Miércoles, 7 de agosto de 2013 | Hoy
ECONOMíA › OPINIóN
Por Carlos Tomada *
En 2003, algunos economistas decían que Argentina, para reducir la desocupación a un dígito, iba a tardar veinte años. Bueno, se equivocaron. Se necesitó mucho menos. De aquel 24,3 por ciento se llegó a este 7,2. Claro, no conocían la tenacidad ni la decisión de Néstor Kirchner –que puso el empleo en el centro de las políticas públicas– ni el cambio en la dirección de las políticas que se habían seguido durante treinta años.
Luego, en 2008, cuando explotaron los efectos de la crisis internacional –que no sólo subsiste, sino que en materia de empleo se agravó–, estos mismos analistas vaticinaron una fuerte e irrefrenable destrucción de puestos de trabajo en la Argentina. Y un crecimiento exponencial de la desocupación. Bien, también se equivocaron. Porque en todos estos años de debacle financiera mundial, la tasa de desempleo en nuestro país se muestra estable. Alrededor del 7 por ciento. A veces, más; otras, menos. Claro, tampoco sabían que Cristina Fernández de Kirchner iba a rechazar toda receta de ajuste. Y, contra viento y marea, iba a sostener el empleo, a cuidar el consumo y el mercado interno. Y a ayudar a las empresas para que mantuvieran a su personal.
Ahora podemos también decir que la estructura ocupacional argentina cambió. De excluyente y líquida se convirtió en inclusiva y sólida. Que las políticas del Gobierno generaron este cambio. Que todo se hizo con eje en el empleo. En la generación de trabajo. En la obsesión de que sea registrado. Incorporando al sistema previsional a trabajadores que no podían jubilarse por falta de aportes. Y poniendo en marcha la Asignación Universal por Hijo, un instrumento de inclusión no sólo hacia la economía, sino también hacia el futuro, porque abre la puerta a la educación y a la salud.
Recuerdo también que cuando asumí como ministro de Trabajo existían 2.300.000 planes Jefas y Jefes de Hogar para atender la crisis fenomenal que se vivía por entonces. Hoy este plan abarca sólo a 2000 personas que lo necesitan.
Cuando uno mira hacia atrás y rememora aquella triste Argentina no puede dejar de ver cuánto se ha recorrido. Porque en este tiempo se sumaron cinco millones de nuevos puestos. Y que esto, más que un número, tiene una palabra que lo define: inclusión. Porque, además, se bajó cerca de 18 puntos la informalidad laboral. Y se firmaron miles y miles de acuerdos salariales y convenios colectivos. Porque se mantuvo diez años seguidos el Consejo del Salario Mínimo Vital y Móvil, que llevó ese valor de referencia a crecer un 1700 por ciento, convirtiéndolo así en el mayor de Latinoamérica.
Hoy también podemos decir que son 12 millones de argentinos los que tienen derechos y transferencias de ingresos que en 2003 no tenían. Sí. Doce millones. Sumemos: cuatro millones y medio con trabajo registrado. Dos millones 600 mil nuevos jubilados. Un millón 200 mil pensionados y tres millones 600 mil beneficiarios de la AUH.
No soy amigo de andar poniendo números en el debate político. Pero la contundencia de estos datos es mucho más elocuente que mil palabras. En este tiempo electoral, uno escucha a todos los candidatos que hablan y hablan. Algunos hacen análisis forzados para difundir imágenes distorsionadas. Otros, críticas. Y otros, hasta descalificaciones. Pero en lo que siempre coinciden es en las promesas vacías o en proyectos que no se sostienen. Hay quienes hablan de propuestas de empleo para jóvenes y lo único que hacen es copiar una política que está en marcha –por la que han pasado 600 mil jóvenes– y que parecen desconocer que se aplica en su propio distrito político. Lástima que antes la elogiaban, pero en fin... Nosotros, como nos mandan nuestros valores, entendemos que mejor que decir es hacer. Que mejor que prometer es realizar.
* Ministro de Trabajo.
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