EL MUNDO › COMO FUE EL VERTIGO ULTRALIBERAL QUE PROYECTO Y LUEGO TERMINO CON ENRON

Cuando lo sólido se desvanece en el aire

El escándalo por la caída de Enron no ha hecho más que comenzar. Mientras la Casa Blanca sigue negándose a entregar al Congreso el contenido de las reuniones del titular de la petrolera con el vicepresidente Dick Cheney sobre la política energética, hay al menos 10 investigaciones en marcha sobre el fracaso de una empresa emblemática de la era ultraliberal.

Por Madeleine Bunting *

Es difícil exagerar el enorme impacto que tuvo la implosión de Enron. El mayor colapso empresario en la historia norteamericana está arrastrando a políticos, bancos, auditorías, otras corporaciones, fondos de pensión, analistas de inversión, las reputaciones de los llamados “expertos” en negocios y millones de los inversores, en una vorágine donde se pueden perder miles de millones de dólares y algunas de las más confiadas reputaciones de la compañías norteamericanas.
El escándalo cobró su primera muerte la semana pasada: un ex ejecutivo multimillonario de Enron fue encontrado muerto en su Mercedes junto a una “explosiva” nota de suicidio. John Baxter estaba enfrentando una denuncia colectiva de sus antiguos empleados de Enron cuyos certificados de acciones, que algunas vez valieron millones, y ahora se venden por Internet como souvenirs de la catástrofe. Baxter estaba por perder su Mercedes, su mansión Enron, y todo.
Con al menos 10 investigaciones iniciadas sobre Enron, apenas hemos echado un vistazo a una fracción de lo que van a ser las repercusiones de este desastre empresario. El principal foco de interés hasta ahora ha sido el olor a corrupción política: ¿se le puede imputar algo a la administración republicana? Por primera vez en la historia, el Congreso está presionando a la Casa Blanca para averiguar los detalles exactos de la cálida relación entre “Kenny Boy” (Kenneth Lay, ex presidente de Enron) y el vicepresidente Dick Cheney, que produjo 326 millones de dólares para el Partido Republicano en los tres últimos años.
Enron aparece como un caso modelo de cómo el poder de las corporaciones subvierte el proceso político en cualquier país en que opere (Estados Unidos, Gran Bretaña o India). Es un tema sucio y van a rodar cabezas, pero también es tema conocido. Lo que hace a Enron una historia tan extraordinaria es que anuncia el final no sólo de algunas políticas económicas desagradables y poco claras, sino de un modelo ideológico de corporaciones viciosas que se expandieron desde su base en Houston al resto del mundo.
La visión darwiniana de un mercado “perro come perro” impulsó la campaña política de Enron en favor de la privatización y la desregulación. Su lema se apoyó en una fe casi fundamentalista en la eficiencia de la autorregulación del mercado; los creyentes aseguraban que no había límites a su aplicación. Para la legión de admiradores de Enron en Wall Street, en la Universidad de Negocios de Harvard y en todas partes, la compañía resultaba el epítome de la filosofía de libre mercado que emergió en Estados Unidos y moldeó la era Thatcher-Reagan antes de ser exportada al mundo en desarrollo bajo la égida del Banco Mundial y de los programas de desregulación y privatización impulsados desde entonces por el Fondo Monetario Internacional.
La lucha de los movimientos anti-corporativos para probar que el mundo no está a la venta –y ciertamente no para los jugadores de casino estilo Enron– ha recibido un impulso notable con la desaparición de la compañía. Muchos van a insistir en este el tema en el Foro Económico Mundial en Nueva York esta semana y en su contraparte alternativa en Porto Alegre, Brasil. Cuánto del fundamentalismo de libre mercado va a sobrevivir –si algo sobrevive– va a ser un tema clave. La marea empezó a volverse en contra de los mercados libres desregulados luego de los apagones de California, en los que Enron jugó un papel notorio. Ahora esta marea se ha convertido en una inundación en regla. La re-regulación está otra vez en la agenda y en norteamérica su regreso abarcará desde los procedimientos contables, las plantas de electricidad y otras utilidades públicas hasta la provisión de pensiones.
