Lunes, 26 de noviembre de 2012 | Hoy
ECONOMíA › CóMO HACER PARA QUE EL PROYECTO EUROPEO DE UNA MONEDA úNICA NO FRACASE
Los autores afirman que se necesita un mecanismo para redireccionar el superávit en cuenta corriente hacia los países con déficit comercial. Por ejemplo, que los países con superávit gasten euros en inversión directa en los otros países.
Por Dimitri Papadimitriou, Randall Wray yYeva Nersisyan *
La mayoría de los planes de rescate de la Eurozona descansan en el supuesto de que, con más tiempo, los chicos problemáticos de la región pueden poner sus cuentas fiscales en orden –y que la Unión Europea (UE) de alguna manera pueda hallar la manera de salir de la crisis–. Pero la medicina de la austeridad ha demostrado ser inviable, por dos razones: los pacientes se han negado a seguir tomándola y, en cualquier caso, daría lugar a una carrera hacia el abismo que nadie puede ganar.
Los países en cuestión son democracias y está lejos de ser cierto que Grecia y los demás estén realmente dispuestos a subir los impuestos y recortar el gasto público lo suficiente como para hacer una diferencia dramática. Pero supongamos que Grecia haga ese sacrificio. Si en el medio de una recesión el gobierno continúa tratando de reducir su déficit bajando costos o aumentando impuestos, la estrategia está condenada al fracaso, como ha sucedido hasta el momento. Los recortes salariales y de jubilaciones o aumentos de impuestos reducirán el ingreso nacional y los ingresos fiscales menguarán todavía más, por lo que el déficit presupuestario sería más grande. Menores ingresos también significan una menor demanda efectiva, lo que agravará aún más la situación de desempleo que ya era mala en Grecia, provocando más disturbios civiles.
Por último, si la austeridad lograse reducir los salarios y los precios en un país, la deflación competitiva podría agravar el problema, ya que cada país trataría de obtener ventajas para promover el crecimiento a través de las exportaciones. Lo más notable es que el mayor exportador neto de la UE, Alemania, no parece darse cuenta de que la insistencia en la austeridad fiscal para todos sus vecinos implica cocinar a su propia gallina de huevos de oro.
La fortaleza fiscal de Alemania es, en gran parte, resultado de su superávit en cuenta corriente. En efecto, Alemania es el mayor exportador del mundo, y gran parte de su mercado se encuentra en Europa. Esto es, naturalmente, la contracara de los déficit en cuenta corriente del resto de los países europeos, como Grecia. Por eso, es doblemente irónico que Alemania castigue a sus vecinos por su “libertinaje”, pero se apoye en la capacidad de esos países para “vivir por encima de sus medios” para producir un superávit comercial que le permite a su gobierno tener menores déficit presupuestarios. Evidentemente, es imposible que todas las naciones posean un superávit en cuenta corriente, y Europa, tomada como un todo, puede tener un superávit en cuenta corriente sólo en la medida en que haya otras naciones que tengan déficit.
Pero el desafío más importante es que cada país miembro resignó su soberanía monetaria para adoptar lo que es esencialmente una moneda extranjera, el euro. Quien emite una moneda soberana –es decir, un gobierno que gasta usando su propia moneda no convertible– no puede ser forzado a un default. Esto lo reconocen, por lo menos parcialmente, los mercados. Es por eso que un país como Japón puede acumular un nivel de deuda con respecto al PIB que duplica la “elevada deuda” de los países de la Eurozona, mientras que todavía accede a tasas de interés extremadamente bajas. Por el contrario, los países del euro, al igual que los estados de Estados Unidos y los países que operan con cajas de conversión (como la Argentina durante los años ’90), enfrentan bajas de calificaciones y mayores tasas de interés con niveles de deuda respecto del PIB significativamente inferiores a los de Japón y Estados Unidos. Los países que renuncian a su soberanía monetaria se ven obligados a endeudarse en los mercados de capitales a tasas de mercado, que fácilmente pueden salirse de control, con el fin de financiar sus déficit.
Es hora de empezar a pensar en una reconstrucción total del proyecto europeo. El superávit comercial de los países como Alemania le permite acumular euros, y hace más sencillo evitar grandes déficit presupuestarios. Los países con déficit comercial como Grecia, sin embargo, deben pedir prestados euros, y tienden a mantener grandes déficit fiscales, en un esfuerzo por generar demanda interna y, por lo tanto, les exigen que adopten políticas de ajuste y austeridad. Se necesita un mecanismo para reorientar la demanda o “redireccionar” el superávit en cuenta corriente hacia los países con déficit comercial, por ejemplo, que los países con superávit gasten euros en inversión directa en los otros países. Alemania hizo eso con la antigua Alemania del Este durante la reunificación.
En el largo plazo, se necesita un mecanismo fiscal permanente a través del cual las autoridades centrales de la Zona Euro puedan redistribuir fondos entre los países miembros. Idealmente, esto sería supervisado por el equivalente de un Tesoro Nacional que responda a un organismo con representantes elegidos democráticamente, en este caso, el Parlamento Europeo. Ese mecanismo replicará, en cierto modo, la relación del Tesoro de los Estados Unidos con los estados de ese país, pero con mayores transferencias fiscales y un mayor control de los estados europeos. Un monto equivalente al 10 o 15 por ciento del PIB de la Eurozona podría ser distribuido a los países miembros cada año sobre una base per cápita para apoyar sus esfuerzos fiscales. Esto aliviaría las presiones para adoptar medidas de austeridad, y limitaría la necesidad de endeudarse en los mercados financieros para financiar el déficit fiscal. El Parlamento Europeo ha estado involucrado desde siempre en las transferencias fiscales hacia las naciones más pobres, pero su presupuesto total se ha mantenido por debajo del 1 por ciento del PIB, que es claramente demasiado pequeño para permitir que las economías operen cerca del pleno empleo.
La Unión Europea fue fundada como una aventura política de las ambiciosas cabezas de dos potencias continentales, Francia y Alemania. Pero rara vez la política y la economía pueden mantenerse demasiado separadas y, gracias al euro, su creación rápidamente se convirtió en una aventura económica. La ironía es que la falta de una verdadera unión política, que hubiera permitido una política fiscal unificada, es precisamente lo que va a terminar matando a todo el proyecto.
* Levy Institute of Bard College.
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