Lunes, 23 de mayo de 2016 | Hoy
ECONOMíA › OPINIóN
Por Damián Pierbattisti *
El bienio hiperinflacionario 1989-90 otorgó las condiciones de posibilidad para que la resolución de las tensiones en el seno del bloque de poder se saldasen con el acelerado proceso privatizador. La Reforma del Estado, dentro de la cual aquel se enmarcaría, fue acompañada por la imposición de una profunda estigmatización tanto del trabajo público como de los trabajadores estatales en general. Esto hizo, entre otros factores, que se neutralizara la articulación de una defensa estratégica susceptible de ser compartida por otros sectores sociales, los que rápidamente comenzarían a sentir el rigor de la ofensiva neoliberal en curso. El crecimiento prácticamente exponencial del desempleo durante el lapso en el cual se produjo la mayor parte de las privatizaciones (según la EPH pasó del 6,2 en octubre de 1990 a 18,4 por ciento en mayo de 1995) constituyó el fundamento material a partir del cual se prolongó un sólido vector ideológico del neoliberalismo: la renovada agresión a los trabajadores estatales se inscribe en la pretendida superioridad moral que detentarían los ciudadanos que reproducen, en la esfera privada, sus condiciones materiales de existencia. Durante el enfrentamiento que se suscitara entre el primer gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y las patronales agropecuarias, este fenómeno adquirió una singular nitidez. Delitos tipificados por el Código Penal ejecutados por los “productores” agropecuarios constituían una gesta patriótica, mientras que los realizados por los sectores populares reclamaban ser castigados con todo el rigor de la ley. Y si el castigo supone la vulneración del estado de derecho, poco importa; tal como lo demuestra el secuestro de Milagro Sala en Jujuy.
Se trata de invertir la carga de la prueba. Si la policía impide el ingreso de los trabajadores a su lugar de trabajo, se terminó la discusión sobre la pretendida condición de ñoquis. El asunto es que en treinta y dos años de democracia no se logró construir una mirada sobre la casta empresarial que se benefició amplia y deliberadamente del Estado por medio de los más diversos mecanismos, desde la estatización de la deuda privada hasta los regímenes de promoción industrial, los sobreprecios en la facturación de “la Patria Contratista” y la obra pública; cuyas actuales ramificaciones también conducen a Roma.
El reciente spot televisivo de Chevrolet (General Motors) constituye un ejemplo oportuno. Imbuidos por el clima de época, los realizadores de la obra imaginan cómo sería vivir en una auténtica “meritocracia”. Carece de todo interés la descripción estereotipada que hacen del ecosistema neoliberal, en donde pastorean a gusto los sonrientes productos de la interacción elitista. Sin embargo, es en el aspecto inobservado del fenómeno donde radica la involuntaria centralidad del spot. En una tan hipotética como imposible sociedad “meritocrática”, no tendría lugar una empresa rescatada financieramente por los contribuyentes norteamericanos por la suma de 50 mil millones de dólares en 2009.
Parapetados detrás de una eficaz tecnología moral del trabajo asalariado (privado), las diversas fracciones de la clase dominante argentina lograron invisibilizar los modos reales mediante los cuales construyeron su poder, y la base de sus fortunas familiares, a expensas del Estado que garantizó tanto la privatización de sus ganancias como la socialización de sus pérdidas.
En diciembre de 2001, la crisis orgánica del modelo societario que hoy se proyecta nuevamente desde el gobierno del Estado otorgó ciertas condiciones de posibilidad para crear una nueva “matriz explicativa y organizadora del mundo”, en los términos de Álvaro García Linera. En tal sentido, se produjeron notables avances en el conocimiento y difusión del rol que asumió la cúpula empresarial durante la dictadura cívico-militar, la consolidación de su poder económico y los fuertes condicionamientos que ejercieron sobre la incipiente democracia; y de allí hasta el presente. Hoy, que en el gobierno del Estado se aprecia la estrecha articulación del poder económico, político, judicial y mediático, se vuelve más urgente que nunca investigar, analizar, comprender y difundir cómo ese bloque social se valió del Estado, al que discursivamente deploran, para concentrar el ingreso en cada vez menos manos y fugar el excedente a diversos paraísos fiscales; tal como quedó a la vista de todo el mundo, literalmente. La mano invisible del mercado, que no se detiene en ilusión meritocrática alguna, vuelve a señalar el retorno a la valorización financiera y a un esquema fuertemente regresivo en la distribución del ingreso.
* Sociólogo. Investigador del Instituto de Investigaciones Gino Germani/Conicet. Docente de la Carrera de Sociología (UBA).
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