Sábado, 5 de noviembre de 2011 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO
Por Alfredo Zaiat
La medida dispuesta por la AFIP para la fiscalización de la compraventa de divisas, sumada a la implementada días previos por el Banco Central de eliminación del privilegio de petroleras y mineras de mantener dólares de exportación en el exterior, intensificó el debate sobre el nivel del tipo de cambio. Desde hace bastante se ha instalado la polémica sobre la competitividad de la paridad cambiaria, con una amigable comunión entre economistas neoliberales y algunos heterodoxos. Los argumentos más enérgicos se refieren a que en los últimos años los precios de la economía han subido más que el del dólar. También afirman que los salarios han avanzado a un ritmo más acelerado, afectando los costos empresarios. Son aspectos que resulta interesante precisar para tener una perspectiva un poco más compleja que la poco rigurosa “percepción” de atraso. Ese estado de ánimo fue expresado en estos días de tensión en la city por no pocos economistas del establishment, que han asegurado sin ruborizarse que “la gente tiene la percepción de que el dólar es un bien barato”. Esta definición gaseosa encierra una presunción de superioridad de “la gente” argentina sobre “la gente” brasileña, por ejemplo. Porque si hay una economía donde el atraso cambiario es notable es la brasileña y, por lo tanto, el dólar sería lo más barato que cotiza en ese mercado. Pero en esa plaza no se han montado shows de miedos sobre la paridad cambiaria ni se han registrado corridas desesperadas para desprenderse de reales para comprar dólares, al margen de que existen muchas más restricciones para la adquisición de divisas de las que aquí se han establecido. La supuesta “racionalidad argentina” que difunden esos economistas sólo revela desprecio por saberes técnicos, preocupación por sus propias finanzas, puesto que algunos reciben financiamiento externo por sus trabajos, y defensa de intereses de grupos exportadores.
La “economía perceptiva” es la más reciente innovación de profesionales que no dan cuenta, ni se los interpela, sobre sus antecedentes en la gestión económica de gobiernos pasados, en el mercado financiero local o internacional ni sobre sus reiterados errores de diagnósticos y pronósticos de las principales variables. Uno de ellos, molesto porque lo categoricen como neoliberal, pero no como ex ejecutivo de la banca JP Morgan, ha reiterado, consciente de la ignorancia de sus interlocutores ocasionales, que una muestra del atraso cambiario es que ha desaparecido el superávit comercial, cuando no hay registro alguno de ese resultado. En septiembre, el saldo entre exportaciones e importaciones fue positivo en 1064 millones de dólares, pocos millones más que el mismo mes del año pasado, acumulado en nueve meses de este año 8162 millones apuntando a poco más de 10 mil millones el superávit comercial en 2011.
La conducta de ahorrar en dólares tiene motivos económicos, políticos y culturales, en una economía bimonetaria que aún arrastra la pesada mochila de un régimen de convertibilidad de diez años que profundizó sus rasgos de dolarización. Los motivos del incremento de la formación de activos externos de residentes locales, comúnmente denominada “fuga de capitales”, no se explican por “la percepción de un dólar barato”, comentario preferido de economistas de la city en los últimos días, anotándose el éxito de que gran parte de los medios lo repitan y amplifiquen. Otra forma de analizar la destacada propensión a la compra de dólares por parte de agentes económicos es la existencia de abultados excedentes de capital, obtenidos por un ciclo de crecimiento extraordinario que se extiende desde el 2003 a una tasa acumulativa promedio del 7,6 por ciento anual. O sea, no es que compran más dólares porque su precio “está barato”, sino porque contabilizan ganancias crecientes, parte no declarada. Es lo mismo que sucede con la evolución del mercado automotor, donde se venden más autos como nunca antes, o el de electrodomésticos que registra despachos record, o con el mayor flujo de viajes turísticos al exterior, o con el incremento del consumo de alimentos y bebidas, indumentaria, o con el aumento del gasto en restaurantes. El proceso dinámico de adquisición de esos bienes no es interpretado por esos “economistas perceptivos” por su precio “barato”. Por el contrario, afirman, en contradicción con sus propios postulados, que “la inflación no para de subir”. Entonces, la compra de dólares, equiparada al comportamiento del consumo de bienes y servicios, revela un sustancial incremento del poder adquisitivo como también de las utilidades de empresas, más que el atraso en su cotización. Quienes sugieren la existencia de un “dólar barato” y alientan una fuerte devaluación están proponiendo, en realidad, disminuir ese margen incremental de compra acumulado en los últimos años.
