Lunes, 18 de abril de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
Primero probamos con Moyano, pero sabiendo que mucho no va a importar porque Moyano no es Kirchner como para aglutinarnos de una. Después probamos con que bloquearon la salida del diario, pero tampoco importó demasiado porque ya nos caímos cien mil ejemplares y otros tantos miles de visitas al sitio. Después probamos con que el gobernador reelecto de Salta quiso diferenciarse de ser un delfín del kirchnerismo, pero tampoco importó porque se le dio por subrayar que acompaña a la Presidenta. Después probamos con la Villa 31, que son unos negros peligrosos y podía pagar al toque, pero interesó menos todavía porque es cosa de Capital y encima hay eso de la no discriminación. Después probamos con que se viene el chavismo porque aumenta la representación del Estado en las empresas con participación de la Anses, pero no lo creemos ni nosotros. Después probamos con la agresión de la patota santacruceña de la Uocra a empleados estatales, pero no interesó porque ya no somos creíbles. Y así seguirá –o eso parece– hasta las elecciones de octubre e intermedias, para terminar en que nos llevaron puestos pero ya es tarde. Si acaso suena a demasía esta candorosa y enésima asociación libre con la frase adjudicada a Brecht, pensemos simplemente en que el agarre opositor de estos días llegó a pasar por la hipotensión de Cristina. Un agarre que no fue de la dirigencia política explícita, sino de los medios de comunicación que la conducen. Porque la dirigencia ésa deja pocas o ninguna alternativa.
Además de los intentos antedichos, Macri presentó un documento de políticas de Estado como pre-requisito de acuerdo entre la oposición. Es una retahíla de lugares comunes, que perfectamente pudo haber escrito un alumno de primaria con inquietudes de buena redacción. El mismísimo Macri dijo que no entendía quién puede estar en contra de acabar con la pobreza, combatir la inseguridad o fomentar el empleo. Justamente: cuando opuesto a un argumento no hay uno de exactitud inversa que merezca ser atendido, ese argumento no existe. Pero lo que dejó en soledad a la presentación de Macri no fue que no se puede estar en contra de la felicidad. Quedó solo porque, al margen de haberse mandado otra vez por las suyas con los destinatarios de su mensaje enterándose por los medios, rigen dos motivos centrales: su figura no enamora a nadie por fuera de los acólitos; y luego, los receptores de su ensayo están inmersos en una indefinición cuyo dramatismo emparda al del PRO. No hablemos ya de la increíble pelea mediática entre Solanas y Lozano, porque no se supone que el jefe de Gobierno porteño haya pensado en ese palo como uno de los recipientes de su algarada. Los radicales y los socialistas ya habían fijado que el límite es el hijo de Franco. Y Duhalde, inmerso en una interna risible pero interna al fin, le salió con los tapones de punta para advertirle que, sin primero consensuar, los tiempos no se marcan a través de la prensa. Como asimismo cabría creer que Macri no pudo no haber calculado nada de todo esto, la única deducción posible es que, en vez de marcar los tiempos, quiso ganar alguno en función de que él tampoco sabe qué hacer: si la Presidencia, si la Capital, si Michetti, si Rodríguez Larreta, si el rabino Bergman o si volver a Boca. De premio consuelo, la movida le sirvió para disimular otro derrumbe edilicio en la ciudad. Y para que la figurita de la Villa 31 continuara firme y mediáticamente anclada en la lógica clasemediera facha y no en los negocios inmobiliarios que significan ésos, los terrenos más caros de Buenos Aires.
