ECONOMíA
Las bombas que destruyen Bagdad pueden impactar sobre Argentina
La guerra en Irak amenaza con profundizar la recesión en los países centrales. Se dificultan así las posibles exportaciones en las que Argentina confía para reactivar.
Por Claudio Scaletta
A medida que pasan las semanas, los analistas económicos comienzan a darse cuenta de que, lejos de tener un efecto reactivante sobre la economía mundial, la aventura bélica estadounidense amenaza con profundizar la recesión simultánea que atraviesan los países centrales. En este contexto, las economías latinoamericanas, y dentro de ellas la Argentina, podrían verse seriamente afectadas. La causa no sería la tradicional restricción en el ingreso de capitales, contracción que ya se produjo en 2002, sino la disminución de los superávit comerciales, precisamente el mecanismo en que el país centra el futuro de su reactivación.
Las revisiones a la baja en el crecimiento de los productos brutos de Estados Unidos y Europa para 2003 no pudieron modificarse con el inicio de la invasión a Irak. Es más, el “vuelo hacia la calidad” de los inversores continuó enviando mensajes negativos para la economía estadounidense. Acelerando una tendencia de largo plazo, los arbitrajes del dólar al euro aumentaron. En los últimos 30 meses el euro ya se revaluó un 17 por ciento en relación con el dólar y un 10 por ciento si se miran sólo los últimos 4 meses. Según reseña un reciente estudio del Ieral, esto también incidió en el descenso de la rentabilidad de los títulos públicos. Un bono del Tesoro estadounidense a 10 años pasó de rendir un 4,22 por ciento anual en noviembre de 2002 al 3,64 por ciento en marzo de 2003.
Por ahora esta situación no impactó en la economía argentina. Al margen del ajuste de la sobredevaluación de mediados de 2002, la evolución del tipo de cambio muestra incluso, al igual que en países como Brasil y Perú, un fenómeno de freno de la salida de capitales.
A este comportamiento debe agregarse un cambio estructural en la vinculación de América latina con la economía mundial. En el último año la región logró romper, antes por la fuerza de la circunstancias que por su propia voluntad, su dependencia del ingreso de capitales externos. De acuerdo con datos del banco de inversión JP Morgan, el saldo de la cuenta corriente regional pasó de un déficit de 47.100 millones de dólares en 2001 a un rojo de 12.600 millones en 2002. Este ajuste fue mucho más espectacular para la economía argentina, que pasó de un déficit de 4400 millones a un superávit de 9100 millones, siempre de dólares. Al margen de que este ajuste haya implicado un contracción del 9,6 por ciento del PIB, lo cierto es que tanto la Argentina como la región ingresaron en un nuevo escenario menos dependiente del ahorro externo. Las cifras del Fondo Monetario Internacional son contundentes: entre 2001 y 2002 los flujos de capital hacia la región se redujeron prácticamente a la mitad (de 47.800 a 25.200 millones).
Aunque el costo haya sido una fuerte retracción del consumo y la inversión, Argentina, al igual que el grueso de los países latinoamericanos, pasó a suplir el financiamiento externo con superávit comercial. Y es precisamente el mantenimiento de este saldo positivo del intercambio de mercancías el que se encuentra amenazado por la continuidad o, en el peor escenario, la profundización de la recesión de los países centrales. Por ahora, tras casi tres semanas de invasión, los datos de la economía estadounidense muestran que la “locomotora de la economía mundial” sigue en vía muerta.
Volviendo a la Argentina, incluso en el caso de que se den las condiciones estructurales para que la economía pueda sostener su superávit comercial, es decir que consiga el suficiente ahorro interno para destinar a la recuperación de la inversión productiva, y que se mantenga tanto la “ventaja competitiva” de la subvaluación del tipo de cambio como la buena cotización de las commodities, el talón de Aquiles del nuevo modelo de crecimiento reside en la caída de la demanda mundial. Más allá de las amenazas, de sesgo ideológico, de sanciones por no adherir acríticamente a la estrategia de Washington, es en esta caída de la demanda de los productos locales donde reside, para la Argentina, la peor herencia de la guerra.