Lunes, 18 de enero de 2016 | Hoy
ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: LA EVOLUCIóN DE LOS INGRESOS EN UN ESQUEMA DE METAS DE INFLACIóN
El cambio en el modelo económico tiende a achicar el mercado interno y la producción nacional. Los especialistas analizan el primer mes de Mauricio Macri, con medidas que configuran una redistribución regresiva del ingreso. Sus consecuencias a corto plazo y como cambio estructural.
Por Nicolás Bertholet y Alejandro Robba *
La tan denostada campaña del miedo no fue tan lejos como la realidad misma. El ministro Alfonso Prat-Gay dejó en claro que la alegría no era ni será para la mayoría de los argentinos sino que alcanzará sólo a los sectores económicos concentrados, direccionando cuantiosas sobretasas de ganancias y transferencias de recursos a través del set clásico de políticas de ajuste: devaluación, eliminación y bajas de retenciones, subas de las tasas de interés, despidos masivos, ajuste fiscal, techo salarial, metas de inflación y el retorno al endeudamiento externo.
La primera meta que se ha fijado el gobierno es una reducción de los salarios reales. Con paritarias que parecieran tener un techo del 25 por ciento, al menos en la intención de los funcionarios, no se podrá recuperar la inflación anual (proyecciones privadas apuntan al 5 por ciento en enero y más del 35 por ciento en el año) producto de la abrupta devaluación, potenciada por la eliminación de los derechos de exportación para la mayoría de los cultivos y el tarifazo que se prepara para febrero. En síntesis, el equipo económico tiene como meta una caída de como mínimo diez puntos del salario real.
La segunda meta ha sido incrementar el desempleo como política antiinflacionaria. La expulsión de trabajadores del Estado sumado al efecto demostración (“yo despido, tu puedes despedir”) que tomará el sector privado, tiene la intención manifiesta de subir el desempleo como un elemento central en el control de precios, basada en un esquema de metas de inflacional estilo de los implementados en países como Brasil, Chile y Colombia.
Las metas de inflación necesitan de una tasa de desempleo más alta ya que se basan en el esquivo y refutable concepto de la Nairu. Es decir, considera que la tasa de desempleo tiene que incrementarse hasta alcanzar un nivel en el que no acelere la inflación, lográndose la estabilización de la inflación en niveles bajos. Una tasa de desempleo como el 6 por ciento actual, menor que la tasa Nairu acelera la inflación porque mayores niveles de empleo implican más capacidad de negociación de los trabajadores y por lo tanto un salario real por encima del salario natural.
Es decir, para Macri una tasa de desempleo del 6 por ciento sería “no sustentable” en términos económicos. El problema es que los insaciables y grasosos trabajadores aspiran a un salario real por encima de un supuesto nivel de equilibrio macroeconómico y eso crea “incompatibilidad distributiva” entre trabajadores y empresarios. Esta incompatibilidad ya fue resuelta por el gobierno con las medidas anunciadas: en este nuevo modelo pierden los trabajadores. Vale recordar también que los esquemas de metas de inflación han tenido magros resultados en la región en términos de crecimiento del PBI y en diversificación de la estructura productiva. El ejemplo Brasil es de un fracaso contundente, con desempleo, recesión e inflación record en 2015. Básicamente, el objetivo político es modificar regresivamente la distribución del ingreso para, mediante una nueva correlación de fuerzas entre los sectores sociales, torcer la balanza a favor de las fracciones más concentradas del capital local y transnacional.
Una tercera meta del gobierno es recuperar un Estado ausente. Para avanzar con el fortísimo ajuste fiscal en marcha, el equipo económico recurrió a la contabilidad creativa, incrementando gastos y bajando ingresos y salió a afirmar que el déficit fiscal era del 5,8 por ciento del PIB (7 por ciento si se suma la deuda flotante). El gobierno habló de una baja del déficit del 1 por ciento que implicaría un ajuste del 17 por ciento medido en base al cálculo PRO, pero que en relación a las cifras reales del déficit el ajuste será mucho más duro. También es importante tener en cuenta la composición del resultado fiscal. No es lo mismo un déficit fiscal con una alta proporción de intereses y deuda en dólares –como en los noventa– que otro donde mayoritariamente está nominado en pesos, como tuvimos hasta 2015. Con las medidas anunciadas, vamos hacia déficits en dólares, fiscal y socialmente insustentables.
Una cuarta meta es el endeudamiento externo. No habiendo ninguna referencia a un plan de desarrollo que necesitara de financiamiento, el retorno al sobreendeudamiento externo tiene como objetivo volver a financiar la especulación financiera y la fuga de capitales, un festín que nunca derrama para abajo, sino para arriba. En síntesis, pasamos de un modelo que en doce años propuso metas de crecimiento y empleo a otro de metas de inflación, de desempleo, de caída del salario real, de achicamiento del Estado y de endeudamiento externo. Cambiamos.
