Lunes, 18 de abril de 2011 | Hoy
ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: PARA QUé SIRVEN LOS ECONOMISTAS
Estos profesionales proclaman soluciones sobre problemas económicos como si fueran verdades universales, pero lo que en realidad tienen por detrás es la defensa del interés de algún sector de la sociedad. Críticas a la formación que ofrecen las universidades.
Producción: Tomás Lukin
Por Martín Kalos y Martín Rodríguez Miglio *
Las propuestas académicas de la gran mayoría de las casas de estudio del país se jactan de formar profesionales para tres ámbitos bien diferenciados: las necesidades del sector privado, de la gestión pública, y de la academia para docencia e investigación. Pero ninguna de las tres orientaciones logra desarrollarse satisfactoriamente. Así, buena parte de los graduados en Economía no poseen los conocimientos necesarios para los distintos sectores sociales. A esto se suma que diversos conflictos político-económicos en la última década dejaron en evidencia la incapacidad de la doctrina económica aún dominante para explicar los procesos y proponer salidas a las crisis. Basta con recordar el silencio que adoptó buena parte de la “academia” en Economía sobre la debacle argentina en 2001 o las crisis que sacuden a los países centrales desde 2007.
Lejos de ser casual, esta acumulación de fallas y carencias para comprender la realidad tiene una raíz profunda en la forma en que se enseña Economía en las universidades argentinas. Los actuales planes de estudio de las carreras de economía se encuentran estructurados bajo el eje del pensamiento económico marginalista, entre cuyos estandartes se cuentan las nociones de que los precios son determinados por las fuerzas de oferta y demanda en el mercado, el mercado es el garante de las libertades individuales de todos los individuos, todos los individuos son a su vez libres e iguales poseedores de mercancías, y –entonces– existe una tasa óptima de crecimiento de la economía que puede alcanzarse con tan sólo eludir la tentación de que el Estado intervenga en la economía. Este sesgo hacia el pensamiento único en la currícula domina también todas las demás carreras que incluyen contenidos de Economía. Así se construye en las universidades e institutos terciarios argentinos un “sentido común” económico, que aleja de la real comprensión de los fenómenos a economistas y no economistas.
Esta doctrina hegemónica carece de respuestas concretas y aplicables a las problemáticas planteadas, pero se presenta como una serie de “verdades acumuladas” cuyos conceptos no tienen historia ni superación posible. A esto se suma la ausencia de otros contenidos sobre los cuales reconstruir los conceptos fundamentales de la Economía, o como forma de incentivar la reflexión crítica entre los profesionales en la materia.
Existen excepciones: cursos donde se adicionan contenidos “alternativos” o se introducen críticas al modelo neoclásico. Pero casi en ninguna universidad se incorpora la necesidad del pluralismo en la enseñanza en Economía como una columna vertebral de la carrera. Así, el desarrollo de estos otros enfoques con frecuencia se entrecorta, se amontona, se menosprecia, se repite en distintos cursos para unos u otros alumnos. La suma de algunas voluntades individuales para incorporar enfoques críticos a la currícula no es suficiente para garantizar la formación plural y de calidad de los economistas.
Como elemento retroalimentador, en la misma formación de docentes se reproducen las condiciones descriptas. Así, para encarar la transformación de los contenidos actuales, en muchos lugares se genera una acuciante necesidad de docentes formados en otras escuelas de pensamiento; y su aparente escasez es usada por muchas autoridades como una excusa para prevenir las mejoras de la currícula.
En pos de enfrentar estos problemas, desde 1997 se han multiplicado los grupos de estudiantes, investigadores y docentes que (en una decena de universidades nacionales) buscan disputar el rol de la construcción del conocimiento a través de diferentes espacios de participación. Así, extra curricularmente se da lugar a los debates y formación que las instituciones universitarias prefieren olvidar. Las Jornadas de Economía Crítica son actualmente el espacio abierto de encuentro, discusión y formación para estas experiencias.
Sin lugar a dudas, las reformas integrales de los planes de estudio (y de ese “sentido común” que se enseña actualmente) son indispensables para cualquier perfil de graduado en Economía que nuestra sociedad pretenda. Ya sea para el ámbito público o privado, profesional o académico, cualquier orientación requiere economistas con las herramientas para analizar, interpretar y actuar cabalmente sobre la realidad. Pero el rol del economista no es meramente técnico: ese accionar dependerá de los sectores sociales y políticos a los cuales pertenezca. Ante la evidente necesidad de economistas críticos, es indispensable una educación verdaderamente de calidad: esto es, que incorpore la pluralidad de enfoques, la historicidad de las teorías económicas y el pensamiento reflexivo como piedra fundamental de la educación universitaria.
