Martes, 17 de octubre de 2006 | Hoy
Por Oscar Guisoni
Desde Madrid
La compra anunciada ayer por la tarde en Madrid del 9,23 por ciento del paquete accionario de Repsol YPF por parte de la constructora Sacyr Vallehermoso, del empresario Luis de Rivero, es un capítulo más en la escalada que están protagonizando las constructoras hispanas en los últimos meses, que han decidido salir de compras ante el previsible parón que puede llegar a experimentar el mercado inmobiliario local en los próximos meses.
Sacyr Vallehermoso se suma, con la inversión hecha ayer en Repsol por un total de 2855 millones de euros, al resto de las grandes empresas constructoras españolas que en los últimos meses han sacudido el índice bursátil de Madrid, llevándolo a superar sus máximos históricos, en contra de los pronósticos austeros que habían realizado la mayoría de los analistas económicos a principios de año.
La situación es producto de una serie de variables económicas que han llevado a las constructoras españolas a transformarse, durante los últimos cinco años, en las mayores del ramo en el continente europeo, gracias sobre todo al
boom de la especulación inmobiliaria que sacude a España en general y a las costas del Mediterráneo en particular desde finales de los años ’90.
Los precios de la vivienda en la península han aumentado a un promedio del 20 por ciento anual, durante el último quinquenio, muy por encima de la inflación, lo cual les ha dado a estas empresas unos réditos extraordinarios y amenaza con crear más de un conflicto social a raíz de las dificultades de los más jóvenes a la hora de comprarse una vivienda.
Pero la ganga parece que se está acabando, al menos así lo advirtió la semana pasada un informe del Banco de España, que alerta sobre el fin del boom y sobre el posible impacto que ello pueda tener en el PIB y en el índice de desempleo. Y las primeras en entenderlo han sido las grandes constructoras, que desde hace seis meses vienen protagonizando un tour de compras descomunal, que tiene una característica en común: la preferencia por el mercado energético.
Las excursiones las comenzó Ferrovial, propiedad de la familia Del Pino, a finales de 2004, cuando logró un acuerdo de 50 años con el estado de Texas para planificar el Trans–Texas Corridor, a través de su filial norteamericana Cintra, que se aseguró contratos del proyecto por valor de 6000 millones de dólares. Fue la señal de que algo se estaba moviendo en el mercado inmobiliario.
Luego vino el culebrón político-económico que involucró a la eléctrica Endesa, sobre la que realizó una OPA hostil Gas Natural, a finales de 2005. Esta batalla, en la que permanecieron ajenas las constructoras durante los primeros meses, mantuvo en vilo al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, ya que se presumía que detrás de la movida había una clara intención política de propiciar el nacimiento de un gran grupo energético español. La OPA de Gas Natural (uno de cuyos mayores accionistas es la Caixa de Cataluña, dueña también del 14,12 por ciento de Repsol) pareció desinflarse cuando entró en escena el grupo alemán E.ON, con una contra OPA. Fue entonces que aparecieron las constructoras, de la mano de Acciona, otro de los gigantes del mercado inmobiliario, que compró la cantidad de acciones suficientes de Endesa como para bloquear la oferta de los alemanes.
Este último episodio hizo sacar chispas al índice de Madrid, que alcanzó niveles record que no se veían en España desde que se pinchó la burbuja Internet en el 2000. Y dejó claro que las constructoras españolas estaban comenzando a apostar con fuerza en el mercado energético.
Unos días más tarde ACS, otra de las “cinco grandes” de la industria de la construcción, hizo su irrupción en Iberdrola. ACS también contra Unión Fenosa y parte del capital de Gas Natural, por lo cual las especulaciones en torno de que se estaba forjando un gran grupo energético español volvieron a cobrar fuerza.
Ayer por la tarde, la única de las grandes constructoras que todavía no había dado señales de entender lo que estaba pasando decidió entrar al ruedo y lo hizo a lo grande, comprando a 25,32 euros la acción el 9,23 por ciento de Repsol YPF, con lo cual se coloca como segunda mayor accionista del grupo, por detrás de La Caixa.
La Bolsa esperaba que algo así ocurriera. Los rumores habían hecho que la cotización de Sacyr Vallehermoso creciera un 38 por ciento desde comienzos del año, en previsión de que se anunciara “una gran compra”. Y el tema de la vulnerabilidad de Repsol YPF a una eventual OPA hostil preocupaba también a los sectores bursátiles y al ministro de Economía, Pedro Solbes, uno de los más interesados en posibilitar la aparición del mentado gigante energético español.
Para despejar las dudas de los accionistas, Sacyr hizo pública una carta dirigida a la Comisión Nacional del Mercado de Valores en la que anuncia su compra y solicita un lugar en el Consejo de Administración de Repsol, aclarando que la operación ha sido pactada con el grupo hispanoargentino, por lo cual la estabilidad de su actual dirección no peligra (ver nota en página 5).
Mientras tanto, la gallina de los huevos de oro, la especulación inmobiliaria que se fue forjando en España con epicentro en las costas mediterráneas, gracias a la enorme demanda de casas y apartamentos para los jubilados del norte rico europeo que quieren venir a morir al sol, está a punto de acabar con la frágil ecología del mar, lo que preocupa enormemente al otro gran contribuyente del PIB español: el sector turístico. Las constructoras lo saben y antes de que las papas quemen han decidido diversificar el negocio y lo están haciendo apostando por la energía. Un mercado, afirman, que se ha vuelto estratégico y del que no se pueden permitir prescindir. Las pruebas están a la vista.
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