Sábado, 9 de diciembre de 2006 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein
Con la reelección de Lula en Brasil y la de Hugo Chávez en Venezuela, el pasado fin de semana, al eje Caracas, Brasilia, Buenos Aires, del Mercosur, le faltaría la confirmación de Kirchner en Argentina en las elecciones del 2007 para insistir en el trío presidencial que ha dado impulso al proceso de confluencia regional. Pero la candidatura de Kirchner todavía sigue en un cono de sombras, comprimida por la mala prensa que se ganaron las renovaciones tras el intento fallido de reelección por tiempo indefinido en Misiones. Seguramente otros factores se suman en los cálculos del oficialismo, como la posibilidad de volver en 2011 tras un período de Cristina Fernández de Kirchner, si acompaña el viento de cola de la prosperidad económica. Lula tiene cinco años más y Chávez seis, con lo cual está asegurado de afinidad y buen clima por lo menos en las prioridades para la región.
Por primera vez desde que Chávez está en la presidencia de Venezuela, las elecciones en ese país han sido legitimadas rápidamente por los grandes operadores internacionales, desde Estados Unidos, que aceptó la transparencia de la votación, hasta la remisa Unión Europea, que tradicionalmente se sumaba a los reclamos, la mayoría de las veces forzados y sin argumentos, de la oposición derrotada. El cambio de las potencias con relación al presidente venezolano se dio en un momento en que Chávez había endurecido especialmente su discurso con relación a Estados Unidos y Medio Oriente. Significativamente, los saludos y reconocimientos morigeraron de alguna manera el discurso ríspido del líder caribeño. Y tuvo un gesto hacia el gobierno español de Rodríguez Zapatero al desconocer acuerdos que había cerrado con un grupo de exiliados de ETA. La Cancillería venezolana informó a los españoles que los etarras que habían sido expulsados no serían indemnizados y que no se les concedería la nacionalidad venezolana al grupo que permanece en Caracas.
Las señales desde Caracas parecieran decir: “Ataco cuando me atacan, ustedes eligen si quieren tener relaciones normales”. Porque incluso, aunque condenó la política “imperialista agresiva” de George Bush, destacó que le interesaba normalizar las relaciones con la potencia del Norte. Si limó aspectos de su discurso en cuanto a las relaciones internacionales, lo profundizó en cuanto a su accionar político y anunció que abría la vía venezolana al socialismo del siglo XXI con lo cual se generó una tormenta de especulaciones y expectativas sobre el significado de ese concepto. Chávez calificó de dogmática la experiencia del sistema soviético en el siglo pasado y subrayó que el socialismo del siglo XXI era democrático, sin dictadura del proletariado, pero esencialmente anticapitalista.
Más allá de los discursos, lo cierto es que el 63 por ciento de los votos que obtuvo Chávez, superando las cifras de todas las elecciones anteriores, después de ocho años de gobierno, así como la reacción de la oposición y del ámbito internacional al reconocer el resultado, darían la impresión de que la Revolución Bolivariana estaría lo suficientemente asentada como para que la oposición de derecha relegue las fantasías de un derrocamiento y busque un lugar en el interior del país que está modelando Chávez. La cantidad de votos demostró también que creció el respaldo al gobierno entre sectores de capas medias que hasta hace poco le eran refractarios.
Los medios nacionales e internacionales, así como la oposición, ya no centran sus críticas en la falta de democracia sino en la no distribución de la riqueza. Los índices macro los desmienten, porque tomando desde el momento en que Chávez logró el control de la petrolera Pdvsa, a principios del 2002, hasta ahora, la pobreza se redujo un tercio y la indigencia a la mitad, igual que el desempleo, sin hablar de otros logros de altísimo impacto en las áreas de salud, educación y alimentación, todos índices que no se habían dado en ningún otro período de la historia venezolana. Los índices sobre pobreza, indigencia y empleo son bastante similares a los de Argentina, tomando el mismo período. La diferencia es que los números de partida locales obedecían a una crisis (que tendía a cristalizarse), en cambio, en Venezuela se trataba de una situación estructural. Ningún gobierno, revolucionario o institucional, puede cambiar esos índices de la noche a la mañana, sino que crea las condiciones para que las transformaciones se produzcan con mayor o menor velocidad en el tiempo. Aunque todavía se ven los caseríos humildes en las faldas de los cerros de Caracas, el efecto de las medidas del gobierno bolivariano se van dejando sentir en forma paulatina y evidente. Sería difícil explicar de otra forma el hecho de que desde hace ocho años Chávez recibe el voto masivo de los sectores humildes de Venezuela.
