Sábado, 8 de diciembre de 2012 | Hoy
Por Alfredo Zaiat
A mediados de la década del sesenta, en el auge del período de sustitución de importaciones y desarrollo de la industria nacional, unas 650 empresas cotizaban en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. A fines del año pasado había apenas 105, tendencia al achicamiento que no se interrumpió en 2012, cuando Alpargatas anunció el inicio del proceso de retiro, firma emblemática del recinto. La reducción del mercado de capitales durante las décadas de expansión de las finanzas globales fue un comportamiento contra corriente del crecimiento de otras plazas latinoamericanas, como Brasil, México y Chile. Una de las explicaciones de la decadencia de la Bolsa argentina se encuentra en la estructura institucional cerrada de la vieja guardia de agentes bursátiles preocupada en preservar sus propios intereses financieros, marginando a nuevos operadores dinámicos e innovadores. La mediocre dirigencia dedicada a custodiar privilegios protocolares y negocios para pocos definieron el deterioro de la Bolsa como ámbito especial de canalización del ahorro hacia la inversión productiva. La pérdida de relevancia del mercado bursátil tiene su origen también en factores estructurales. Si, como se mencionó, el auge de empresas listadas a cotizar fue cuando la economía real tenía un desarrollo pujante, el extraordinario retroceso fue reflejo del largo período de desindustrialización y extranjerización. A lo que se sumó la fabulosa fuga de capitales en esas décadas, pérdida de ahorro doméstico que podía haber alimentado la densidad del mercado de capitales local.
La función de la Bolsa es permitir que el ahorro del público inversor se oriente hacia empresas que necesiten fondos para implementar proyectos de desarrollo productivo. Es la definición básica del objetivo de la actividad bursátil que, desde mediados de los ’80 y con más intensidad en la primera década del nuevo siglo, adquirió a nivel internacional rasgos sofisticados y más especulativos con la irrupción de complejos instrumentos financieros. En el escenario simple de canalizar ahorro hacia la inversión productiva, la Bolsa desempeña un papel clave en la transferencia de recursos para financiar el desarrollo de empresas, actuando como dinamizador del crecimiento económico. El círculo virtuoso se despliega con la producción generando empleo, el empleo posibilitando ahorros, y el ahorro a través del mercado de capitales regresando a la producción. Por deficiencias de sus propios dirigentes, políticas económicas de desaliento industrial y perfil rentístico de la elite empresaria argentina, la Bolsa ingresó en una etapa de pérdida de peso relativo en la estructura de las finanzas locales. Según un estudio de la Bolsa, el 60 por ciento de las familias norteamericanas tiene inversiones cotizables en mercados bursátiles, mientras que en Argentina suman apenas el 2,5 por ciento.
El documento Situación del mercado de capitales en Argentina 2003-2009, de Gastón Eyerbe, Mauro Nicolás Blanco y María del Rosario Bongiorno, precisa que el país con mayor número de empresas cotizantes –y con el mayor índice de capitalización sobre PBI– es Estados Unidos, con 6016 empresas, de las cuales 5238 son domésticas y 778 extranjeras. En América latina, el liderazgo es de Brasil con 386 empresas (377 domésticas y nueve extranjeras), le sigue México con 406 empresas (125 domésticas y 281 extranjeras), luego Chile con 236 empresas (232 domésticas y 4 extranjeras) y finalmente Argentina con 106 empresas (101 domésticas y cinco extranjeras). Este último dato actualizado es 104.
Las principales razones del achicamiento del mercado local fueron que algunas grandes empresas decidieron retirar de cotización pública las acciones, otras quebraron y no pocos abandonos del recinto fueron por la extranjerización de compañías. Los grupos que tomaron el control de empresas nacionales decidieron deslistar a la compañía de la Bolsa local, manteniendo la cotización de su casa matriz en el mercado bursátil del país de origen, incluyendo la filial argentina. El saldo fue menos empresas cotizantes, menores volúmenes de negociación y una mayor concentración de las operaciones en pocas empresas.
