ECONOMíA
No subir el superávit primario
Por J. N.
La política fiscal dejó de ser un instrumento importante en los países desarrollados. Hay mecanismos automáticos, como el seguro de desempleo (implica mayor gasto, con caída en los ingresos de la seguridad social), y una acumulación de deuda pública que quitan grados de libertad a la estrategia fiscal. En tanto, en los países latinoamericanos la cuestión fiscal interactúa con el problema más general del financiamiento externo de las economías. Las cuentas públicas y la gestión de la deuda se transforman en uno de los ejes principales de la relación del país con los mercados financieros internacionales. Por esta razón, explican Frenkel/Rapetti, también constituyen el elemento más importante de condicionalidad de los programas acordados con el FMI.
En estos países, la política fiscal no persigue sus objetivos clásicos respecto de la demanda agregada (consumo, inversión, exportaciones) sino otros: generar credibilidad ante los mercados financieros, mantener abiertas las fuentes de financiamiento externo e inducir una baja en la prima de riesgo país para reducir las tasas de interés. Cierto desahogo fiscal es imprescindible para que sea viable alguna política presupuestaria con objetivos macroeconómicos, pero en el caso de los países de alto endeudamiento (Brasil, Argentina...), esto es sólo posible si la deuda pública externa es restructurada. Es la única forma de recuperar margen de maniobra para la política fiscal.
Tras el default y la restructuración forzada de la deuda argentina, no tendría mayor sentido apuntar la estrategia a recuperar el acceso a los mercados financieros porque la probabilidad de éxito sería baja. En cambio, sí hay un incentivo a minimizar la transferencia externa del sector público, es decir, los pagos a los acreedores.
Los requerimientos determinados por la atención de la deuda externa restructurada y la interna definen una meta de superávit primario. Si los ingresos fiscales superaran eventualmente los necesarios para alcanzar esa meta, el gasto público no financiero podría expandirse, manteniendo constante el superávit primario.
Dilatar el gasto no financiero para que el superávit primario no se incremente más de lo necesario –argumentan Frenkel y Rapetti– no sería estrictamente ejercitar una política fiscal expansiva, sino evitar que la evolución de las cuentas públicas tenga un efecto contractivo sobre la actividad y el empleo.