* Universidad Nacional de Moreno.
Por Martin Burgos *
El gobierno de Mauricio Macri ha resuelto cambiar drásticamente todas las políticas clave llevadas adelante por el kirchnerismo, y en particular en la política económica. La reducción de salarios mediante devaluación y el anunciado aumento de tarifas, la reducción de los impuestos a los ricos (retenciones a las exportaciones, automóviles de lujo), la apertura de importaciones, los despidos en el sector público y privado, evidencian sin lugar a dudas la implementación de un nuevo patrón de crecimiento del cual aún surgen varias incógnitas.
La políticas desplegadas por el nuevo gobierno ya tuvieron un primer efecto recesivo muy importante sobre los principales centros turísticos del país donde se habla de la peor temporada en diez años. El sector turístico comparte con la actividad industrial, la construcción y el comercio el hecho de estar principalmente orientados al mercado interno: si este mejora, las ganancias de esos sectores mejoran. Pero, si el mercado interno entra en recesión, esos sectores empeoran, más allá de los aspectos de “abusos de precios” en la Costa, que fueron constantes en estos últimos años pero que el poder adquisitivo de los veraneantes convalidaba.
Esta recesión provocada por las decisiones del Gobierno de Macri ofrece una solución para el problema de los dólares: el achicamiento del mercado interno implica menores importaciones y por lo tanto menor demanda de divisas por ese rubro. En ese punto, cabe preguntarse si el remedio es mejor que la enfermedad. La “salida exportadora” y/o “endeudadora” del país que se promueve choca con otra realidad, que es la del contexto mundial que vive un rebote de la crisis mundial, cuyo epicentro actual parece haberse desplazado desde los países europeos hacia China. Esto tendrá fuertes impactos sobre los precios de los commodities que compraba China, y sobre los ingresos de divisas de los países exportadores de materia prima como el nuestro. Por otro lado, existe a nivel de las finanzas globales un movimiento generalizado de capitales desde la periferia hacia Estados Unidos, y por lo tanto una política de atracción de capitales podría surtir efectos muy restringidos.
Argentina, como los países de mayor PIB del mundo, tiene el mercado interno como su motor de crecimiento. La soja representa menos de 10 por ciento del producto y su efecto arrastre sobre los demás sectores es escaso. Por lo tanto, difícilmente pueda convertirse en el motor del crecimiento de este modelo. El ajuste provocado por el gobierno no parece ofrecer un modelo de crecimiento sino un modelo de recesión, en el cual la forma que toma la acumulación de capital es mediante reducción de salarios, flexibilización de las relaciones laborales, reducción de impuestos a la producción.
Estas políticas económicas similares a la que conocimos en los noventa parece desconocer que la sociedad que heredó Macri luego de doce años de kirchnerismo es muy distinta a aquella que recibió Néstor Kirchner: es una sociedad con un mayor grado de consciencia política, un grado de movilización importante que se comprueba en estos días, con organizaciones sociales mucho más poderosas, de la cual seguramente surgirá una importante respuesta política en la cual la conflictividad gremial pueda ser solo un punto de partida.
La cuestión que queda pendiente para muchos es si este ajuste era inevitable, cuestión de la que numerosos economistas heterodoxos estaban persuadidos. Queda claro que si pensamos que el Estado debe tener las cuentas equilibradas, entonces todo aumento de salarios termina erosionando las ganancias y aparece efectivamente el esquema marxista tradicional. Sin embargo, esta perspectiva “dentro de la fábrica” ya ha sido superada por los aportes de la teoría económica del siglo XX, en la cual se ofrece una perspectiva “fuera de la fábrica” donde la intervención del Estado en la economía permite períodos de acumulación largos asociados a mejora de la distribución del ingreso. Para esto resulta necesario un déficit fiscal que amplíe los mercados a través del gasto público y un Estado productor de bienes y servicios con ganancia nula (inversión en educación, salud, ciencia y tecnología, servicios públicos, o empresas estatales productoras de industrias básicas o tecnológicas). Esto último abre todo un campo “no mercantil” que es totalmente funcional al sistema “mercantil” y, por ende, a la acumulación de capital en su conjunto, sin requerir ajustes.
El retiro del Estado afecta directamente toda posibilidad de ofrecer un campo “no mercantil” de producción de bienes y de servicios, y por lo tanto de tener una perspectiva “fuera de la fábrica”. Es decir: desde el vamos, el neoliberalismo se ubica “dentro de la fábrica”. Por lo tanto, aunque la teoría neoclásica lo disfrace de objetividad, la política económica que preconiza es la de una confrontación de clase.
* Centro Cultural de la Cooperación.
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