EL MUNDO › FUERZAS ESPECIALES DE EE.UU MATARON A OTROS SIETE CIVILES EN MOSUL
“¡Tiramos porque esto no terminó!”
Mosul, plaza fuerte de los sunnitas de Saddam Hussein, volvió a ser ayer escenario de un caos de manifestantes antiestadounidenses, francotiradores y saqueadores. Fuerzas especiales de EE.UU. mataron a siete civiles que se suman a otros 11 ultimados el martes. En Bagdad se instaló el nuevo gobierno, y seguían los saqueos pese a los intentos de fingir que hay orden.
Por Juan Carlos Sanz *
Desde Mosul
“¡Alarma! ¡Tiro en sector norte!” Parapetados tras las ventanas, el dedo en el gatillo del M-16, los soldados de las fuerzas especiales estadounidenses componían una escena digna de El Alamo. Como el legendario fuerte texano, el Palacio de Gobernación de Mosul parecía ayer cercado por el odio de la población árabe de la principal ciudad del norte de Irak. Al menos 11 civiles murieron el martes y otros siete perecieron ayer, según confirmaron a este diario fuentes sanitarias, al abrir fuego los comandos que ocupan la sede de la administración provincial contra grupos de francotiradores que los atacaron, según la explicación oficial del ejército estadounidense.
Pero muchos de los heridos de bala, que se cuentan por decenas en los hospitales de Mosul, aseguraban airados que los soldados atacaron sin previo aviso. “Aún estamos en guerra; tenemos derecho a disparar a quien nos amenaza”, advertía ayer, reclinado en un sillón del edificio, el teniente coronel Robert Waltmayer, jefe de las fuerzas especiales del ejército estadounidense en la ciudad. Dos helicópteros Black Hawk sobrevolaban a muy baja altura el corazón del distrito árabe, mientras dos jeeps artillados patrullaban a toda velocidad frente al hospital, adonde acudían mujeres llorosas cargadas de velos. Esta imagen, que parece copiada de la rutina de Cisjordania, mostraba ayer el centro de Mosul. Grupos de jóvenes acumulaban piedras sin disimulo cerca de la plaza del Palacio de la Gobernación, rodeado de alambradas y sacos terreros.
“Hoy mismo nos han disparado desde el edificio de enfrente, desde la azotea y algunas ventanas, con fuego de A-47, lo vi con mis propios ojos –aseguraba Waltmayer, con el pelo muy corto y una mirada dura–, pero nosotros hemos venido a defender la pacificación.” El teniente coronel de las fuerzas especiales se refería a la sede del Banco Central, donde los saqueadores aún seguían buscando ayer algún botín oculto. “Mis hombres respondieron al ataque de forma adecuada”, dijo ante los tres periodistas europeos que, por alguna razón, permitió acceder al Palacio de Gobernación –todo un fortín, a la vista del armamento desplegado– después de ser estrictamente cacheados.
En su cama del hospital central de Mosul (antes Saddam Hussein), el policía iraquí Ahmed Yunes, de 22 años, no acertaba a explicarse lo ocurrido. “Acudí a controlar un saqueo a un banco y tuve que disparar al aire; entonces un norteamericano me disparó a mí”, relataba el agente, vestido todavía con el uniforme verde oliva, por cuyo pantalón rasgado se observaba una herida de bala en la pierna derecha. Junto al lecho del agente, un comandante del cuerpo de seguridad –las fuerzas policiales han vuelto a patrullar las calles de Mosul desde hace dos días–, reclamaba el anonimato antes de decir: “Los norteamericanos nos exigieron que bajáramos las armas y luego nos dispararon. Como la situación siga así, seguiremos el deseo de la gente y nos tendrán en su contra”.
Con más de un millón de habitantes, sangrientos choques internos entre la minoría kurda y la mayoría árabe –musulmanes sunnitas beneficiarios hasta ahora del régimen de Saddam Hussein–, Mosul era ya una inquietante olla a presión antes de que las fuerzas de EE.UU. dispararan el martes “balas que mataron a varios iraquíes, alrededor de siete”, como ha reconocido el general Vincent Brooks en el mando central de la coalición. “No sé lo que pasa en la calle, y lamento si alguien ha resultado muerto o herido, pero nosotros no disparamos contra la multitud, sino contra los que nos atacaban”, aseguraba el jefe de las fuerzas especiales en su reducto del Palacio de Gobernación. Enviados a territorio hostil, sometidos a esporádicos disparos y pedradas, la tensión entre los comandos de EE.UU. aún era evidente ayer. El día anterior, el nombramiento de un nuevo gobernador procedente de la oposición al régimen del partido Baazdesencadenó una manifestación de protesta que acabó en un baño de sangre, presuntamente causado por el fuego cruzado entre fuerzas norteamericanas y francotiradores.
Grupos de niños seguían coreando ayer por las calles el principal lema de la manifestación: “Sólo Alá es dios y Mahoma su profeta”. Uno de los pilares del Islam parece haberse convertido así en consigna de resistencia a la ocupación extranjera. El joven Ahmed Madafar, de 14 años, tiene una pierna destrozada de un disparo. Una enfermera ocultaba con cariño bajo la manta una de las escasas bolsas de sangre que quedan en el Hospital de la República para su próxima transfusión. Ahmed viajaba en un autobús que se vio sorprendido por el tiroteo de la mañana da ayer en la plaza del gobierno de Mosul. Como Alí Sacker, de 26 años, pasaba por la plaza. Tendrá que esperar para saber si recuperará la movilidad de su codo izquierdo. “¿A qué han venido? ¿A liberarnos de Saddam o a ocuparnos?”. Alí hablaba sin rencor. “No tenemos libertad para movernos por nuestra propia ciudad. Es como si estuviéramos en Palestina. Creo que hasta que no se vayan los norteamericanos no podremos vivir en paz. Los disparos fueron deliberados.”
Como si hubiera escuchado las quejas de los heridos, el jefe de las fuerzas especiales de Mosul advertía, con la firmeza de quien ha sobrevivido ya a varias guerras, que va a seguir cumpliendo a rajatabla las órdenes que le ha encomendado el Pentágono: “No toleraré que disparen a mis hombres, ni que nadie intente destruir mi esfuerzo para pacificar Mosul”.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.