Los planes de ajuste implementados en los países más comprometidos de la Eurozona comenzaron a exhibir el resultado inevitable. Las principales economías del Viejo Continente se van sumiendo en un extendido estancamiento. Según datos de la Oficina Europea de Estadísticas (Eurostat), el producto interno bruto de la región evidenció apenas un crecimiento de 0,2 por ciento en el segundo trimestre del año respecto del primero. El guarismo fue forzado por el mal desempeño de las dos locomotoras europeas: Alemania y Francia. La economía germana acusó un freno de su actividad, con una leve variación positiva de 0,1 por ciento, mientras que en Francia la economía se estancó en el mismo período. Como respuesta, los presidentes de los países de la región lanzaron nuevos recortes presupuestarios.

En la primera etapa de la crisis, en 2008, las respuestas a ambos lados del Atlántico fueron coincidentes. Tanto en Estados Unidos como en varios países de Europa se realizaron megamillonarios rescates para evitar un colapso aún mayor de su sistema financiero. Las sumas volcadas no evitaron los efectos negativos de la debacle mundial en sus economías. Los fondos inyectados por estos gobiernos no se utilizaron para blindar a sus economías ni para provocar una reacción de la economía real, sino que se volcaron a la especulación y hasta, en muchos casos, terminaron en los bolsillos de los directivos, bajo la forma de bonus, de varios holdings financieros salvados por sus estados. La recesión entonces fue inevitable.

Ahora, las propuestas, sobre todo en Europa, se centran en un recorte del gasto, particularmente en planes sociales, y descartan cualquier inyección de dinero, así como también la posibilidad de reconocer un default de deuda en los países con mayores problemas. El objetivo propuesto es achicar sus déficit presupuestarios, una historia conocida por los argentinos previa a la crisis 2001-2002.

A partir de la experiencia argentina, el resultado de estas políticas no sorprende. La reducción del gasto, más allá del impacto en las respectivas sociedades que sufren el ajuste, se está convirtiendo en un lastre para la recuperación. A esto se suma la limitación que enfrentan los países que integran la Zona Euro de aplicar políticas cambiarias –devaluación de sus monedas– para licuar su deuda y tornar más competitiva sus exportaciones.

La región también adolece de mecanismos fiscales compensatorios, que hubiesen servido para limar las diferencias entre los países, especialmente para el caso de España, Portugal y Grecia. Estos debieron entonces someterse a los planes de ajuste que desde las economías más poderosas, como Alemania y Francia, dispusieron.

Los programas de ajuste por el momento sólo están profundizando la crisis. El producto bruto de los 17 países de la Zona Euro creció sólo 0,2 por ciento en el segundo trimestre del año, en comparación con los primeros tres meses, informó Eurostat. En el primer trimestre de 2011 la economía de la Eurozona había crecido 0,8 por ciento; y para el segundo trimestre varios analistas pronosticaron un avance de 0,3 por ciento. La economía alemana, la más grande de la región, creció 0,1 por ciento. El gobierno germano aseguró que la desaceleración de la actividad estuvo dentro de las expectativas oficiales. Francia, la segunda en importancia, no registró avances, mientras que España creció 0,2 por ciento e Italia lo hizo el 0,3. La economía portuguesa tampoco registró avances respecto de los tres primeros meses del año debido a la caída del consumo y a las inversiones. Los que más crecieron fueron Estonia (1,8 por ciento), Finlandia (1,2) y Austria (1). Todavía faltan las cifras de Grecia e Irlanda, entre otros.