Miércoles, 10 de febrero de 2010 | Hoy
EL MUNDO › TRAS EL TRIUNFO DE YANUKOVICH, EL PASADO DOMINGO EN UCRANIA
Por Juan Pablo Duch *
Desde Moscú
Julia Timoshenko anunció ayer que no reconocerá su derrota en las urnas. “Se tomó la decisión de impugnar los resultados por colegios y exigir luego el recuento por circunscripciones. Si los tribunales nos dan la razón, cuestionaremos los resultados generales de las elecciones”, explicó la número dos de su partido, la diputada Elena Shéstik. Por el contrario, los observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) defendieron la transparencia de los comicios. Timoshenko había convocado una conferencia de prensa el lunes, pero a mitad del día la pospuso para el día de ayer. Todo indica que la jornada de silencio tuvo como objetivo ganar tiempo para negociar alianzas en el Parlamento que le permitan, desde la oposición a Viktor Yanukovich, mantener el cargo de primera ministra.
La máxima instancia electoral de Ucrania ya ratificó el triunfo de Yanukovich, el candidato opositor, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de ese país eslavo, que tiene un ojo puesto en Rusia y el otro en la Unión Europea. La Comisión Central Electoral, tras escrutar el 99,42 por ciento de los votos, anunció el lunes que Yanukovich obtuvo 48,81 por ciento, y su rival, Timoshenko, aun primera ministra, 45,61 por ciento. Con esos resultados parece imposible que la candidata perdedora pueda revertir el resultado final.
En cualquier otro país, Timoshenko debería renunciar; en Ucrania, no es obligatorio porque el presidente carece de la facultad de designar primer ministro, la cual corresponde al Parlamento. De ahí que en las próximas horas, días, semanas se pueda pactar un arreglo, según vayan poniéndose de acuerdo los implicados, que a su vez pueden cambiar de campo hasta que se consiga consensuar una fórmula con respaldo suficiente para ser impuesta.
Con el triunfo de Yanukovich –cuyo perfil político a veces se simplifica al colgarle la etiqueta de prorruso, como si fuera un títere de Moscú–, el Kremlin tendrá en Kiev un interlocutor ciertamente menos beligerante en asuntos clave como el futuro de la base naval de Sebastopol, sede de la Armada rusa en el Mar Negro, o la posibilidad de ingresar en la Organización del Tratado del Atlántico Norte, aunque esto último no depende del mandatario en turno y partidarios y detractores de la idea coinciden en que una decisión de ese calibre tendría que tomarse sólo a través de un referendo.
Al mismo tiempo, los resultados oficiales ponen de relieve que los ucranianos que acudieron el domingo a las urnas –69,15 por ciento del padrón– no eligieron entre Rusia y Europa, sino que votaron agobiados por la crisis económica y hartos de los escándalos de corrupción y de las promesas incumplidas de unos gobernantes enfrentados entre sí (Viktor Yushenko, el presidente saliente, y Timoshenko), lo cual favoreció a Yanukovich, autopostulado como oportunidad de cambio.
La diferencia de votos entre Yanukovich y Timoshenko es tan reducida que Ucrania nunca va a poder resolver si se alinea con Rusia o con la Unión Europea, a menos que la élite gobernante, producto de la enésima fórmula de compromiso que sea, esté dispuesta a menospreciar a la mitad de los ciudadanos con derecho a voto. Hasta ahora, ninguno de los tres presidentes que ha tenido Ucrania desde la desintegración de la Unión Soviética en 1991 –más allá de hablar con mayor o menor énfasis sobre tal o cual perspectiva como proyecto nacional– se ha atrevido a dar la espalda a la mitad de su población.
* De La Jornada de México. Especial para Página/12.
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