Viernes, 1 de julio de 2011 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Hamlet Hermann
El pueblo de Estados Unidos, con la debida excepción de los multimillonarios, está sufriendo una profunda sensación de crisis y de ansiedad por lo incierto de su futuro. El destino manifiesto que, supuestamente, “Dios” le había otorgado al imperio para extenderse ilimitadamente, tiene ahora un costo tan alto que no puede soportarlo. Los estadounidenses no acaban de entender por qué ocurren tantos fracasos mientras se les dice que son el país más poderoso y rico del mundo.
Empiezan a preguntarse ¿por qué sus tropas con el mejor armamento y la más alta tecnología no ganan un conflicto desde la Segunda Guerra Mundial? ¿Cómo puede ser posible que países atrasados como Corea, Vietnam, Irak y Afganistán hayan podido resistir y hasta vencer al imperio más poderoso de la historia?
Al margen de que Estados Unidos es considerado la principal potencia económica mundial, ¿por qué los principales países productores del mundo no quieren que les paguen sus productos y materias primas en dólares? ¿Qué ha provocado que la omnipotente moneda haya decaído tanto, hasta el punto de devaluarse constantemente? ¿Por qué sus gobiernos han tenido que endeudarse hasta la exageración y su economía sigue en caída libre? ¿Quién puede explicarle a los trabajadores estadounidenses que sus principales acreedores son los chinos, supuestamente los principales enemigos comunistas? ¿Por qué se habla del progreso de los comunistas de China, de los subdesarrollados de Brasil y de los atrasados de la India mientras Estados Unidos retrocede y se endeuda hasta donde ya no puede pagar? ¿Por qué sus casas se devalúan rápidamente mientras todo se encarece? ¿Por qué los bancos que crearon esta enorme crisis son los que se apoderan del fruto de sus ahorros y el gobierno, en vez de castigarlos, los premia con enormes cantidades de dinero? ¿Por qué tienen que trabajar mucho más sin poder recuperar el nivel de vida que una vez tuvieron?
¿Qué pasó con el “Manifest Destiny” y el “In God We Trust”? ¿Es porque han empezado a desconfiar del Dios que tenían que inventan sectas religiosas que les expliquen sus crisis en nombre de otros dioses? ¿Por qué hay que inventar ahora un pasado de éxitos para justificar la discriminación de décadas anteriores? ¿Por qué el centro político de Estados Unidos se ha movido tanto hacia la derecha?
Y sobre todo esto, Obama ha perdido la credibilidad que pudo haber acumulado durante sus años de campañas electorales. Esto, gracias a que no ha cumplido con las promesas de entonces, sino que ha actuado en contrario a lo que dijo que haría desde la Casa Blanca. El nunca fue un personaje progresista, ni mínimamente liberal. Escogió su gabinete entre los representantes del sistema financiero, los bancos y lo que en Estados Unidos se llama FIRE (Fuego), Finance, Insurance and Real Estate. A esto habría que sumarle la selección de los generales del Pentágono que mejor sirven al complejo militar industrial.
Equivocados nosotros cuando asumimos con nuestra atrasada cultura política que el color, la ascendencia o la raza determinan la posición ideológica y política de alguien. Muchos pensaban que si un negro ocupaba una posición de poder en Estados Unidos tendría que ser progresista. Grave error que Obama nos ha ayudado a entender con su parcialización absoluta hacia el poder financiero y los industriales de la guerra. El siempre fue, dentro de la dicotomía racista, un “house boy”. Aquel que en los tiempos del esclavismo vivía con los blancos, era su sirviente y no se vinculaba con la población que trabajaba en el campo y luchaba contra el sistema de plantación. Obama es cómplice y no víctima de la cúpula que maneja los destinos de la superpotencia. Fuimos nosotros los equivocados al pensar que podía ser liberal por el solo hecho de tener un color de piel diferente a los WASP.
Una vez, Obama dijo a la periodista Diane Sawyer: “Prefiero ser un buen presidente durante un solo período que uno mediocre durante dos”. Debería ser fiel a ese planteo y no postularse para la reelección, ahora que confirma haber superado la política belicista y de endeudamiento de George W. Bush.
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