Seamos optimistas y esperemos que Enron sea observado como la marca más alta de la retirada del Estado ante el poder corporativo desregulado. Numerosos profesores en Ohio han perdido sus pensiones para hacerlo claro,sin mencionar a los pensionistas de Enron que ahora dependen de la seguridad social. Pero estas historias de mala suerte son sólo una parte de un espectáculo de humillación empresaria sin precedentes: huevo en la cara de rostros famosos en todo Estados Unidos. La lista está llena de expertos en administración de empresas, profesores de universidades económicas, periodistas y analistas de Wall Street que se desvivían por derrochar elogios sobre el radicalismo y la brillantez innovadora de Enron. Se supone que son las personas más inteligentes de Estados Unidos y casi todos fueron embaucados por las nuevas ropas del emperador.
Hasta hace sólo un año atrás, Fortune, que por seis años consecutivos calificó a Enron como la compañía más innovadora de Estados Unidos, admitió que era “realmente impenetrable” para los de afuera y que resultaba imposible responder incluso la pregunta básica de cómo hacían la plata. Pero Fortune hizo a un lado esas reservas, concluyendo que “en definitiva, todo termina siendo una cuestión de fe”.
Lo que resulta sorprendente es cómo Enron engañó a una vasta mayoría de sus empleados. Los supuestos soplones de adentro aparecieron en un momento muy tardío. La compañía se jactaba contratar a los graduados en administración de empresas más brillantes de Estados Unidos –250 al año-. También generó una cultura corporativa que era intensamente competitiva (el 10 por ciento de los empleados eran despedidos año en una proceso de revisión de su desempeño) y era fanáticamente leal a Jeffrey Skilling, en ese momento presidente de la empresa. Una hipercargada adicción al trabajo no dejaba espacio para disentir o incluso dudar. Un ex ejecutivo comparó a Enron con los talibanes. Otro admitió que cada vez que Skilling hablaba, “yo creía cada cosa que dijera”. El resultado era “una suerte de culto”, admitió el Economist antes de la caída. Los favoritos de Skilling lograban ir con él a hacer excursiones en la Patagonia o motociclismo en México.
Enron se enorgullecía de la audaz libertad empresarial que cultivaba entre sus empleados jóvenes, que podían ascender a velocidades vertiginosas. Andrew Fastow, arquitecto de las deudas en negro, tenía 36 cuando fue ascendido a ejecutivo de Finanzas en jefe.
Enron se convirtió en el ejemplo por excelencia de cómo, a fines de los 90, la cultura empresaria norteamericana tomó de rehén y luego invirtió el radicalismo de los 60. El gurú de los negocios Gary Hamel alabó a los “activistas de Enron” que se veían a sí mismos como “revolucionarios”. Vivían según la regla de la “destrucción creativa”, en que la totalidad del saber convencional debe ser puesto a prueba. En sus avisos, tenían el descaro de equipararse a Gandhi y a Martin Luther King. Esto produjo una cultura de alucinante arrogancia en cuanto a que Enron podía hacer hasta lo imposible.
La pieza más sorprendente del rompecabezas es porqué todo el mundo creía en los “activistas” de Enron cuando sus balances ya no eran comprensibles. En parte, fue predumiblemente la angurria, a medida que el precio de las acciones subía un 1700 por ciento en 16 años. En parte, se debe a la bizarra fiebre milenarista de fines de los ‘90, que hizo creer a muchos que Internet había revolucionado todos los negocios y que nada iba a ser igual. Como tal, Enron fue la explosión puntocom más grande.
Con suerte, Enron terminó con una ideología que decía que los mercados con regulaciones mínimas eran una vía efectiva para organizar y servir al interés público, y que desarrollaban de manera orgánica mecanismos de autocorrección para asegurar su funcionamiento. En cambio, hemos sido testigos de cómo el capitalismo de mercado puede arrojar un impresionante desfile de voracidad, ambición, estupidez incluso en los más inteligentes, e irracionalidad.

* De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12.
Traducción: Giselle Cohen

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El edificio de la compañía tras la niebla en Houston.
Los “activistas” de Enron se veían como “revolucionarios”.
 
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