ESPECTáCULOS › EL SEMIOLOGO FERNANDO ANDACHT ABORDA LAS TRANSFORMACIONES MEDIÁTICAS
La guerra, el más extremo de los realities
El autor del libro “El reality show” plantea que en la invasión a Irak “se da el escenario para generar un claroscuro moral que responde a las reglas del espectáculo” y analiza la fusión entre la información y el entretenimiento.
Por Julián Gorodischer
¿La guerra en Irak como el más trágico de los realities?, ¿hipótesis alocada o el renacimiento de un género? Los canales de noticias transmiten en continuado y, en el extremo de las semejanzas, Mariano Grondona propuso en el último “Hora Clave” un televoto a favor de George W. Bush o de Saddam Hussein. Y usted, ¿quién cree que gana?, se preguntó el conductor antes de ir al corte, fiel a las reglas de la vida en directo, fascinado con los préstamos que el reality otorga a la información. Más parecidos: por primera vez los soldados conviven con el batallón de los “aliados” y desde el frente, CNN en Español exhibe las historias de la privacidad castrense: de cómo el soldado Miranda extraña a su familia o la marine Jessica Lynch, de 19, regresa sana y salva a su hogar en los Estados Unidos. Todo el día, toda la noche, la guerra se está metiendo en el living con la promesa de mostrar absolutalmente todo, como en la casa, el bar, la playa o la academia de cantantes, aunque oculta los heridos y las muertes.
El semiólogo uruguayo Fernando Andacht, autor de El reality show, una perspectiva (Editorial Norma), estudia el gran “reality de la guerra”, y no se sorprende de los procesos de fusión entre el entretenimiento y la información. “Frente a las ideas catastrofistas que auguraban el fin del género –explica Andacht en la entrevista con Página/12–, el reality sigue creciendo y transforma la programación de manera indirecta, evolutiva, y eso incluye al territorio de la información.”
–¿Por qué el canal de noticias toma préstamos del reality para contar lo que ocurre en la guerra?
–El backstage ya es un género en sí mismo; todo pasa en una zona entre íntima y de confianza que permite acceder a cosas que antes eran vedadas, al ámbito familiar. La tendencia universal es volver conocido lo no familiar; frente a algo inhóspito u horrible se genera un mecanismo de protección: Irak se convierte en algo más digerible para el público cuando se familiariza lo desconocido y se muestra el lado íntimo de personajes públicos. El mundo se vuelve más parecido a lo que ocurre dentro de la tele. Es el proceso de televisación del mundo.
–También los procesos de polarización entre bandos (pacifistasbelicistas, bushistas-saddamistas, por ejemplo) parece una importación de recursos del reality show.
–En la TV, parecería posible pensar a la guerra como un “Gran Hermano”, una contienda entre un Gastón, antípodas de la moral, y un Marcelo. Por un lado tenemos a alguien con una pésima reputación, pero a quien no se le comprobó absolutamente nada, y del otro lado a alguien que decide ir en contra de una opinión mayoritaria para agredirlo. Se da el escenario típico para generar un claroscuro moral que responde a las reglas del espectáculo.
–¿Qué otros parecidos observa entre el canal de noticias y la transmisión del reality show?
–La transmisión en continuo del reality o la guerra son registros de tipo documental. Yo lo llamo melocrónicas de la vida cotidiana, con elementos melodramáticos propiciados por las reglas de su género: humor, romance, efectos visuales, música, la mano de la producción interviniendo. En la guerra, el relato se enmarca en una épica, un relato de héroes que pasa al primer plano cuando se cuenta el rescate de Jessica Lynch, por ejemplo, dando virginidad al asunto menos virgen del mundo. Estos esfuerzos epopéyicos tratan de darle un sentido tranquilizante y hacen aparecer, además, el “factor cruzada”, que no está en esta guerra y sí estaba, en cambio, en el ‘91.
–La guerra en el living a toda hora: ¿no contribuye de alguna forma a que quede naturalizada?
–Es difícil soportar una transmisión en directo del reality o de la guerra, por tedio o por horror. Pero la discusión permanece: ¿naturaliza o alimenta el horror? Es cierto que hay mucho de fuegos artificiales y no semuestran los detalles de los niños heridos o la maternidad bombardeada. Pero tanto la información sobre la guerra como el reality show, en cierta dosis de pureza, producen una rápida saturación.
–Usted atribuye a “Gran Hermano” provocar una “microrrevolución sexual”. ¿Cómo denominaría al cambio que produce la cobertura de guerra?
–Verónica, o la Colo, sale de la cama y habla con Tamara, en evocación casi orgásmica de lo bien que lo pasó con Gustavo. Es una “microrrevolución sexual”: el canal de la familia muestra lo que antes ocultaba. Y, en la guerra, la camioneta es bombardeada y, ante la cámara, un señor levanta un chiquito muerto y lo vuelve a tirar como un saco. Por más que se intente purificar, se cuela lo escabroso. Es una imagen devastadora, una absoluta sanción al campeón moral, y tiene un efecto residual muy grande.
–También habla del “testigo” en reemplazo del experto.
–Hay un motor de sentido que funciona en la guerra y en el reality: el lugar del testimonio o del testigo. La televisión busca a los testigos, que no sean partes comprometidas, que dieron testimonio con su cuerpo. Es una voz de desesperado, con enorme valor, que en estos momentos está en pie de igualdad con el valor que antes dominaba, que era el de la estrella. En esta época, para ser brillante, alcanza con el sólo hecho de haberlo vivido: el cuerpo presenta su testimonio conmovido. Al gran público le interesa mucho más el testigo que el experto.