Miércoles, 23 de marzo de 2011 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
No existe la razón de las bombas, ni se puede tapar guerra con más guerra, ni muertes con más muertes, ni bombardeos de multitudes con bombardeos de poblaciones. No hay manera de justificar esta guerra, salvo por negocios e intereses. Pero lo que hizo Khadafi me da un poquito de bronca.
No es que los gringos y los europeos se acordaron de golpe de quién era Khadafi y decidieron manotear el petróleo, y de paso hacerles el negocio a los fabricantes de armas. Bueno, no solamente eso.
El tipo salió a reprimir manifestantes pacíficos de una hermosa revolución. Y no con palos y caballos como en Egipto, ni a los tiros como Yemen y Bahrein, sino con bombas lanzadas desde aviones de guerra contra multitudes inocentes. Así empezó el problemita.
Porque el vértigo de las noticias a veces confunde: la guerra civil vino después, cuando algunos militares no se bancaron las órdenes y cambiaron de bando. Ahí empezó una guerra civil desigual, dada la abrumadora superioridad de poder de fuego en favor del gobierno, como contó en este diario Eduardo Febbro. Pero antes vino la carnicería.
La pasaron por la tele, la vio todo el mundo. Y a menos que seas un país muy grosso, tipo Rusia o China o Estados Unidos o Irán, no podés hacer eso. No te dejan. Como se dice en el barrio, el chabón se zarpó mal.
Olvidate de que es un dictador, cuarenta años atornillado al sillón, o un vendepatria que se dio vuelta para transar con los gringos. o un terrorista que se bajó un avión. O si querés, un icono antiimperialista, practicante de un socialismo internacionalista que les da trabajo a 900.000 árabes que no lo consiguen en sus países.
Khadafi pasó un límite. Como el holocausto judío, como los desaparecidos de la Argentina, cometió un crimen aberrante que denigra la condición humana. No conozco muchos antecedentes de un tirano que bombardee a su pueblo. Lo primero que viene a la cabeza es el bombardeo de Plaza de Mayo, pero esto fue peor. Porque en el ’55 murieron civiles inocentes en la plaza, pero el blanco era la Casa Rosada, una persona, Perón.
Acá le apuntaron a la gente, a las multitudes reunidas en las calles y las plazas, sin un techito siquiera para protegerse de la lluvia de bombas. ¿Otro ejemplo? No sé, quizás habría que remontarse a los incendios de Nerón, cuando todavía no se había inventado la CNN.
Khadafi la está sacando barata, al menos entre los que estamos de este lado. Pareciera que correrlo del medio facilita argumentar en contra de la guerra. Pero es al revés.
Una oposición inteligente a la guerra, ya sea pacifista, progresista o revolucionaria, debería condenar al delirante, brutal y contrarrevolucionario líder libio, con la misma fuerza con que se opone a la intervención militar de los matones de Occidente. Denunciarlo en serio y no como un descargo del tipo “encima nos quieren acusar de defender a Khadafi”, al final de un largo discurso antibélico, liberal o antiimperialista, como viene sucediendo hasta ahora.
También urge pensar alternativas viables a esta guerra, algo de lo que no se habla lo suficiente. Si Berlusconi hubiera congelado los siete mil millones de euros que Khadafi tenía en Italia antes del bombardeo y no un días después, es posible que otra fuera la historia.
Es momento de apoyar una estrategia para llevar a Khadafi ante la Justicia para que pague por sus crímenes. De pensar sanciones que debiliten el régimen con el mínimo impacto posible en la gente. De armar un paquete importante de ayuda internacional para reparar el daño causado por propios y extraños. De activar la diplomacia. Y también de buscar, por supuesto, cualquier vía para condenar el ataque asesino de Francia, Estados Unidos y Gran Bretaña, nombrados por estricto orden de aparición.
Porque no hace falta elegir entre la política y la memoria, entre los derechos humanos y la soberanía de los pueblos libres. Paremos la guerra, pero no nos olvidemos de Khadafi.
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