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El barón francés Philippe de Villiers, sospechoso de todo menos de comunista, se refirió en diversas ocasiones al presidente Nicolas Sarkozy como a un “impostor”, “mentiroso” y como a un “conejito de Duracell”. Pero eso es cosa del pasado. El mes que viene, el visconde De Villiers, un político antieuropeo, antiinmigración, antigay, un populista de derecha hecho y derecho y fundamentalista católico, se convertirá en la última adquisición del heterodoxo armado político de Sarkozy, que abarca desde el centroizquierda hasta los bordes de la extrema derecha.

De Villiers, o el visconde Philippe Le Jolis de Villiers de Saintignon, dejó trascender que en el próximo mes de septiembre espera sumarse al “comité de coordinación de campaña” de Sarkozy para las próximas elecciones legislativas del año que viene, lo que, implícitamente, significa que busca sumarse a los equipos de trabajo del mandatario para las presidenciales del 2012.

La movida táctica de Sarkozy al sumar a De Villiers a sus filas, cuando todavía le queda un poco más de dos años y medio de su mandato de cinco, es bien clara. Frente a una izquierda absolutamente dividida que no representa ninguna amenaza, el presidente, un hombre dos veces divorciado, mitad extranjero y que no va nunca a la iglesia, se asegura de este modo un poco más de llegada en la tradicional alta burguesía, tanto de centro como de centroderecha y simplemente de derecha.

Según el propio visconde, su salto a las filas de Sarkozy se justifica como una maniobra para buscar instalar sus ideas políticas, hoy marginales, en el centro del gobierno.

Sin embargo, el simbólico estatus de De Villiers como militante antigay y hombre de familia por excelencia, con su esposa y siete hijos, no está libre de puntos oscuros. Su hijo Laurent, de 24 años, denunció en público varias veces que su hermano mayor, Guillaume, de 29, lo violó de manera sistemática durante su infancia. El año pasado retiró su denuncia en circunstancias extrañas. En enero de este año la volvió a presentar.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12-