En los procesos electorales de Brasil y de Venezuela, los tres presidentes se dieron muestras de apoyo en plena campaña electoral, algo inusitado en otras épocas. Pese a que la Cancillería brasileña tiene una tradición más bien cautelosa, Lula fue muy explícito al respaldar a Chávez cuando señaló, antes de las elecciones, que el mismo voto popular que le había dado la reelección a él le daría el triunfo al venezolano. Kirchner tuvo expresiones similares para con Lula y Chávez, que a su vez fueron retribuidas por éste. Lo llamativo es que ni en Brasil, Argentina ni Venezuela se levantaran voces demasiado fuertes para condenar esta “intervención en los asuntos internos de otro país”, sino que se lo asumiera de hecho como algo natural ya que el permanente trajín de reuniones por el Mercosur y otras cuestiones suele mostrarlos juntos y con posiciones más o menos afines a los tres.
El salvataje de SanCor propuesto por Chávez en esta visita, así como su disposición abierta para solucionar los roces del oficialismo con el embajador Roger Capella, estando involucrado un tema como el de Irán, que tiene una importancia estratégica para Venezuela, ya que es su aliado en la OPEP, así como la confirmación en Brasil de la megaobra del Gasoducto del Sur, son señales de que en estos seis años, la integración y la alianza regional estarán en el centro de las políticas de Chávez.
En el Mercosur, que tiene pendientes los posibles ingresos de Bolivia y ahora Ecuador, Paraguay y Uruguay siguen sin percibir los supuestos beneficios económicos de la alianza regional. Kirchner, Chávez y Lula han coincidido en la necesidad de resolver las asimetrías en el seno de la alianza y las últimas reuniones fueron dedicadas a ese punto. Pese a ello no se percibe aún una política clara que implique resignar posiciones y concesiones por parte, sobre todo, de Argentina y Brasil. La derecha uruguaya ha tomado la crítica al Mercosur como una bandera y acorrala al gobierno frenteamplista cada vez que deben tomar una medida relacionada con la alianza regional. Blancos y colorados votan en contra de todo lo relacionado con el Mercosur y ponen al gobierno de Tabaré Vázquez a la defensiva. Vázquez no ha sintonizado de la misma forma con los otros presidentes del Mercosur y pareciera referenciarse con más comodidad con la presidenta Michelle Bachelet, de Chile. En ese país se encuentra el ministro de Economía oriental, Danilo Astori, con la intención de cerrar un acuerdo comercial.
El conflicto con Argentina por las papeleras tampoco ayuda. El tema fue rápidamente convertido por la oposición de derecha uruguaya en una bandera nacionalista y cualquier concesión o atisbo de negociación por parte de Tabaré sería calificado de traición a la Patria, como el acuerdo al que habían llegado con Kirchner en Chile, que nunca se cumplió. Los comentarios de los políticos blancos y colorados en ese momento mostraban a Tabaré como “entreguista” y traidor por haber negociado con su par argentino.
El problema es que no existe salida que no sea una negociación con concesiones de ambas partes. Y lo peor es que se trata de un conflicto que se podría haber evitado. Lo triste es que si Gualeguaychú fuera uruguaya, seguramente hubieran localizado a Botnia en otro lugar. O hubieran tenido que negociar con los habitantes de esa ciudad. Pero, como a pesar de que sólo están separados por unos centenares de metros, Gualeguaychú está del otro lado, entonces el problema es de los otros. Se podrán discutir los medios de protesta, pero el reclamo de Gualeguaychú es legítimo, porque sin consultarlos les pusieron la planta de celulosa más grande de América latina a unos centenares de metros de sus casas. Uruguay no quiere hacerse cargo de ese problema porque Gualeguaychú está en Argentina. Aunque se enoje por los cortes y con razón, el gobierno uruguayo también tiene que reconocer que no fue de buen vecino haber instalado las papeleras en esa ubicación, que es la causa del conflicto. En Uruguay se habla de prepotencia argentina, pero lo que sienten los pobladores de Gualeguaychú es que Uruguay tomó una decisión que los afecta sin importarle en lo más mínimo lo que fuera a pasar con ellos.
El periplo de Chávez pasará por Uruguay y luego seguirá camino hacia Cochabamba para participar en la Segunda Cumbre Sudamericana que organizó el presidente boliviano Evo Morales, a la que no asistirá Kirchner. Estas reuniones fueron impulsadas primero por Lula, cuando Eduardo Duhalde todavía era secretario del Mercosur, el lugar que ahora ocupa Chacho Alvarez. Es difícil que la Cumbre tenga una energía integradora similar porque coexisten países que tienen tratados de libre comercio con Estados Unidos y otros que no. Si levantaran sus aduanas, el efecto sería similar al del ALCA. Pero existe espacio para otro tipo de intercambios comerciales, sobre todo para los productores de hidrocarburos que plantean una red de transporte subcontinental de fluidos. Desde la perspectiva de Brasil, este espacio sirve para equilibrar un posible enquistamiento en el Mercosur. Pero las afinidades políticas son difíciles de decantar porque, con la excepción del chileno, los gobiernos de los países que tienen tratado de libre comercio con Estados Unidos, como los de Colombia y Perú, están en el espectro opuesto a los que integran el Mercosur.
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