Martes, 17 de octubre de 2006 | Hoy
PLáSTICA › GRAN EXPOSICION EN EL MUSEO DE ARTE MODERNO DE FRANKFURT
La muestra de uno de los artistas alemanes más reconocidos de hoy, Andreas Slominski, en el Museo de Arte Moderno de Frankfurt, conocido popularmente como “porción de torta”.
Por Fabián Lebenglik
Desde Frankfurt
El Museo de Arte Moderno de Frankfurt (MMK–Museum für Moderne Kunst) fue el último en agregarse a la lista de exquisitos museos y galerías de esta ciudad, situados a uno y otro lado del río Main. Fundado en 1981 e inaugurado diez años después, el MMK es conocido popularmente como Tortenstück (“porción de torta”), por su edificio triangular de tres plantas. Proyectado por el arquitecto vienés Hans Hollein –ganador del concurso internacional convocado para tal fin–, el museo ocupa la totalidad de un terreno triangular y quien observa su exterior jamás puede suponer cómo es su interior. La distribución del espacio y el aprovechamiento de la luz deslumbran por la inteligencia y funcionalidad con que fueron concebidos. Cada uno de los espacios y salas ofrece dos, tres o más perspectivas, según el lugar desde donde uno se coloque. La relación entre el tamaño de cada sala, la escala del edificio, la particular forma de los espacios y la entrada de la luz producen un efecto que multiplica el deseo de ver (casi de descubrir) las obras distribuidas por el museo.
El edificio cuenta con unas cuarenta salas (todas de dimensiones y formas diferentes) que suman 4200 metros cuadrados de exhibición.
El MMK tiene una enorme colección que incluye, entre muchas otras, obras de Carl Andre, Dan Flavin, Donald Judd, Roy Lichtenstein, Walter De Maria, Claes Oldenburg, Andy Warhol, Joseph Beuys, On Kawara y Andreas Slominski, de quien en estos días exhibe una enorme muestra.
La exposición de Slominski (que nació en la ciudad alemana de Me-ppen en 1959 y se formó y vive en Hamburgo) ocupa la totalidad de las salas destinadas a las exhibiciones temporarias (en las tres plantas del edificio) e incluso ocupa salas dedicadas a otros artistas, estableciendo diferentes diálogos con obras ajenas así como con algunas de las particularidades edilicias del museo (ciertas ventanas, escaleras, claraboyas, cielorrasos, terrazas, frontispicio...).
A. S. se formó en la Hochschule für bildende Künste de Hamburgo a mediados de los ochenta y apenas terminó sus estudios académicos fue convocado a participar de la Bienal de Venecia, para el Aperto de 1988, la “histórica” sección joven y experimental de la muestra veneciana. Comenzó exhibiendo en las principales salas de Alemania para luego mostrar su obra en Suiza y Japón.
En los noventa comenzó a exhibir su trabajo en los principales museos y galerías de Europa y Estados Unidos. En los últimos años expuso en el pabellón de exposiciones de Le Magasin de Grenoble (Francia), el Museo Guggenheim de Berlín, La Fondazione Prada de Milán y, el año pasado, en la Serpentine Gallery de Londres, el año pasado.
Desde fines de este mes y hasta el 8 de enero, el artista también participará como invitado en la segunda edición de la Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de Sevilla (Biacs2), curada por Okwui Enwezor –quien fuera curador de la Documenta de Kassel–.
Slominski, influido por el neoconceptualismo, es uno de los más reconocidos artistas alemanes de su generación, que se dio a conocer a fines de los ochenta y comienzos de los noventa. La mayor parte de su obra consiste en instalaciones, esculturas y performances, pero también realiza pinturas muy particulares. En esta muestra, por ejemplo, presenta, en una de las salas mayores, una exposición “completa” de grandes pinturas –-relieves de telgopor–, que impactan tanto por los colores chirriantes como por su sentido del humor. Slominski construye su obra con objetos cotidianos. Junto con el humor y la ironía, en sus trabajos hay una mirada crítica del arte y la sociedad que revela un pensamiento complejo.
En la sala que el MMK dedica al célebre artista japonés On Kawara (nacido en 1932 y residente en EE.UU. desde mediados de los sesenta) –autor de la larga serie de “fechas pintadas” que a esta altura integran el patrimonio de los más importantes museos del mundo–, Slominski colocó una suerte de molino multicolor en miniatura, montado sobre una estructura de metal, que a su modo también evoca el paso del tiempo.
En varias de sus exposiciones presentó trampas y jaulas, aludiendo directamente a las celadas que tiende el arte contemporáneo; a las trampas para la mirada y las zancadillas que pueden tendérsele al espectador. La crítica de arte en Alemania suele interpretar esas “trampas” de Slominski como un modo de reflexionar acerca de la naturaleza oscilante del arte contemporáneo, entre seductora y deceptiva.
Entre otros objetos y esculturas, aquí se exhiben un tejado construido en la sala mayor de la planta baja, para generar un clima familiar y romper con la compleja lógica espacial del museo, una bicicleta cargada con las pertenencias nómades de un homeless, una silla de ruedas modificada para que pueda detenerse en medio de una escalera; una serie de esculturas de metal; una estufa a leña construida especialmente para quemar ramas bifurcadas sin aserrarlas; un conjunto de adornos luminosos que anticipan la navidad, colocados en el frente del museo y se encienden por la noche; señalamientos que corrigen ópticamente ciertas líneas y perspectivas del museo; estructuras y andamios que hacen suponer que la muestra está en pleno armado.
Si se afina la mirada, en varias salas es posible observar pequeñas manchas en la pared, líneas y trazos en ciertos rincones, zócalos, ángulos, barandas o balcones internos. Pero vistos de muy cerca, a escasos centímetros, notamos que se trata de textos escritos en lápiz por el propio Slominski, con una letra ínfima, casi invisible. En esos microrrelatos el artista va dando cuenta, con mucho humor, de algunas de las alternativas de los días que pasó montando la muestra. Pequeños cuentos, descripciones de estados de ánimo y actitudes de los empleados del museo y guardias de sala, todo es pasado a esa suerte de “diario” íntimo escrito en los intersticios del museo, tomando en broma su propia exposición y haciendo un corte con el trabajo concreto que exige la puesta a punto de una muestra. Cada una de las piezas del artista se mete con un aspecto aparentemente banal de la cotidianidad, pero están trabajadas y construidas con un grado tal de obsesión por el detalle que logran que el espectador se pregunte por el origen, la función y el sentido de tal o cual obra, como si todas hubieran estado siempre ahí.
Por su parte, no puede negarse la operación de mercado que esto significa para el MMK, dado que desde 1991 adquirió cuarenta obras de Slominski.
Andreas Slominski encuentra a través de su obra el costado creativo de la vida cotidiana. Y en este sentido, la función del arte podría pensarse como una huida de la rutina, como una ruptura de la percepción cotidiana. Según la curadora Nancy Spector, que trabajó para la muestra del Guggenheim de Berlín, cuando observamos la obra de Slominski “entramos en un mundo en el cual todo está dado vuelta; adonde la comedia se vuelve tragedia y viceversa; adonde las trampas acechan en cada rincón, listas para atrapar, atormentar o deleitar al observador”.
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