El paralelo o siguiente desparpajo de entretenimiento fue la “avanzada oficial” sobre “las empresas”, pero eso ya casi no resiste el menor análisis. Resulta que Clarín, La Nación, Techint, AEA y Cía. serían en verdad los partidarios de afectar las ganancias corporativas, porque se oponen a que la proporcionalidad accionaria tenga representación acorde en las decisiones orgánicas. Pero más aun, fue en Clarín mismo (!!!) donde una muy buena nota de Gustavo Bazzan, el jueves, indicaba que los directores estatales no tienen poder real, ejemplificando cómo “las firmas tienen en muchos casos montada una suerte de ‘red de protección’ para soportar las embestidas de los accionistas minoritarios”. Asombroso. Con tácticas de semejante naturaleza infantil, u obscena, lo más profundo a que pudieron recurrir fue atar el cuadro hipotenso de la Presidenta a las dudas sobre su vocación reeleccionista. Y es que es así: que no sea ella la candidata, más que la inflación, es inquietante y que el retraso del tipo de cambio abre un signo de interrogación a futuro. Todo cierto y para preocuparse, en efecto; pero, al fin, cotejable con un Gobierno que muestra acción comprobada, incluso con sapos como Moyano o el Indek. No hay tanto para revolver en el kirchnerismo. Es lo que se ve, sea para adherir o para oponerse. Más la incógnita de si Cristina realmente encabeza una renovación movimientista basada en organizaciones sociales, cuadros nuevos y a formar, transición hacia esquemas superadores del pejotismo clásico. ¿Y si no es eso qué, visto desde lo que dice querer enfrentársele?
Recurramos ahí mismo. A un columnista de las huestes de Jorge Fontevecchia, responsable principal del Grupo Perfil. El filósofo Tomás Abraham dice lo siguiente, en artículo del sábado 9 de este mes: “¿A alguien se le llega a ocurrir que nuestro país puede ser gobernable entre 2011 y 2015 sin Cristina? ¿Es posible creer que un rejunte entre Mauricio Macri, Chiche Duhalde y Ricardito Alfonsín puede constituirse en la plataforma de una opción política y en una alternativa de gobierno? Imaginar que los de PRO –que vaya a saber de dónde sacan esta idea de que los pobres son ‘pobrecitos’–, la jefa de manzaneras que quiere reunir nuevamente a la familia argentina en torno de su marido, y este extraño hijo de un nuevo rey Lear bastardeado en su legado, se unan por un espanto compartido para labrar el porvenir político nacional, nos sitúa en la otra rama de la filosofía, la patafísica, dominio en el que los bufones son reyes”.
El mejor chiste de la semana pintaba para ser el de Rudy y Daniel Paz, en Página/12 del martes. Dos tipos comentan, en segundo plano, “cómo cambió la onda desde que Macri puso seguridad privada”. Y al frente del dibujo, apoyado en un mostrador de pizzería, un policía pide “una grande de queso cheddar y fresas para el gerente”. Pero ese mismo día se conocieron las declaraciones de Duhalde, intentando justificar la bajísima participación en la interna del “peronismo federal” desarrollada, el domingo, en Misiones, Corrientes, Chaco y Entre Ríos. No llegaron al 1,5 por ciento del padrón, que es el piso exigido para participar en las elecciones de octubre. El Padrino arguyó entonces que la gente que votó lo hizo temprano y que después del almuerzo se fueron todos a dormir. “No contábamos con la siesta”, dijo Duhalde con una cara circunspecta similar a la de “el que puso dólares, recibirá dólares”. Y eso que faltaba el remate, que llegó con el coitus interruptus de la pulseada con El Alberto. Es dable pensar, con toda legitimidad, que no es nada bueno contar con una oposición de este nivel. Se puede creer que, si hubiera un frente de derecha más o menos serio, y otro a la izquierda del kirchnerismo de propiedades similares, el panorama sería más rico porque el Gobierno se vería obligado a debatir y proponer con mayor esfuerzo.
Pero esto es lo que hay. Una manga de bufones aunque, para ratificar al resignado columnista de Perfil, de un rey que ni siquiera existe. Y como ya se sabe, serratianamente dicho, no hay otro tiempo que el que nos ha tocado.
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