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La depresión económica le generó a la Argentina un superávit comercial de 6343 millones de dólares durante 2001, logrado básicamente por un derrumbe del 20 por ciento en las importaciones, aterrizadas en los 20.312 millones. De esta manera, un dato que normalmente trasunta la capacidad competitiva de un país, testimonia en el caso argentino el estrepitoso fracaso final de la convertibilidad.
Pese a la contracción de la demanda local, las exportaciones sólo se expandieron un 1 por ciento, hasta los 26.655 millones. Dentro de este sombrío panorama conjunto del año pasado, diciembre fue un caso particular, porque la implantación del corralito bancario profundizó la recesión al estrangular monetariamente a la economía. En ese mes las importaciones cayeron un 55 por ciento respecto de diciembre de 2000, a pesar que la declaración formal del default sólo se produjo el día 23, con el consiguiente corte en la financiación. Por tanto, el derrumbe importador siguió acentuándose desde entonces.
Una de las aparentes paradojas actuales es que el superávit de 1013 millones obtenido en el intercambio exterior durante diciembre refleja un insostenible estado de crisis. De cualquier forma, la teórica posibilidad de apropiarse de ese excedente en dólares es la carta más firme con que cree contar el gobierno de Eduardo Duhalde para afrontar los durísimos días que le esperan en el mercado cambiario. Curiosamente, una política económica que se apoyó en la apertura de la economía concluyó con una brusca reducción en el comercio.
Para el 2002 hay proyecciones que elevan el superávit comercial esperable hasta los diez mil millones, aunque por ahora no se ve claramente el impacto de la devaluación sobre la competitividad. Hoy los exportadores esperan la liberación del dólar, ya que la paridad oficial de 1,40 peso parece repentinamente muy baja pese a que tarifas y salarios siguen en el 1 a 1.