Más interesante sería analizar las razones que impulsan destinar gran parte de esos excedentes al atesoramiento de una moneda que está siendo cuestionada como unidad de referencia global. La pérdida de capacidad de compra del dólar a nivel internacional es una de las características más evidentes de la actual crisis económica de Estados Unidos. Pese a ello, el billete verde se mantiene como refugio preferido de ahorristas, pequeños y sofisticados. Muchos empresarios habrían perdido bastante dinero si hubieran seguido los consejos de economistas de la city a lo largo de los últimos años. En cambio, muchos ahorristas sí han perdido de ganar más con la inversión de sus capitales porque quedaron atrapados de la idea del dólar atrasado, postulado que no ha cesado de replicarse en estos años.
Si bien la tasa de interés en pesos se ubica por debajo de la evolución del índice de precios promedio, según la estimación de institutos de estadísticas provinciales, en términos de dólares ha ofrecido un rendimiento real del 4 al 6 por ciento anual. En comparación con la tasa cercana a cero que devengan depósitos en los mercados centrales resulta atractiva, aunque es más baja que la que se consigue en la plaza brasileña, por ejemplo. Ese particular comportamiento inversor no se explica apelando a la racionalidad financiera, que no se hace presente en el mercado argentino. La conveniencia entre dólar y tasa de interés en pesos o respecto de cualquier otra alternativa, como inmuebles urbanos, campos, acciones, títulos públicos, oro, bienes durables, encuentra al billete verde como la peor opción inversora de los últimos años. Esto sin considerar que es una moneda que se ha devaluado a nivel internacional y que su perspectiva no es alentadora como reserva de valor.
Aparecen por lo tanto otros factores que exceden el estricto análisis económico-financiero sobre las motivaciones de comprar dólares. La persistencia en el espacio público de la especulación sobre una futura devaluación y el debate sobre la competitividad de la economía consolidan la obsesión con el tipo de cambio, pese a que se aplicó en forma gradual un ajuste nominal de la paridad del 32 por ciento entre julio de 2008 y noviembre de 2010, cuando la mayoría de los países de la región estuvieron apreciando sus respectivas monedas. Algunos economistas están preocupados legítimamente por la competitividad de la economía, en especial de ciertas actividades de mano de obra intensiva exportadora o vulnerable a importaciones. Esos rubros requerirán de políticas específicas más que una devaluación general. Otros, en cambio, proponen un fuerte ajuste encubriendo que de esa manera proponen deprimir costos laborales en términos del dólar, lo que implica consolidar mayores márgenes de ganancias. Se trata de la receta tradicional del ajuste recesivo, que como enseña la experiencia reciente de la década del ‘80 y ‘90, implica crisis económica y debilitamiento del poder político, para subordinarlo así a los intereses del poder económico. Abandonar hoy la estrategia de un tipo de cambio administrado con pequeñas variaciones periódicas por otra que incorpore una fuerte devaluación significaría convocar al estallido del conflicto sociolaboral debido a la recuperación de la capacidad de organización de los trabajadores, además de sumar tensión inflacionaria y turbulencias financieras.
Aclaración a los lectores. No es un recurso periodístico ortodoxo, pero es necesaria la siguiente notificación: mi columna de opinión de la edición de mañana será una continuación del presente Panorama Económico, con el objetivo de brindar más información para el debate sobre la competitividad del tipo de cambio.
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