La troika de investigadores menciona, además, un factor cultural explicativo del retroceso de la Bolsa argentina en términos relativos a otros mercados de la región. “Existe un alto grado de desconocimiento del mercado de capitales además de cierta reticencia de los dueños de las compañías a abrir sus empresas y el control sobre las mismas a terceros, a diferencia de lo que ocurre en los países sajones, donde existe un fuerte arraigo hacia el mercado de capitales”, señalan. Esto significa que existe una preferencia por el control societario total y por una menor exigencia de información y de cumplimiento normativo.
Además de pocos operadores por el régimen cerrado que existía hasta la sanción de la nueva ley de regulación del mercado de capitales, del poco volumen de negocios y cantidad de inversores y de la falta de empresas que utilizan el recinto para financiarse, la actividad bursátil fue languideciendo por el maltrato y fraude padecido por los accionistas minoritarios por parte del grupo de control. Uno de los casos más resonantes de la década pasada fue el de Terrabusi, que reunió todos los ingredientes para entender el deterioro de la Bolsa argentina. El grupo económico local vendió la compañía a una multinacional, ésta retiró de cotización las acciones de la empresa y los accionistas controlantes perjudicaron a los minoritarios, además de haber violado normas por la utilización de información confidencial en beneficio propio. Carlos Reyes Terrabusi y Gilberto Montagna vendieron la fábrica de galletitas a Nabisco por 270 millones de dólares. Mientras estaban en negociación hicieron una importante diferencia especulando con la cotización del papel. El inside trading –el conocimiento de la información sobre las tratativas con Nabisco– por parte del grupo de control y de directivos en beneficio propio estaba prohibido. Reyes Terrabusi, Montagna y otros directivos no prestaron atención a esa restricción, que tiene como objetivo defender a los pequeños y medianos accionistas, y durante el período de negociación con Nabisco realizaron varias operaciones, a través del agente Carlos Raimúndez, que les reportaron una ganancia de unos 680 mil pesos/dólares.
Los diferentes casos de abuso en las últimas tres décadas (Celulosa, Alpargatas, Comercial del Plata, Sevel, Perez Companc, Grupo Clarín, Canale, Metrovías, Boldt, Papel Prensa) estuvieron avalados por las instituciones bursátiles, con el régimen de autorregulación como bandera del paradigma de la ortodoxia, y por las escasas herramientas de intervención de la Comisión Nacional de Valores. El blog “rambletamble” de Artemio López rescata una interesante entrevista a Héctor Helman, director de la Comisión Nacional de Valores, quien ilustra que “tanto desde la academia como desde la práctica se demostró que la autorregulación fue un problema y un factor desencadenante de crisis, tanto a nivel corporativo como a nivel macroeconómico y soberano”.
La nueva ley de regulación del mercado de capitales modificó el marco normativo de 1968 dispuesto por la dictadura de Onganía para brindar mayor capacidad de intervención a la CNV con el objetivo de recuperar a la Bolsa como un canal tradicional del ahorro hacia la inversión productiva. El desafío es diseñar una estructura ágil de control e intervención para recuperar la confianza de los inversores bursátiles estableciendo reglas claras y estables para fortalecer la transparencia y la defensa del ahorrista minorista. Helman indica que “la Argentina no tiene grandes problemas de ahorro. Hay bastante más de 100.000 millones de dólares fuera del sistema, lo que demuestra que hay un problema de vasos comunicantes entre el ahorro y la inversión”. Para capturar un porcentaje de esos recursos se requiere también ofrecer instrumentos financieros atractivos que incentiven la inversión hacia los sectores productivos, lo que facilitará la capitalización de las empresas y disminuirá los costos financieros de los créditos bancarios. Si se logra construir el círculo virtuoso del ahorro-inversión en el mercado de capitales, la Bolsa no será sólo un reducto de “timba” sino el vehículo para financiar el desarrollo económico.
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