Miércoles, 7 de agosto de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Martín Granovsky
Su discurso fue sintético y, bien leído, el menos entusiasta hacia el papel que puedan jugar las organizaciones regionales como instancia de poder global. Dijo que la cooperación de las Naciones Unidas con ellas “seguirá siendo importante”, pero aclaró que “también debemos ver con claridad sus límites”, como justo era el debut de Samanta Power en su condición de embajadora norteamericana en Naciones Unidas, su presencia de ayer en el Consejo de Seguridad marcó uno de los dos símbolos del día: el gobierno de Barack Obama no sólo evitará quedarse dentro de los límites de una simple defensa sino que alentará un intervencionismo activo en el mundo. El otro símbolo fue la masiva presencia de cancilleres de Sudamérica y un mensaje que cada ministro repitió a su modo: la región no tiene hoy problemas que afecten la paz mundial y, además, resolvió por sí misma los conflictos en los últimos años. Para decirlo en términos de Cristina Fernández de Kirchner, que por un momento se corrió de su puesto de presidenta de las sesiones del Consejo de Seguridad para hablar en nombre de la Argentina, Sudamérica “es eficaz”.
Nacida en 1970 en Irlanda y ex periodista –cubrió la guerra de la ex Yugoslavia–, Power ya era asesora de Obama. En la ONU reemplaza desde el lunes último a Susan Rice, que pasó al poderoso Consejo Nacional de Seguridad, el órgano de jurisdicción presidencial que coordina la política exterior y la inteligencia. Bob Dreyfuss, columnista del semanario de centroizquierda The Nation, escribió que ambas “representan un ala peligrosa del establishment liberal en los círculos diplomáticos de los Estados Unidos”. Las definió como “intervencionistas convencidas de que cualquier asesinato masivo o cualquier amenaza de asesinato masivo es un genocidio potencial como el de Ruanda”. Antes de entrar en el gobierno, Power escribió un libro que ganó el premio Pulitzer, Un problema del infierno. Los Estados Unidos en la era del genocidio. Su tesis era que Washington no había detenido a tiempo ninguno de los genocidios del siglo XX, comenzando por el armenio. Una vez instalada cerca de Obama, el consejo de Power fue decisivo para los bombardeos norteamericanos en Libia.
El lunes, tras presentar credenciales al secretario general, Power dijo que la ONU es un ámbito crucial para muchos de los intereses de los Estados Unidos, y añadió que “el liderazgo de los Estados Unidos en la ONU es indispensable para que esos intereses avancen”. Mencionó el terrorismo, “atrocidades masivas en Siria”, Sudán meridional, “el esfuerzo por aliviar la pobreza global” y “la quiebra de la sociedad civil en todo el mundo”.
Power y Rice son un ala –la menos pragmática– de un país en turbulencia. Un país donde la desigualdad volvió a números anteriores a la crisis del ’29 y la concentración económica no perdona ni a The Washington Post, comprado en efectivo por el dueño de Amazon esta misma semana.
Frente a ese país fue que ayer Sudamérica exhibió una homogeneidad que pareció basarse en el orgullo y la eficacia de las fuerzas propias más que en una vieja retórica antinorteamericana sin argumentos.
Críticas hubo, naturalmente. El tema central era la relación entre la ONU y las organizaciones regionales como Unasur o el Consejo de Estados de Latinoamérica y el Caribe, por nombrar las de esta región, y dos de los asuntos a tratar que preocupan a las organizaciones, lo mismo que al Mercosur, son el acoso al avión de Evo Morales y el espionaje masivo y sistemático que reveló Edward Snowden, el ex analista de la CIA y de Booz Allen.
David Choquehuanca, el canciller de Bolivia, pidió que la ONU investigue el espionaje, cuestionó el derecho de veto de los Estados Unidos, Francia, Rusia, Gran Bretaña y China en el Consejo de Seguridad y comparó: “Mientras la OTAN organiza intervencionismos, Unasur arregla conflictos sin prácticas monárquicas”. La propia Cristina reivindicó el método de Unasur y Celac ante un problema: “Nadie se levanta hasta que no se resuelve algo por consenso”. Y al tocar la cuestión del espionaje lo hizo mediante una alusión. Dijo que las revelaciones de Snowden sugerían un panorama similar al descripto en La vida de los otros. A Power no le debe haber gustado mucho la referencia a la película alemana. Pinta el abrumador sistema de espionaje de la Stasi, el servicio secreto de la Alemania prosoviética. Los archivos desclasificados desde la caída del Muro de Berlín revelan un increíble grado de detalle y seguimiento, incluso sobre las acciones más cándidas de la vida cotidiana. Algo muy distinto de la eficacia para resolver conflictos que por estos tiempos enorgullece a Sudamérica.
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