EL MUNDO

Los ayatolas que ayudaron a EE.UU.

Abdul Majid al Joie fue asesinado el jueves dentro de una mezquita sagrada. Esta es la historia de ese momento.

Por Angeles Espinosa *
Desde Najaf

En la carretera de Bagdad a Najaf, los féretros encima de los coches recuerdan que aún se está librando una guerra. No hay chiíta piadoso que no desee ser enterrado cerca de su venerado imán Alí. Su sepulcro es desde hace siglos lugar de peregrinación para esta comunidad musulmana a la que pertenece el 60 por ciento de los iraquíes. Allí están también su centro espiritual y sus más destacados guías religiosos. Desde sus púlpitos teológicos, los grandes ayatolas Alí Sistaní y Mohamed Said al Hakim piden protección para su pueblo y rechazan intervenir en política. Esta actitud tradicional entre el clero chiíta iraquí (que a diferencia del iraní sigue la escuela ajbarí, contrario al activismo político de los religiosos), no impide que los portavoces de ambos ayatolas se muestren críticos con la situación. “Nuestra valoración depende del futuro”, precisa el hijo y portavoz de Al Hakim, Mohamed Husein.
“Su Santidad no recibe visitantes en protesta por la situación de inseguridad y caos en que se halla la ciudad y el país”, explica un asistente del ayatola Sistaní. Su hijo y portavoz, Mohamed Reza, rechaza que su padre dictara una fatwa contra la invasión estadounidense. “El único edicto que ha promulgado en estos últimos meses fue uno contra los saqueos hace 13 días.” “No hay control gubernamental, no hay policía, no hay seguridad”, dice Reza. Pero niega que la casa de su padre haya estado asediada. Mohamed Husein va más allá y habla de “personas venidas de afuera para crear conflicto interno entre los chiítas”. El portavoz de Sistaní habla de “la violencia en la mezquita de Alí, que causó varios muertos, entre ellos un hombre de religión”, para referirse al asesinato de Abdul Majid al Joie el jueves. El suceso conmocionó a Najaf.
Abdul Majid, hijo del gran ayatola Abu al Qasem al Joie, muerto bajo arresto domiciliario en 1992, había sido el artífice hace dos semanas de que Najaf pasara a manos de Estados Unidos sin derramamiento de sangre. El alto precio en vidas de la revuelta de 1991, tras la Guerra del Golfo, dejó una amarga huella en Abdul Majid.
Aunque ni Mohamed Reza ni Mohamed Husein quieren entrar en detalles, esta enviada pudo reconstruir lo sucedido con los testimonios de varios testigos. El día de su asesinato, Abdul Majid había organizado una reunión en la mezquita de Alí con los notables chiítas y el guardián del santuario, Haidar Rifeii, al que algunos acusaban de connivencia con el régimen. Un grupo de hombres armados llegó a la sala y pidió al hijo de Al Joie que entregara a Rifeii, a lo que se negó. Trató de dialogar con ellos, pero no tuvo éxito. Dispararon y mataron a uno de sus ayudantes. Entonces, una multitud se abalanzó sobre él y lo cosió a puñaladas. También mataron a Rifeii. Los portavoces de Sistaní y Al Hakim no especulan sobre si los responsables fueron fedayines de Saddam, alguna otra milicia o meros rivales ideológicos. Sin embargo, no esconden su preocupación por la inseguridad reinante. De hecho, Al Hakim ni siquiera está en su domicilio. “Se halla en un lugar que esperamos que sea seguro”, declara su hijo. Tanto él como el hijo de Al Hakim aseguran que los seguidores de sus padres les han ofrecido protección.
En la calle, los habitantes de Najaf esperan que se restablezca el agua, la electricidad y el teléfono, y que vuelvan a abrir las gasolineras. “Comida no nos falta, gracias a Dios”, declara Alí junto a la casa cerrada a cal y canto de los Al Joie. De regreso a Bagdad, se escucha el Aserejé en el dial, la emisora en árabe de las fuerzas de ocupación, y los vehículos militares tienen preferencia en la carretera.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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Los religiosos iraquíes claman por su seguridad.
 
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