Sábado, 22 de septiembre de 2012 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Juan Gelman
El miércoles pasado, EE.UU. reconoció por primera vez oficialmente que el ataque a su consulado en Benghazi –que culminó con el asesinato del embajador Chris Stevens y otros tres miembros de su equipo– era de carácter terrorista. Lo hizo por boca de un funcionario de alto nivel: Matt Olsen, director del Centro Nacional Antiterrorista, declaró ese día en una sesión del Comité de Seguridad Interior del Senado que las víctimas “fueron asesinadas en el curso de un ataque terrorista” y señaló la participación de miembros de Al Qaida (//thecable.foreignpolicy.com, 19-9-12). Es una admisión de mucho peso.
La administración de Obama insistió una y otra vez durante la semana transcurrida desde el hecho en que se trataba de una reacción espontánea, producto de la película anti-Islam La inocencia de los musulmanes filmada en EE.UU. Hasta el martes mismo, el secretario de Prensa del Departamento de Estado, Jay Carney, reiteraba que la Casa Blanca no tenía elementos para juzgar que se trataba de un ataque planeado con antelación y previsto para el 11/9, aniversario del brutal atentado terrorista contra las Torres Gemelas.
El gobierno libio piensa lo contrario: “La idea de que este acto cobarde y criminal fue una protesta espontánea fuera de control es completamente infundada y aun ridícula”, declaró el presidente interino Mohammed
el Megarif (www.libertynewsonline.com, 17-9-12). Agregó que su gobierno tenía información sobre el ataque al consulado. Los diplomáticos de EE.UU. estacionados en Trípoli fueron advertidos tres días antes de que se produjera (www.independent.com, 18-9-12).
La posición negadora de EE.UU. tiene al menos dos sustancias. La primera: ¿cómo explicar que hubo una falla gravísima de los servicios de Inteligencia porque no descubrieron el complot? ¿Cómo explicar, si tal falla no existió, es decir, si hubo información fiable del ataque (ver Página/12, 20-9-12), que el Departamento de Estado no alertara al personal diplomático en Libia, como lo hizo con el de la embajada en Egipto, y no enviara efectivos para garantizar su seguridad? (www.timesofisrael.com, 19-9-12). Mejor afirmar que fue un hecho espontáneo.
La segunda es de orden político. Obama ha introducido en su campaña electoral el tema del derrocamiento de Gadafi y la creación de “una Libia segura” y libre de la guerra civil como uno de los logros más importantes de su gobierno. Lo acaecido en Benghazi es un golpe a su credibilidad. Por lo demás, no escasean elementos que apoyan la conclusión de que el ataque fue, en efecto, preparado.
En realidad, no hubo una manifestación frente al consulado de Benghazi aprovechada por los terroristas para dar su golpe, como dijeron funcionarios de la Casa Blanca a fin de abonar la tesis de la espontaneidad. El propietario de la zona residencial donde se encuentra el consulado, Mohammed al Bishari, y un guardián de 27 años que fue herido y guardó el anonimato, informaron a un periodista de la cadena informativa McClatchy que “ninguna protesta se estaba realizando (frente al consulado) cuando se lanzó el ataque a las 21.35 hora local. Describieron el asalto como un hecho repentino y bien coordinado” (www.mcclatchy.com, 17-9-12). Los terroristas enarbolaban la bandera negra del grupo islámico extremista local Ansar al Shariah.
Se había decidido que la reunión en la que participaba el embajador Stevens y su gente se iba a llevar a cabo en una casa de seguridad del consulado, pero finalmente se resolvió hacerla en el edificio del consulado mismo y los dos locales fueron atacados. El periódico británico The Independent (18-9-12) recogió el testimonio del capitán Fathi al Obeidi, quien se refugió en la casa de seguridad junto con un equipo de rescate integrado por ocho estadounidenses: “No sé cómo encontraron el lugar –dijo—, fue planificado, la precisión de los tiros de mortero era demasiado buena para un revolucionario corriente”. Hubo, sin duda, una filtración. Además: preocupa al Departamento de Estado el robo de documentos clasificados, entre otros, el que contiene la lista de los agentes secretos libios que trabajan para la embajada y, por ende, para el Departamento. Una multitud enardecida no se ocupa precisamente de esa clase de delito.
Es temprano para medir todas las consecuencia del acto terrorista. Por lo pronto, se han suspendido las maniobras militares conjuntas EE.UU./Afganistán, así como las conversaciones EE.UU./Egipto en materia de ayuda. Se acentuó el desprestigio estadounidense en el mundo árabe y la influencia de los movimientos islamistas radicales avanza en detrimento de los moderados, especialmente en Egipto (www.sfgate.com, 12-9-12).Se verá qué sigue.
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