Domingo, 22 de mayo de 2011 | Hoy
EL MUNDO › EL CASO DE STRAUSS-KAHN DESATO UN ENFRENTAMIENTO ENTRE PERIODISTAS FRANCESES Y NORTEAMERICANOS
Quienes hoy firman artículos acusatorios donde, al mismo tiempo que denuncian los fervores sexuales de Dominique Strauss-Kahn, corren el telón de la honda complicidad de un sistema donde los medios son más aliados del poder que de los lectores.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Los lectores franceses pueden elegir entre reírse, llorar, golpearse la cabeza contra la pared, pedir asilo periodístico en otro país o simplemente leer con indiferencia o indignación la logorrea de sandeces, incongruencias y falsas informaciones que los medios destilan cada día acerca de la intriga sexo-policial que condujo a la cárcel al ex director del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn. La actitud de los medios nacionales destapó una abierta disputa con los periodistas norteamericanos. A ambos lados del Atlántico los teclados vibran de encono. No pasa un día sin que la presunta víctima de la agresión sexual, la mucama del hotel, desaparezca detrás del flujo de artículos y debates televisivos contra el tratamiento judicial de que fue objeto el presunto culpable, Dominique Strauss-Kahn. A ellos se les pegan las denuncias tardías de la prensa francesa sobre la obsesividad sexual del político francés. En un coro indecente, muchos afirmaron que sabían y se callaron. Sin embargo, el hecho de que hayan esperado ver encarcelado a un soldado tan eficaz del capitalismo para rematarlo no hace sino acrecentar el oprobio de quienes hoy firman artículos acusatorios donde, al mismo tiempo que denuncian los fervores sexuales de Dominique Strauss-Kahn, corren el telón de la honda complicidad de un sistema donde los medios son más aliados del poder que de los lectores.
No se sabe hoy qué es verdad y qué mentira en lo ocurrido en la habitación 2806. Las investigaciones no han concluido, sólo se conocen los argumentos de la acusación y no los de la defensa. Pero da igual. Circula una marea de mentiras y suposiciones y casi todos viajan sobre ese oleaje envueltos en sábanas de preceptos morales e inquisidores, sea contra la Justicia espectáculo tal y como se práctica en los Estados Unidos, sea contra el presunto agresor. La víctima parece no existir, casi nadie habla de ella. El tono de los comentarios suscitó la ira de las feministas, que este domingo convocaron una manifestación contra el “sexismo sin complejos” que se ha constatado desde que estalló el escándalo. Las feministas impugnan la “confusión intolerable entre libertad sexual y violencia contra las mujeres” y un hecho aberrante que la portavoz del Comité Nacional de los Derechos de la Mujer, Maya Surduts, resumió así: “De lo único de lo que se habla no es del hecho de que haya una víctima, sino del hecho de que esa víctima es Dominique Strauss-Kahn”.
Los medios presentan al economista francés como una víctima, sea de sus apetitos sexuales, sea de la Justicia estadounidense. En ambos casos la posibilidad de su inocencia nunca se evoca, es algo tan lejano como la figura de la mucama, cuya realidad se asemeja a una metáfora. La semana pasada, el periodista Jean Quatremer escribió que “las mujeres que querían evitarse problemas sabían que lo mejor era no encontrarse solas con él (Dominique Strauss-Kahn)”. La acusación, en pleno proceso y linchamiento público, es gravísima. A ella respondieron tres periodistas francesas. En un texto publicado por el diario Libération y titulado “todas las mujeres periodistas no fueron hostigadas por DSK” (así se conoce a Dominique Strauss-Kahn), Nathalie Raulin –Libération–, Virginia Malingre –Le Monde– y Nathalie Segaunes –Le Parisien– escriben que “pretender que no se puede mandar a una mujer sola a entrevistar a DSK es en realidad falso”. Las tres mujeres reconocen que el hombre era un poco “pesado”, que reiteran que nunca las “agredió” ni tampoco las “amenazó”.
El ex jefe del FMI les hizo perder la cabeza a muchos. La prensa norteamericana arremetió con sorna a veces violenta contra el ejército de comentaristas que atacó el hecho de que se haya tratado a Dominique Strauss-Kahn como a cualquier otro acusado, algo imposible en Francia: el rey es rey hasta en los tribunales. El plumífero oficial del sistema, Bernard Henri Levy –filósofo, novelista, biógrafo, director de cine y periodista de hechos que no vio– atacó al “juez norteamericano que, entregando a DSK a los cazadores de imágenes que esperaban delante de la comisaría de Harlem, pareció pensar que Dominique Strauss-Kahn era un justiciable como cualquiera”. Bernard Henri Levy no es el único que piensa así. Hasta un hombre con orientaciones comunistas piensa lo mismo. Michel Fize, sociólogo y delegado nacional del Movimiento Unitario progresista –movimiento fundado por un ex secretario general del Partido Comunista francés– escribió lo siguiente en Le Monde: “Que Dominique Strauss-Kahn sea culpable o no, es inadmisible que se trate a un hombre de esa manera, en primer lugar porque es un ser humano, en segundo porque en ese momento –el de su arresto– aún era el director gerente del FMI”. Este antagonismo entre la igualdad y la desigualdad llegó a su extremo en un debate televisivo en el que participó el ex ministro de Justicia Socialista Robert Badinter –fue quien abolió la pena de muerte en Francia– y el periodista Laurent Joffrin del semanario Le Nouvel Observateur. La defensa de Strauss-Kahn por parte de Badinter fue tan enfatizada, tan extrema, que dejó totalmente afuera la existencia de la víctima, cuyos derechos son proporcionales a los del acusado. Pero la mujer no entra en ningún repertorio, como tampoco la idea de que el acusado pueda ser inocente. Se defiende a ultranza el principio de que, como poderoso, habría que haberlo tratado con guantes blancos. Las élites mediáticas, políticas, económicas y culturales de Francia que defienden con uñas y dientes a Dominique Strauss-Kahn con la sola bandera del trato que le deparó el sistema jurídico norteamericano tendrían que releer su propia historia para volver a aprender lo que transmitieron al mundo: la idea de igualdad. Ese principio fue enterrado bajo la ira y la indignación que acarreó el hecho de ver a un poderoso al mismo nivel que un obrero. El caso Strauss-Kahn funcionó como las revoluciones árabes: les sacó la máscara a los demócratas de Occidente para mostrarnos sus verdaderos valores e intereses. Después de días y días de patetismo, el diario Le Monde reconoció que todas esas reacciones “remiten a los arcaísmos de nuestra sociedad y al lugar de la Justicia en nuestra democracia, tan pobre en cultura de contrapoder”.
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