Sábado, 9 de diciembre de 2006 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
Por Alfredo Zaiat
En diciembre de 2003, el Banco Central bajo la conducción de la dupla Alfonso Prat Gay-Pedro Lacoste puso en funcionamiento el REM. A diferencia de la banda estadounidense, el Relevamiento de Expectativas de Mercado no es exitoso para sus participantes cuando se evalúan sus previsiones y resultados en términos anuales. El REM tiene como objetivo el de contar con el mayor grado de información posible para el gobierno de la entidad monetaria. Esos datos, inicialmente, iban a colaborar en el diseño de una política monetaria basada en metas de inflación (inflation target). El BC tendría así la herramienta que poseen las principales bancas centrales del mundo para realizar un seguimiento sistemático y transparente de los pronósticos de corto y mediano plazo que regularmente realizan diversos economistas y analistas locales e internacionales. De esa forma, en base al consenso que va construyendo el mercado, se elaboraría la política monetaria, subordinada a obtener un reducido índice de precios al consumidor. En la actualidad, el régimen de metas de inflación perdió relevancia en la gestión de Martín Redrado, aunque ese enfoque no fue suprimido del todo en el BC, como muestra la permanencia del REM. Ese concepto sustenta el objetivo de mantener la inflación en niveles muy bajos, disminuir el apoyo del Banco Central a los déficit fiscales, ayudar a manejar la integración del país en los mercados comerciales y financieros internacionales y reducir, por lo tanto, la influencia de las organizaciones de la democracia sobre la política del instituto emisor. En esa lógica, los pronósticos del mercado definen la política monetaria y, en consecuencia, también el sendero de crecimiento. Si esas estimaciones privadas son equivocadas inducirían a la entidad rectora a diseñar una estrategia fallida con efectos negativos sobre la economía. Resulta una información inquietante, entonces, conocer cuáles han sido los pronósticos de crecimiento del PIB para los últimos tres años de los 54 jugadores del REM, integrado por entidades financieras locales (10), bancos de inversión internacionales (7), consultoras (19), fundaciones y centros de estudios (8) y universidades (10).
Para esa tarea ha sido oportuna la colaboración de los jóvenes economistas de homo-economicus.blogspot.com que en un reciente post brindan esa información clave según el REM, a saber:
- Expectativa de 2003 para 2004 y 2005: 6,5% y 4,4%.
- Expectativa de 2004 para 2005 y 2006: 5,8% y 5,0%.
- Expectativa de 2005 para 2006 y 2007: 6,4% y 5,8%
En los últimos tres años, la economía ha crecido a un ritmo del 9 por ciento y para el próximo se espera que avance de 7,5 a 8,0 por ciento. La distancia entre lo previsto y lo real fue demasiada.
Si se hubiera aplicado la receta de metas de inflación en base a esas proyecciones el Banco Central habría instrumentado la receta tradicional de la ortodoxia: aumentar las tasas de interés para acotar el crecimiento con los efectos socio-laborales conocidos. Ese esquema proyectivo-monetario significa que el resto de las variables, y por lo tanto el resto de las políticas macroeconómicas, debe ajustarse al objetivo de inflación esperada, el cual determina la magnitud de la emisión monetaria y las tasas de interés, variable esta última que tiene un fuerte impacto sobre la producción. Al mejor estilo del dogma neoliberal, la economía real debe ajustarse a los designios de la economía financiera, y todo ello en función de las expectativas del mercado. Esa línea encierra la concepción de que el “mercado” (los economistas) son siempre racionales, a partir de una interpretación científica de la economía al estilo de las ciencias naturales. De ese modo, no reconocen la existencia de pujas distributivas ni intereses sectoriales o corporativos.
Una pregunta sencilla y a la vez que genera cierto escalofrío es: ¿qué habría pasado si la política monetaria se hubiera acomodado al sendero imaginado por esos craneotecas? En comparaciones interanuales, en la mayoría de las variables relevadas (precios, tasas de interés, reservas, tasa de desocupación, exportaciones e importaciones, recaudación y otros indicadores más) las estimaciones de esos economistas fueron equivocadas. Pese a ese ignominioso resultado, se presentan con pretendida autoridad ante la sociedad con un discurso que establece qué es lo que se debería y no se debería hacer en materia de política económica.
En lugar de convocarse a un prudente silencio público o a mantener sus pronósticos en reserva (a propósito, ¿cómo es que siguen teniendo clientes que les pagan honorarios para recibir tanta información equivocada? ¿Ese será el milagro argentino?), en el último mes del año se empecinan en tasar el futuro próximo. Esa sucesión de yerros no sería relevante si no fuera que tienen repercusión en medios de comunicación, en tomadores de decisiones y en futuros economistas. Y en que, pese a todo –aunque en menor medida que en los noventa–, son formadores importantes de expectativas. Desde una pesquisa filosófica, Tomás Abraham (La empresa de vivir) aporta una lectura de esa inmunidad autoconferida y aceptada por la sociedad. “La corporación económica argentina tiene su importancia política, mediática y profética. Su conformación institucional es un fenómeno reciente. Es cierto que las fundaciones y otras instituciones existen desde hace algún tiempo. Pero lo novedoso de la última década fue el protagonismo coral de los economistas que fueron los directores de orquesta de la opinión pública. El tipo ideal del economista argentino –-una categoría weberiana– lo hace actor y profeta. Representa el guión de los intereses del poder y vaticina su gloria”, dice Tomás Abraham. Y agrega: “El pensamiento positivo es lo que desvive a los economistas, son los forjadores de la demostración científica de la tragedia. Nada quieren saber con los laureles del pensamiento crítico, no creen en el acto de develar, sospechar, problematizar, cuestionar”.
También es cierto que empresarios y periodistas necesitan de ese tipo de economistas para satisfacer la voracidad de saber qué va a pasar. Es una absurda pretensión, que se ha instalado en los últimos años, la de adivinar el futuro de la economía. No hay materia que se estudie en la facultad referida a cómo hacer pronósticos de las variables macro. Se trata de una desviación del objetivo de la profesión.
Del grupo de consultoras de la city, el más sincero fue Miguel Bein, quien en el reporte del 23 de octubre (De cara a 2007) reconoció propias y ajenas limitaciones al señalar que “la trayectoria de la macro supera todos los pronósticos y lo seguirá haciendo en los próximos meses. Hoy el consenso proyecta un crecimiento de 8 por ciento para 2006 y 6,3 por ciento para 2007. Parados uno y dos años atrás, la situación era similar y seguramente en doce meses volvamos a discutir lo mismo. Nuestras proyecciones apuntan a 8,4 por ciento para 2006 y 7,7 por ciento para 2007”. Bein prefirió aclarar que “más allá de la prudencia que sostiene que no se puede crecer siempre por encima del potencial, no es tan evidente por qué se va a desacelerar el crecimiento el próximo año y es probable que, aun estando entre los más optimistas, volvamos a quedarnos cortos”.
A esta altura, lo más preocupante es que, a diferencia de años anteriores, el consenso de las estimaciones de esos economistas para el 2007 es muy optimista. ¿Y si no cortan su racha de equivocaciones?
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