* Licenciados en Economía, docentes UBA y miembros de la Escuela de Economía Política.
Por Martín Harracá *
Un aspecto impecable, una colección de datos elaborados con gran rigurosidad científica, un gráfico ingenioso y una explicación muy elegante que apela al sentido común. Armados con estas herramientas, cuántas veces en la historia hemos visto a prestigiosos economistas recomendar políticas que, nos dicen, son la única vía posible para el bienestar económico, y que ir contra ellas es como negar la ley de gravedad. En este artículo buscaremos evidenciar en algunos ejemplos cómo aquellos discursos, colocándose desde una posición ilustrada, distante, neutral, proclaman soluciones sobre problemas económicos como si ellas fueran grandes verdades universales, pero que lo que en realidad tienen por detrás, siempre, es la defensa del interés de algún sector de la sociedad.
El primer ejemplo es el del mito del “modelo agroexportador”, uno de los más importantes para nuestra historia. La idea es intuitiva: el suelo de nuestro país presenta condiciones extraordinarias para la producción agrícola, por tanto, lo que tenemos que hacer es especializarnos en la elaboración de dichos productos, propiciar las mejores condiciones para su comercialización al exterior, e importar lo que nos haga falta. La riqueza será tal que alcanzará todos los sectores de la sociedad. El argumento económico por detrás es el de las ventajas comparativas, pilar de los defensores del libre cambio, que, en pocas palabras, sostiene que lo óptimo es que cada país se concentre en la rama de producción donde presente ventajas relativas respecto de las otras naciones, e importe aquellos bienes en los que sea menos productivo.
Hoy, con la perspectiva que da la historia, una simple mirada nos permite comprender que a los únicos a quienes beneficia este esquema es a los propietarios de los campos, pues se apropian de la alta renta agrícola, y a los sectores extranjeros, que obtienen materias primas a bajos precios, a la vez que se aseguran la colocación de sus productos en nuestros mercados, profundizando nuestra dependencia respecto de ellos. Precisamente, han sido siempre economistas asociados a estos sectores quienes defendieron aquellas “verdades económicas” como fuentes del progreso.
Tomemos otro ejemplo, relacionado al problema del empleo. En la oleada neoliberal de los años noventa, eran pocos los que se atrevían a criticar el discurso de flexibilizar, de desregular, el mercado de trabajo. Esto quiere decir que se planteaba como necesario, para que la economía fuera competitiva y eficiente, quitar las trabas a la contratación y al despido de personal, reducir al mínimo el empleo público, y eliminar el salario mínimo y los subsidios al desempleo. El economista repetía entonces la idea de fondo de que el Estado no debe intervenir, pues genera “distorsiones”, y que es el propio sector privado el que puede encargarse de solucionar el desempleo. Uno de los grandes problemas teóricos de este planteo, es que supone la igualdad en la capacidad de elección entre las partes implicadas (capitalista y trabajador).
Así, si un trabajador está desempleado, esta teoría dice que es simplemente porque no quiere aceptar el salario “que le ofrece el mercado”, por lo que estar en una condición de marginalidad es en última instancia consecuencia de su propia decisión. Lo que resulta interesante al analizar este discurso es la utilización de nociones que tienen la particularidad de parecer como universalmente válidas (“eficiencia, progreso, desarrollo”), pero que en realidad están escondiendo un fin. En este caso, es reducir la protección del trabajador, para poder bajar el salario lo más posible.
Finalmente, analicemos el siempre polémico tema de la inflación. La discusión entre los economistas parece pasar hoy casi exclusivamente por cuál es el número: Desde la oposición se fuerzan los argumentos y los datos para demostrar que es lo más alta posible, mientras que en el oficialismo la preocupación es exactamente la opuesta. Lo que resulta interesante plantearse, y que en última instancia constituye la importancia del problema, es que la inflación no es simplemente un número, sino que supone una puja de intereses, un conflicto entre sectores sociales, donde unos ganan y otros pierden. Es por eso que cuando se discute cómo resolver este problema, no tiene que ser para que los números que se publican en el diario dejen contentos a los economistas, a “los que saben”, sino para comprender que el problema de fondo está en un conflicto al interior de la sociedad, que es la puja por la distribución del ingreso.
Entonces, como decíamos al comienzo, si el economista no puede ser “neutral”, porque no lo es la teoría económica, la pregunta que queda abierta es: ¿Cuál es la responsabilidad del economista, y a qué sectores e intereses se compromete a defender?
* Licenciado en Economía, docente FCE-UBA.
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