Sábado, 10 de julio de 2010 | Hoy
EL MUNDO › COMO SI FUERA UNA MALA NOVELA DE LA GUERRA FRíA, OTRA VEZ RUSIA Y EE.UU. CANJEARON AGENTES SECRETOS
Estados Unidos entregó a Rusia a diez rusos detenidos por espiar para Moscú, que a su vez liberó a cuatro ciudadanos rusos condenados por trabajar para los servicios secretos norteamericanos. El canje se hizo en un aeropuerto.
Por Tony Paterson
Viena, la ciudad que fue el telón de fondo de la película clásica de la Guerra Fría, El tercer hombre, y que fue en una época un nido de la actividad de espionaje de la CIA y la KGB, de pronto fue reinventada como la capital post comunista para el canje de espías. Pero un intercambio de prisioneros en la pista del aeropuerto de Viena, involucrando a espías que brindaron información a sus jefes que podría normalmente encontrarse en Internet, difícilmente era el asunto de la Guerra Fría.
De acuerdo con los parámetros anteriores a 1989, el canje de espías en Viena ayer fue una comedia vacía de drama. ¿Dónde estaban los guardias de fronteras con caras de piedra y las Kalashnikov, las limusinas negras soviéticas, los agentes con gastados impermeables apareciendo por detrás de la Cortina de Hierro? En cambio tuvimos 90 minutos de escaleras para abordar cubiertas.
Tras días de intensas consultas diplomáticas, Estados Unidos entregó a Rusia a diez rusos detenidos por espiar para Moscú, que a su vez liberó a cuatro ciudadanos rusos que cumplían condena por trabajar para los servicios secretos norteamericanos. El intercambio de espías tuvo lugar en el aeropuerto Schwechat de Viena, donde habían aterrizado un Boeing 767 procedente de EE.UU. y un Yak 42 enviado por el ministerio ruso de Situaciones de Emergencia.
Una vez producido el canje, el Yak 42 voló hacia Moscú, donde aterrizó a en el aeropuerto de Domodódovo. La nave que recogió en Viena a los rusos liberados por Moscú aterrizó a su vez en la base aérea británica de Brize Norton, condado de Oxfordshire que, según había reconocido Londres, recibe en ocasiones aviones de la CIA estadounidense.
La prensa destaca que sólo tres deportados de Estados Unidos estaban registrados en ese país con su verdadero apellido: la peruana Vicky Peláez, columnista del diario neoyorquino en español El Diario/La Prensa, Mikhail Semenko y Anna Chapman, aunque ésta llevara el apellido de su ex marido británico. Los demás son el matrimonio de Vladimir y Lydia Guryev (“Richard y Cynthia Murphy”), Mikhail Kutsik (“Michael Zottoli”), Natalia Pereverzeva (“Patricia Mills”), Andrey Bezrukov (“Donald Howard Heathfield”), Elena Vavilova (“Tracey Lee Ann Foley”).
El último es Mikhail Vasenkov (“Juan Lázaro”), marido de Peláez, mientras otro presunto espía, “Chris Metsos”, logró huir tras haber sido detenido en Chipre y puesto en libertad bajo fianza. El “topo” más importante liberado por Rusia es el ex agente del SVR Alexandr Zaporozhski, condenado en 2003 a 18 años por trabajar para Washington.
Durante la Guerra Fría, Viena era genuinamente un centro en el cruce entre Europa comunista oriental y la occidental capitalista. Pero con los años, la ciudad confió más en Graham Green y en Orson Welles para promocionar esta reputación. Después de todo, no se habla a menudo de espionaje verdadero.
John Le Carré hizo lo mismo para Bonn con su novela Una pequeña ciudad en Alemania y su épica El espía que volvió del frío casi lo hizo por Berlín, pero no lo logró. En realidad, la capital alemana con sus legendarios “puentes para espías” brindó hechos más poderosos que la ficción. Su record de canje de espías permanece incuestionable.
Estados Unidos y la Unión Soviética usaron al legendario puente Glienicke de Berlín tres veces para intercambiar espías capturados durante la Guerra Fría. El primer intercambio tuvo lugar a comienzos de 1962 cuando Estados Unidos liberó al espía ruso, coronel Rudolf Abel, a cambio del piloto estadounidense Gary Powers que fue derribado mientras volaba un avión sobre la Unión Soviética dos años antes. El segundo sucedió en 1985, cuando los rusos canjearon 23 espías estadounidenses por la polaca Marian Zacharski y otros tres espías soviéticos.
El tercero tuvo lugar bajo las luces de los medios occidentales el 11 de febrero de 1986 y yo vi cómo sucedía. El puente Glienicke unía lo que era Berlín occidental capitalista con el ex ciudad de la República Democrática Alemana, Postdam. Las pesadas vigas de la Cortina de Hierro se extienden a lo largo del río Havel que separa las dos ciudades. En febrero, hace 24 años, fue usado para canjear al disidente soviético Anatoly Sharansky y a tres agentes occidentales por el espía soviético Karl Koecher y otros cuatro.
La preparación para el intercambio había comenzado semanas antes. Para el 11 de febrero estaba al rojo vivo. Parados en la nieve, los medios del mundo estaban a lo largo del camino que iba al puente en el lado occidental. Esa mañana, todos los ojos estaban fijos en el portón en el medio del puente que llevaba el emblema de la hoz y el martillo de Alemania comunista oriental. Eventualmente, un par de guardias armados estilo ruso, con sombreros de piel y largos sobretodos grises, marcharon hacia el portón. Era una pantomima al más puro estilo Guerra Fría.
La puerta crujió cuando se abrió. De pronto, la limusina Mercedes dorada de Wolfgang Voles, el principal negociador del intercambio de prisioneros de Alemania oriental, surgió y se detuvo. Aparecieron ómnibus del Este y el Oeste y se estacionaron en el puente. Las puertas se abrieron y se cerraron, las figuras se mezclaron, luego un hombre con sombrero de piel y un sobretodo gris emergió. Anatoly Sharansky caminó hacia una limusina occidental y se fue rapidísimo. El intercambio de espías más publicitado duró unos 10 minutos. Los únicos sonidos fueron los portazos de los automóviles y el ruido de los motores.
Nadie dijo una palabra.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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