Domingo, 23 de agosto de 2009 | Hoy
EL MUNDO › LA CIA SIMULO FUSILAMIENTOS
Los detalles sobre las sesiones de tortura de la CIA siguen filtrándose, a pesar de los esfuerzos de la Casa Blanca de mantenerlos en secreto. Además del submarino, la agencia de espionaje simuló ejecuciones y amedrentó a prisioneros con taladros eléctricos para hacerlos confesar. Así lo aseguraron ayer la revista Newsweek y el diario The Washington Post en un adelanto de un informe oficial que será desclasificado esta semana por pedido de la Asociación de Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés), una de las principales organizaciones norteamericanas de derechos civiles.
El interrogatorio que describe el inspector general de la CIA en su informe de hace cinco años habría sido el del comandante de Al Qaida Abd al-Rahim al-Nashiri. Lo único que se sabe de él es que después de que lo capturaran en 2002, lo trasladaron a la cárcel militar en Guantánamo, donde permanece hasta el día de hoy. El comandante de Al Qaida es el supuesto cerebro del ataque contra el buque de guerra estadounidense “USS Cole” en 1999 en Yemen, en el que murieron 17 soldados. Los servicios de inteligencia estadounidenses creen que, antes de ser capturado, Nashiri dirigía las operaciones de Al Qaida en el Golfo Pérsico.
Era uno de los peces gordos y, por eso, hicieron todo para sacarle información. En Guantánamo a Nashiri lo amenazaron con matarlo innumerables veces. Después de cada amenaza, sus interrogadores simulaban su ejecución o lo sometían al submarino, una y otra vez. Otra veces le ponían el taladro eléctrico sobre la frente y lo prendían y lo apagaban. “El objetivo era asustarlo para que diera información”, explicó una fuente gubernamental a la revista Newsweek.
Si las ejecuciones ficticias contra Nashiri fallaban, los espías norteamericanos intentaban coercionando amenazando a uno de sus compañeros, detenido en una celda contigua. Según adelantaron los medios norteamericanos, los agentes de la CIA le gritaban para que hablara o empezarían dispararles a los otros prisioneros. Cuando los gritos y los forcejeos llegaban al clímax, otro agente en una habitación vecina descargaba un arma automática.
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