EL MUNDO › EN LOS ACTOS DE RECORDATORIO DE LOS ATENTADOS PRIMó LA CONEXIóN CON EL DOLOR DE LOS FAMILIARES

Nueva York revive su drama diez años después

Bajo un cielo nublado y con la amenaza de nuevos atentados agitada por las agencias de seguridad norteamericanas, el presidente Barack Obama encabezó las tres ceremonias junto a su predecesor, Bush, y evitó dar grandes discursos políticos.

 Por Ernesto Semán

Desde Nueva York

Con una sobriedad oportuna y mayor que la que caracteriza a este país, Estados Unidos conmemoró ayer el décimo aniversario de los atentados de Al Qaida que costaron las vida de unas tres mil personas en las Torres Gemelas de Nueva York, el Pentágono de Washington, y el campo en Shanksville, Pensilvania. El presidente Barack Obama encabezó las tres ceremonias acompañado por su predecesor en el cargo, George W. Bush. Y aunque no faltaron las proclamas surrealistas que sitúan a los atentados como un punto de inflexión y aquellas que acentúan el militarismo que trajeron aparejado, tanto los actos como el clima en la ciudad de Nueva York parecieron estar más conectados con recordar a las víctimas que fallecieron hace diez años.

Tanto el vicepresidente Joe Biden como la secretaria de Estado, Hillary Clinton, y otros funcionarios insistieron en explicar innecesariamente cómo los atentados han traído tantos resultados positivos para los Estados Unidos, una mirada que difícilmente comparta hoy la mayoría de la población. Quizá la medida más elocuente del impacto de los atentados durante esta década lo dan los 10.800 kilómetros que separan a Nueva York del sitio donde empezaron oficialmente las ceremonias de conmemoración. En la base militar y en la embajada norteamericana de Kabul, Afganistán, funcionarios y militares de Estados Unidos llevaron ayer la bandera a media asta. Luego enterraron un trozo de las Torres Gemelas en recuerdo de los soldados caídos durante una invasión que lleva ya una década y que no sólo no ha provisto una solución, sino que se ha extendido hacia el sur, en el territorio vecino de Pakistán. Ayer mismo, seis horas antes del comienzo de las ceremonias, insurgentes talibán atacaron la base de Wardak, hiriendo a ochenta soldados y matando a dos civiles afganos (ver página 4).

En territorio norteamericano, los actos comenzaron varias horas después. Obama llegó poco antes de las ocho de la mañana a una Nueva York más silenciosa que nunca. Con el espacio aéreo cerrado sobre Manhattan y partes de Queens y Brooklyn, al ritmo de domingo se le agregaba la falta de aviones y helicópteros además de los encargados de la seguridad del acto. El presidente estuvo unas dos horas en las ceremonias en Ground Zero, de ahí partió a los actos en Shanksville, Pensilvania, donde cayó el vuelo 93 de United Airlines, y de ahí salió una hora más tarde rumbo al Pentágono, donde fue estrellado el vuelo 77 de American Airlines.

Alejándose de los actos y de las docenas de conciertos recordatorios, la ciudad no parecía muy distinta de cualquier otro domingo, con familias y grupos llenando los restaurantes y las plazas. A las 8.42, la hora en la que el primer avión fue estrellado contra la torre norte, el silencio pareció mucho mayor, quizá porque muchos seguían la ceremonia por televisión. Pero en Prospect Park, en Brooklyn, donde los vecinos habían salido a correr como cualquier otro día, unos pocos se detuvieron para hacer un minuto de silencio. Hubo ceremonias en algunos parques, familiares y gente común que dejó flores en la promenade de Brooklyn que da a Manhattan, y algunas banderas con la imagen de las torres impresa de fondo. Muchos de los cuarteles de bomberos hicieron sus propias ceremonias en la vereda y rodeados de vecinos, recordando a los colegas que murieron hace una década en los atentados durante los operativos de rescate.

Bajo un cielo nublado y con la amenaza de nuevos atentados agitada por las agencias de seguridad norteamericanas, el acto en Nueva York hubiera sido la ocasión ideal para machacar con el tono que caracterizó los aniversarios de los años anteriores. Fue Tom McCarthy, jefe de una de las estaciones de bomberos de Brooklyn que más bajas sufrió durante los atentados, quien contó por qué se había alejado de las ceremonias de ayer explicando que “la vida propia que ha tomado el 11 de septiembre desde entonces ha sido distorsionada, deformada, politizada, radicalizada”. La mayor parte de la ceremonia de ayer en Nueva York pareció hacerse cargo de ese malestar. No faltaron frases increíbles, incomprensibles de raíz, como la del vicepresidente Joe Biden, que en Washington dijo que los atentados alumbraron “una nueva generación de patriotas”, o las del secretario de Defensa, Leon Panetta, que dijo que los atentados “hicieron de Estados Unidos un país más fuerte”.

