ECONOMíA › OPINION

Con la vista en las estrellas

Por James Neilson

Conforme a los optimistas, las crisis pueden ser buenas: sirven para estimular a la gente, obligándola a probar nuevas fórmulas hasta que por fin acierte. Pero para que funcione este esquema, que según Arnold Toynbee es el motor del progreso, es necesario que quienes están a cargo entiendan que les corresponde reaccionar. ¿Lo comprenden los dirigentes locales? Parecería que no. Desde hace años su estrategia, por llamarla así, consiste en esperar a que termine la recesión o, últimamente, a que George W. Bush y Horst Köhler digan que los argentinos ya han sufrido bastante, de suerte que ha llegado la hora de darles un regalo. Por desgracia, los hombres del norte no piensan del mismo modo. Mal que le pese a Chiche, les impresionan menos las penurias de los cada vez más pobres –señalan que en Honduras, la India y Africa son decididamente más desgarradoras– que la pasividad de los gobernantes frente a una serie inverosímil de catástrofes. Aunque es de suponer que los capos mundiales preferirían reformas contundentes procapitalistas, a esta altura darían la bienvenida a algunos programas netamente socialistas que les mostraran que el gobierno fuera capaz de obrar con vigor y eficacia. Sin embargo, no hay ningún indicio de que la clase política esté por instrumentar ni aquellas ni estos, de modo que todo quedará en las manos impiadosas del mercado.
Tampoco se dan motivos para creer que la próxima clase dirigente, que es de suponer será una versión depurada de la existente, decida que en vista de que esperar más sería inútil, le convendría actuar. Aquí, las prioridades de los activistas de todas las tendencias y edades suelen quedar demasiado grandes para el país. En primer lugar, se imaginan convocados para solucionar problemas básicos relacionados con el neoliberalismo, la globalización y el orden internacional, asuntos que preocupan no sólo a los legisladores que, como sonámbulos, continúan platicando e intercambiando favores en sus cámaras blindadas, sino también a oradores callejeros y los protagonistas de algunas asambleas barriales: resueltos estos detalles, procederán a temas algo más inmediatos. Si bien los hay que intentan asegurar que en su distrito particular todos logren sobrevivir a la tormenta económica feroz que se ha desatado y que durará mucho tiempo, se trata de integrantes de una minoría que todavía es atípica en un país en que, por tener la mirada clavada a las estrellas -lo cual es una forma de desviar la atención de lo que efectivamente hacen-, los líderes se han precipitado en un pozo sin fondo visible.

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