EL MUNDO › A 60 AÑOS DEL LEVANTAMIENTO DEL GUETO DE VARSOVIA
Entre el heroísmo y el duelo
Por Jack Fuchs*
Michael Walzer escribió que es necesario rebelarse contra la opresión, que en buena medida el código moral judío se explica y define por un acto de resistencia a la crueldad egipcia, a toda crueldad. El calendario hebreo conmemora ese acto en Pésaj. La salida de Egipto, el fin de la esclavitud, es un acontecimiento único, irrepetible; pero las fechas, la ritualidad de las fechas, actualiza, año tras año en la memoria, la significación de Egipto y del Exodo, de la decisión emancipatoria pero también de la persistencia de la crueldad en el mundo.
Estamos en los días de Pésaj y a sus encantos de alegría y recogimiento se suma ahora otro momento más de mi almanaque: el 19 de abril. Hoy se recuerda el levantamiento del Gueto de Varsovia, un día de tristeza profunda, una ocasión para hacer presente el heroísmo armado, para honrar a los héroes, a los partisanos, pero también a las víctimas silenciosas, a las madres que acompañaron a sus hijos a la cámara de gas, a los débiles, a los indefensos. Quiero dejar un testimonio claro, sencillo. En torno del 19 de abril se confunden a veces las cosas. El heroísmo tiene un brillo muy seductor en nuestra cultura, quizá porque en el héroe parece implicarse un secreto muy viejo, una metáfora que sitúa en la voluntad, el coraje, la nobleza y el sacrificio una forma posible de establecer alguna soberanía sobre la muerte. Pero no es un día para entrar en polémicas. Se recuerda el heroísmo que en la primavera de 1943 llevó a un grupo de jóvenes a enfrentar el nazismo con las armas, se destaca la valentía de unos pocos, débiles, exhaustos, mal armados, que prefirieron la muerte en combate antes que la otra muerte, la que esperaba en los campos. ¿Cómo no honrar la dignidad de esa elección? Pero como no hay una fecha precisa que pueda abarcar la catástrofe de la Shoá, quizá porque su duración no tiene término ni cumplimiento acabado, se ha elegido este día, el 19 de abril de cada año, para hacer memoria, junto con la de la lucha del Gueto, de toda la dimensión del espanto y la locura humana de Auschwitz. Y la obligación de esta memoria abarca tanto a los héroes del Gueto como a todos los otros, los que murieron en silencio, en el miedo, en la imposibilidad de pelear. Hay que recordar que después de abril de 1943 todavía quedaban cien mil judíos en el Gueto de Lodz, mi ciudad; todavía hasta 1945 siguió deportándose a los judíos de Italia, Salónica, Atenas, Holanda, Bélgica, Francia, de Checoslovaquia, de Hungría, Austria y Alemania. La guerra contra los judíos continuó hasta el último día.
Me acuerdo de que después de la guerra algunos amigos pensamos que en todas las reuniones debíamos dejar de cada tres sillas una vacía, una silla que hablara de la muerte. Cuando la guerra terminó los países implicados contaban a sus muertos, nosotros contamos cuántos habían sobrevivido. En algunas comunidades de cuatro mil o cinco mil personas quedaron solamente una o dos. En los días del levantamiento se había iniciado la matanza de los quinientos mil judíos que vivían en el Gueto de Varsovia. Marek Edelman, uno de los sobrevivientes, solía repetir que es mucho más fácil tomar un fusil que caminar entre fosas comunes. Y si es cierto que fue así para esos quinientos jóvenes, la mayor parte no tuvo ocasión de enfrentar la barbarie nazi.
Hay un poema, “Nunca digas”, de un partisano nacido en Lituania, Hirsh Glik, que se transformó en la canción de los combatientes del Gueto de Varsovia: “Nunca digas que éste es tu último camino,/aunque un cielo plomizo cubra el día azul,/todavía habrá de llegar el momento soñado/ y nuestro paso resonará: ¡aquí estamos!”. Releo este poema y a pesar de mis años, a pesar de los años que ya pasaron, reencuentro dos circunstancias emocionantes: nunca decir que éste es el último día, “el último camino” dice, quizá en medio del peor día, en medio del peor camino, la mayor esperanza, la más resuelta; y el modo de hacerse escuchar, “¡aquí estamos!”, todavía, siempre estamos, me habla muy suave, muy alto, con una voz que no se apaga ni en la memoria ni en el duelo. Y me digo, ya estoycansado, ya no podría salir a combatir, no fui, no puedo ser ahora un héroe, me quedan la memoria y el duelo, estas pequeñas y tristes posesiones, pero aun así y gracias a ellas puedo evocar todavía el sueño del “aquí estamos”. Y estamos, un día como hoy, diciéndonos: nunca perdonar los crímenes, nunca perdonar ni olvidar.
* Sobreviviente de Auschwitz. Educador y escritor.