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Política social y decisiones económicas

 Por Estela Grassi *

Las decisiones fundamentales (y fundacionales) en materia de política social son las que tienen que ver con el ajuste de la moneda, la apertura del mercado, los impuestos y retenciones y el nivel y dirección de las inversiones (¿gastos?) del Estado. Más allá de todas las promesas de Alicia en el país de las maravillas, estas decisiones son decisiones de política social porque de ellas dependen las condiciones de vida de todos los sectores que tenemos como principal o único patrimonio nuestro potencial de trabajo. Esto es así porque:

1) De esas decisiones depende la capacidad de compra de los salarios o ingresos del trabajo. Una devaluación brusca de la moneda, si la hace el “señor mercado” (en realidad, el conjunto de agentes que actúan con poder y por su cuenta) sin otras medidas que protejan esos ingresos (medidas que solo puede tomar el Estado), supone una reducción equivalente de los pesos que se cobran, se reciban o se hayan guardado como ahorro.

2) Si se abre más la economía y se permite “la total libertad” para importar (como prometió el 3 de noviembre, sin ir más lejos, el diputado del PRO Pablo Tonelli) se desprotege la producción interna, por mínima que sea. Por poner un ejemplo cualquiera: si se pueden importar sin restricciones –es decir, sin impuestos– aceite y fideos que podrían terminar costando igual que el aceite y los fideos que se producen localmente, esas industrias dejan de ser rentables, se cierran, hay menos empleo (o más desocupación).

3) Si todo eso ocurre, hay menos capacidad de consumo; por lo tanto, no vale la pena producir pues se vende menos. Y si se produce y vende menos, se emplea menos (o por menos horas o menor salario); se viaja menos; no se arregla la casa, ni se cambian los muebles; se va menos al médico o al analista o a la profesora particular o al gimnasio... y así sucesivamente. 4) Si dejamos de pagar impuestos (¡y no podemos decir que el régimen que tenemos es progresivo!), esos dineros que no aportamos al erario público son dineros que quedarán en los bolsillos de cada uno (de banqueros, exportadores y de todos quienes puedan tener ingresos más altos), pero entonces, habrá menos recursos para las escuelas públicas, los sueldos de los maestros y profesores, de los médicos de los hospitales y centros comunitarios, para las becas de investigación y de doctorado de quienes se quieran formar como científicos, para investigar en ciencia y tecnología, para mejorar el hábitat, para hacer caminos o ampliar las redes de conexión a Internet, y no solamente para la Asignación Universal por Hijo o la cobertura jubilatoria, que tanto disgusta a quienes suponen que una sociedad no es más que un conjunto de personas amontonadas, buenas o malas y capaces o incapaces por naturaleza.

5) Si, además, se aceptan las exigencias de los fondos especulativos según manda un juez de una ciudad de un país extranjero, ni qué decir de todo esto.

6) Si no estuviéramos ante la posibilidad de que se devalúe sin red, se abran indiscriminadamente las importaciones, se tome deuda para pagar deuda, se constriñan los salarios, se reorienten los gastos del Estado en detrimento de la educación, la investigación, la salud, etc., deberíamos estar ocupándonos de que el empleo de calidad que aumentó y volvió a valorarse en este ciclo pueda incorporar a los que aún trabajan en negro; de asegurar que las nuevas universidades que facilitan el ingreso de más población aumenten también cada vez más su calidad e incorporen a los más calificados doctores que se formaron en los años recientes, para enseñar y para investigar; de lograr que la AUH, las jubilaciones y las protecciones sean cada vez más universales; de hacer que las instituciones y servicios públicos cuyo personal aumentó y fue mejor remunerado en este tiempo (desde médicos a profesores y maestros) funcionen con la mayor eficiencia y compromiso. Deberíamos estar ocupándonos también de volver a hacer de la escuela pública la primera opción de todos los padres de todos los sectores sociales, para que sea un lugar donde aprender mejor los conocimientos y la cultura, pero también donde todos puedan reconocerse como iguales en la diversidad. En suma, deberíamos estar ocupándonos de otras tantas cuestiones que siempre se presentan como nuevos desafíos para un país del que todos nos sintamos parte.

Para poder ocuparnos de eso y mucho más, hay que tener presente que aquellas decisiones primeras (prometidas entre dientes o anunciadas como panaceas) son la madre de todos los borregos. Son promesas de campaña para un país de maravillas, espejitos de colores que encandilan, pero son de fantasía: los dólares no llueven gratis y lo más seguro es que, entonces, cambiemos para peor.

* Profesora titular de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

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