Sábado, 19 de mayo de 2012 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
Por Alfredo Zaiat
El trastorno obsesivo compulsivo con el dólar exige un tratamiento de cuidado intensivo porque una estrategia de abstención abrupta provoca momentos de desesperación. No es un tema exclusivamente económico. En principio, es una cuestión social con componentes psicológicos de seguridad existencial, delineada por una pauta cultural arraigada en variados agentes económicos con poco o mucho excedente de capital.
Es debatible si el tipo de cambio está atrasado o mantiene márgenes de competitividad; si el aumento de precios domésticos o la disputa político-mediática alimentan las tensiones en el mercado; si la devaluación del real o el fuerte aumento del precio de los commodities agrarios, en especial la soja, actúan sobre la cotización del dólar; si el billete verde es una opción financiera rentable o sigue siendo un activo refugio pese a su devaluación por la crisis internacional. Todos los argumentos que se suman para cada una de esas situaciones orientan, según la posición que se asuma, hacia la comprensión sobre el destino de la paridad del dólar en el actual contexto local y del exterior.
Esos análisis son incompletos si no se agrega que la gestión de política económica en el país debe desarrollarse con una restricción adicional: el TOC con el dólar. Se manifiesta en todo momento. En períodos de crecimiento económico record o en fases recesivas del ciclo; con precios al alza o con marcos estables; con alivio por el desendeudamiento, abundantes reservas y garantía de pago de vencimientos con esas reservas o con inestabilidad en el frente externo; en etapas de recrudecimiento de la crisis internacional o en lapsos de tranquilidad en los mercados bursátiles mundiales.
La imposibilidad de comprar dólares, pocos o muchos, genera un estado de intranquilidad espiritual en sectores medios, que se extiende hacia grupos que no tienen capacidad patrimonial para adquirir divisas. Es un comportamiento que excede la legitimidad de una medida de control de la especulación cambiaria, como la de adquirir dólares con la cotización oficial para luego venderlos en el paralelo. Conductas sociales de décadas terminaron por configurar una pauta cultural dolarizada que requiere de una labor paciente para modificarla. No se logra en forma inmediata cerrando totalmente la ventanilla de venta de dólares. En noviembre pasado, cuando se presentó el nuevo régimen para adquirir moneda extranjera, se informó de la existencia de una fórmula que determinaría la capacidad contributiva y patrimonial del comprador para validar operaciones. Si bien no se difundió el contenido de ese filtro, tenía el respaldo argumental de que las transacciones en el circuito formal sólo podían ser aceptadas con la exteriorización de fondos declarados. Al rechazar casi todos los requerimientos de compra de dólares en los últimos días, ese sistema quedó desdibujado, además de provocar distorsiones en varios segmentos de la economía dolarizados, como el inmobiliario.
Brasil es uno de los ejemplos más cercanos que se exhiben para ilustrar que en su mercado inmobiliario las operaciones se concretan en la moneda nacional. El dólar no es tomado como referencia para la cotización de las viviendas. Aquí es donde se expresa con nitidez que no se trata sólo de un tema económico, sino de una pauta cultural de los agentes económicos. En no pocas oportunidades se ha explicado que el TOC con el dólar en Argentina tiene su origen en el padecimiento de sucesivas crisis económicas, devaluaciones, años de alta inflación hasta hiperinflación y repudio de contratos económicos, como el default de la deuda.
En ese inventario de descalabros el caso brasileño no es muy diferente al argentino. En la investigación Ocho siglos de crisis financieras. Historia mundial de los defaults, el ex economista del FMI Kenneth Rogoff y el ex vicepresidente del banco de inversión Bear Stearns Carmen Reinhart revelan que Argentina no se encuentra al tope de los países defolteadores de la región. Desde su independencia, Argentina defolteó siete veces, siendo el último de gran magnitud. Brasil lo hizo en nueve oportunidades. El recorrido inflacionario también tiene muchas similitudes. Brasil registró tasas de inflación altas que se ubicaron por encima del 30 por ciento a partir de 1974, con picos de 235 por ciento en 1985, para describir un salto a la hiperinflación en el período 1988-1994 con un piso de 1000 por ciento anual y un máximo de 2700 por ciento en 1993.
Brasil reúne entonces las mismas condiciones de experiencias pasadas traumáticas de la Argentina para explicar los motivos del atesoramiento de dólares o la referencia del valor de inmuebles en dólares. Pero otro es el movimiento económico cotidiano, lo que no implica que grandes capitales brasileños no fuguen dinero al exterior o desvíen fondos no declarados hacia paraísos fiscales o hacia la compra de inmuebles en Punta del Este. Pese a ese tradicional comportamiento de las elites latinoamericanas, el desarrollo de transacciones domésticas relevantes tiene como unidad de cuenta el real, la moneda nacional. En esa instancia, aparece la pauta cultural que altera la economía argentina, que fue consolidada con la fantasía de la convertibilidad. Ese régimen terminó de marcar a fuego el carácter bimonetaria de la economía.
La tarea de desarticular la conducta dolarizadora no es sencilla ni inmediata. La dificultad de esa labor no implica resignarse y abandonarla, sino encontrar la estrategia adecuada para ir cambiando prácticas que se hicieron habituales. Por ejemplo, la actividad de compraventa de autos se ha pesificado y sólo se mantiene la referencia dólar para unidades de alta gama. Luego de la renegociación del default, el 38 por ciento de la deuda pública se ha pesificado, mientras que el sistema financiero posee un muy bajo grado de dolarización. El segmento en moneda extranjera en los bancos es una parte relativamente pequeña del total de depósitos y préstamos. Las colocaciones en dólares representaban en promedio el 56 por ciento del total en el período 1995-2001, alcanzando un máximo de 66 por ciento en 2001. Hoy representan apenas el 13 por ciento de los depósitos totales. En el caso de los préstamos en moneda extranjera la diferencia es más notoria. En 1995-2001, en promedio se habían constituido en dólares alrededor del 65 por ciento de los préstamos, con un pico de 72 por ciento en 2001. Actualmente representan apenas 14 por ciento, créditos restringidos a operaciones de comercio exterior.
El mercado inmobiliario y el atesoramiento de billetes verdes como supuesto refugio de defensa del poder adquisitivo son dos frentes de resistencia de la dolarización. En el primero, el proceso de pesificación requiere ciertas regulaciones sobre publicidad y comercialización, además de modificaciones culturales en un marco de crecimiento económico y estabilidad cambiaria. En el segundo, haber sido la peor opción financiero en los últimos diez años no ha sido suficiente. Sólo la evolución del dólar en el mercado internacional podrá desalentar el ahorro en esa moneda, que se devalúa, está siendo desplazada lentamente como activo de reserva por las potencias emergentes y, además, pierde poder adquisitivo. En los últimos 25 años, de acuerdo con la evolución del índice de precios de Estados Unidos, su capacidad de compra descendió 50 por ciento. Este es un ciclo autónomo de la dinámica económica local con su cultura dolarizadora, pero ese proceso de declive del billete verde a nivel internacional no debería ser ignorado por aquellos que manifiestan síntomas de TOC con el dólar.
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