Pero ese no fue el tono general de las ceremonias, a las que estuvieron invitadas unas tres mil personas, en su gran mayoría familiares de las víctimas. En Nueva York, Obama leyó un pasaje de la Biblia en el que dice “Dios es mi refugio y mi fortaleza”; Bush, una carta de un familiar de una víctima de la guerra civil. El alcalde, Michael Bloomberg, recordó sencillamente, mirando al memorial en el que están inscriptos los nombres de las víctimas y a los familiares que lo rodeaban, “ellos eran nuestros vecinos, nuestros amigos, nuestros maridos, esposas, hermanos, hermanas, chicos y padres”. De traje y con una gorrita recordando el 11 de septiembre, Paul Simon cantó una versión linda, minimalista y algo desafinada del melancólico tema “Los sonidos del silencio” seguido por Yo-Yo Ma, James Taylor, y el coro de jóvenes de Brooklyn, todos seguidos de cerca por los familiares, muchos de los cuales llevaban pequeñas pancartas y carteles con fotos de sus seres queridos.

Luego, los familiares de las víctimas de los atentados pudieron por fin hacer lo que fue, para muchos, lo más importante del día: recordar a sus muertos alrededor del memorial recién inaugurado. Mientras algunos familiares decían frente al micrófono los nombres de los 2982 muertos, otros buscaban los nombres de sus familiares en las paredes del nuevo monumento y permanecían ahí un momento, muchos llorando desconsoladamente, como aislados de la parafernalia que los rodeaba.

El memorial, que Obama inauguró oficialmente ayer, fue diseñado por Michael Arad y su trabajo fue seleccionado de entre más de 5200 propuestas. Es, por lejos, lo más sobrio, abierto y bello que se ha construido en la zona desde el 11 de setiembre de 2001. Los dos cuadrados negros repiten la huella de las Torres Gemelas y se hunden en un hueco hacia adentro, terminando en una fuente iluminada desde abajo adonde llega el agua en cascada desde las paredes. En los muros del memorial están grabados los nombres de las víctimas de los atentados, en letras de bronce de una pulgada y media de alto. Los nombres brillan de día con la luz del sol, y de noche por un panel de luz que las ilumina desde atrás. El memorial está rodeado de un parque con escasos árboles, bancos y senderos que refuerzan la centralidad más imponente del monumento.

La decisión descabellada de cobrar entrada para visitar el memorial hará que ese espacio no se integre por completo al resto de la ciudad. Aun así, junto con el centro de artes diseñado por Frank Gehry que se está terminando al lado, constituyen los únicos lugares pensados en contraste a la ciudad que los rodea y que inspiran a aminorar el paso, a pensar. En oposición, geográfica y de sentido, la Freedom Tower que crece del otro lado de la plaza es tan aplastante en su altura como carente de originalidad en su vista, acompañada por la estación de transporte diseñada por Santiago Calatrava que, además de repetir efectos de diseño envejecidos, carece de la funcionalidad de las grandes estaciones de trenes y es, al costo actual de dos mil millones de dólares, la más cara del mundo.

El presidente tuvo tiempo para recorrer el memorial y ver los detalles del mismo, pero nunca solo. En un sapo tan penoso como inevitable, Barack y Michelle Obama se mostraron en casi todo momento junto a George y Laura Bush. En uno de los pocos saludables legados de esta década, Bush sigue siendo uno de los ex presidentes más despreciados de los Estados Unidos, y su compañía no le suma nada a Obama en el electorado republicano, además de incomodar al demócrata. El presidente tomó la palabra recién al regresar a Washington. “Estados Unidos no se rinde ante el miedo” dijo durante una velada de gala. Y también: “Estos últimos diez años nos mostraron la firmeza de los estadounidenses para defender a sus ciudadanos y nuestra forma de vida”.

Más en general, los días que se llevó la conmemoración son a pura pérdida para Obama. En la semana anterior a los atentados del 2001, una encuesta de CBS revelaba que la mayor preocupación de los norteamericanos era la educación. En la encuesta realizada inmediatamente después, el tema central, entendiblemente, era la seguridad nacional. Desde entonces, cada aniversario del 11 de setiembre, cada corrida paranoica detrás de un alerta terrorista, es una versión pequeña del mismo proceso que repone periódicamente a la seguridad como centro de mesa y reduce los ya estrechos márgenes que tiene para discutir su agenda.

Lo de Obama es una situación paradójica: gobierna con un desempleo cercano a los dos dígitos, pero se beneficia poco o nada si la opinión pública habla de otra cosa, ya que lo condena a seguir paralizado frente a la mayoría parlamentaria republicana, incapaz de volcar la presión pública contra los legisladores para que aprueben, en este caso, su programa de empleo de 450 mil millones de dólares. Un secretario de seguridad bonaerense confesaba una vez cómo hacía la policía para controlar su trabajo: “A veces es presión política, pero lo que más funcionaba era controlarte la agenda a base de funerales. Llegó un momento en que me di cuenta de que llevaba dos semanas yendo solamente a funerales y no había tenido un segundo para avanzar con la reforma”. Lo de Obama en estos días es similar, multiplicado a la escala de la primera potencia militar del mundo y de la magnitud de los ataques de hace una década. Son días en los que no sólo no se discute su agenda, también es un tiempo en el que el espacio para debatir los problemas económicos y de empleo de los Estados Unidos, y para empujar algún cambio en la hegemonía republicana sobre el debate público, se reduce bajo el peso dominante de la seguridad nacional. Obama debe estar agradecido de que no haya otro aniversario de este tenor hasta el momento en el que se decida su suerte en noviembre del año que viene, cuando sean las próximas elecciones presidenciales.

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El presidente Obama y la primera dama, Michelle, estuvieron acompañados del ex mandatario Bush y su esposa, Laura.
Imagen: EFE
 
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