, cuál era la alternativa: ¿Imprimir? Es una deuda del gobierno anterior. En abril teníamos una inflación mayorista de más del 100 por ciento, y una inflación minorista de más del 10. Si anualizamos la inflación de los últimos meses nos da 7 por ciento. Eso no se hace sin grandes ajustes. Si usted supiera la cantidad de veces que hemos dicho que no... Se lo hemos dicho a los empresarios que nos reclamaban un seguro de cambio, como el que se dio en la Argentina en los ‘80 y en los ‘90. Como dirían ustedes en Página/12, me he convertido en un satánico Doctor No. Créame, los no estuvieron bastante repartidos.
–¿El ajuste que López Murphy intentó en 2001 usted lo resolvió con salarios congelados e inflación?
–No, con inflación no. Justamente, desde que asumí, el Gobierno hizo un gran esfuerzo por bajar la inflación. Entre abril y diciembre hubo un verdadero desplome de la inflación.
–Pero la situación fiscal se resolvió manteniendo los salarios del sector público congelados.
–Comparados con los del sector privado, los salarios del sector público estaban claramente desajustados. En los últimos años en el sector privado los salarios bajaron muy fuertemente, mientras que el sector público había quedado al margen. La sociedad toda no tiene por qué pagar los salarios del sector público.
–Usted estuvo con José Gelbard en el gobierno del ‘73, con Alfonsín en la época de Sourrouille, en el Frepaso en la época de la Alianza, y ahora con Duhalde. ¿Qué puede decir de cada una de esas etapas?
–Algunas aclaraciones previas para evitar confusiones. Primero la coherencia: jamás participé de una administración que no fuerademocrática. Segundo: jamás dejé de ser afiliado justicialista. Usted olvidó que en un momento apoyé muy claramente a Bordón en su candidatura a presidente. Pero siempre cualquier apoyo político que di lo hice como justicialista. Tercero, cuando pensé que el justicialismo estaba conducido por un sector que a mi juicio no lo representa, no participe.
–Que fue el menemismo.
–Exactamente. Por una decisión personal, porque ofrecimientos recibí, me mantuve 14 años en el sector privado. De modo tal que en cuestiones fundamentales he tenido una coherencia muy clara. Perón, Alfonsín, Alianza y Duhalde no me parece no tener una coherencia profunda.
–¿Cuál es su encuadre político hacia delante?
–Mi encuadre seguirá siendo el mismo, el justicialismo, entendido como una fuerza cuya misión en la historia argentina es ser progresista moderada. Si se puede, seguiré haciendo cosas dentro del justicialismo, y si no, volveré a la actividad privada, que además es muy bueno. Me parece imprescindible que la dirigencia política no permanezca indefinidamente encerrada entre las cuatro paredes del Estado.
–¿El duhaldismo, que ahora apoya a Kirchner, es un progresismo moderado?
–Si uno mira hoy las alternativas dentro del justicialismo, es claramente la más cercana a lo que yo defino como una fuerza progresista encargada de generar transformaciones, pero haciéndolo sin ideologismos extremos.
–¿Acompañará al próximo gobierno si se enmarca dentro de esa línea?
–La verdad, y en esto no lo engaño ni un centímetro, no tengo particularmente pensado mi futuro político. Esa es la verdad.
–¿Qué piensa cuando ve que mide bien en las encuestas?
–Mi actividad tiene un ritmo bastante frenético, sobre todo en las últimas semanas, y la verdad es que no tengo nada pensado.
–Cuando asumió como ministro usted dijo que lo hacía por una deuda que su generación tiene con el país. ¿Siente que ya la pagó o le gustaría quedarse más tiempo para completar el trabajo?
–Como dije en aquel momento, todos fuimos un poco responsables, por acción o por omisión, pero no todos fuimos igualmente responsables. La deuda de mi generación estará saldada el día que la estructura social de la Argentina vuelva a ser por lo menos como la de los años ‘50, ‘60 o principios de los ‘70. La destrucción del tejido social que se produjo en el país a partir del ‘76, con un intento de recuperación durante el gobierno de Alfonsín, la verdad es que ha sido monstruosa.
–La pregunta apuntaba a si le gustaría quedarse más tiempo como ministro para completar el trabajo.
–Yo tomé mi gestión con mucho realismo. Evité lo que hacen algunos economistas con mucha frecuencia que es caer en el “supongamos que”. Supongamos que tengo más tiempo, supongamos que el contexto político es mejor. No sirve. Hay que trabajar sobre la realidad y yo sabía que el tiempo máximo que tenía era éste. Creo que de alguna manera me asombró a mi mismo que hayamos podido transitar estos nueve meses. Pero si hay algo que uno no debe hacer es sentirse imprescindible. Los imprescindibles que hemos tenido nos han hecho mucho daño.