Martes, 9 de abril de 2013 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Guillermo Makin *
La muerte de Margaret Thatcher provocó una suelta de homenajes. Las buenas maneras no se dejan de lado en el Reino Unido, menos en una circunstancia como una muerte, pero ya se filtran evaluaciones más realistas. Un mito es que frenó la declinación económica británica. La realidad es que sólo logró llegar a un índice de crecimiento promedio del PBI muy pobre, 2,4 por ciento.
El Reino Unido, al final del thatcherismo (en el poder en los noventa), fue un país con ricos más ricos, pobres más pobres, un ejército de tres millones de desocupados, legislación antiobrera tan denegadora de los derechos de huelga que los sindicatos no se animaban a luchar contra salarios bajísimos, creciente informalidad en el marco de una desindustrialización desatada por Thatcher.
Económicamente, su sombra negativa se extiende a la crisis actual, con un déficit fiscal gigantesco, una deuda pública creciente, pero incapaz (por dogmatismo thatcherista) de aumentar la demanda decreciente, todo porque desreguló el sistema financiero a partir de 1987 y el país se embarcó en una orgía financiera que se prolonga hasta hoy.
El laborismo, cuando recobró el poder, entre 1997 y 2010, no supo revertir la receta económica de capitalismo salvaje. Los bancos, agigantados por la falta de regulación, requirieron su nacionalización. Hoy los bancos británicos son estatales, excepto el Barlclays, que está en manos de un jeque oriental, nacionalización sultanática si las hay.
Thatcher también acercó la política exterior británica al reaganismo. De ahí al seguidismo de Blair, entusiasmado con secundar a Estados Unido en las guerras en Irak y Afganistán, que permite calibrar lo negativo de la herencia de Thatcher. En los sesenta y los setenta ningún gobierno británico quiso tener nada que ver con la disparatada política estadounidense en Vietnam, en Cuba o con China.
Adoradora de Von Hayeck, nunca quiso ver el sufrimiento que sus políticas les impusieron a los mineros, a quienes reprimió sin asco. Dijo que los mineros eran como el enemigo externo, la dictadura militar argentina. En las relaciones de su partido, el Conservador, con Europa, la herencia de Thatcher es una constante guerra civil dentro del conservadurismo. Pese a que el 50 por ciento de las exportaciones británicas va a la Unión Europea, el ala euroescéptica de los tories, siempre alentada por Thatcher, aun retirada por su deteriorada salud, sueña con apartar al Reino Unido de la Unión Europea, quedando en el peor de los lugares: los europeos saben que el Reino Unido no es “communeautaire” y lo ignoran.
El conservadurismo, recargado de acólitos de Thatcher, es tan mal visto por el electorado que pese a la impopularidad laborista en 2010, no logró el poder. Se vio obligado a agachar la cerviz y formar un gobierno de coalición, el actual, una poción más que indigesta.
La visión de Thatcher, angosta, cortoplacista y complacientemente británica, sigue envenenando las relaciones con una Argentina democrática y para colmo peronista y keynesiana, bien distinta de la dictadura con la cual casi negocia la entrega de Malvinas. Terminado el conflicto, en 1982, le dio instrucciones al general Jeremy Moore de obtener una rendición incondicional. Moore, con buen criterio, tachó, me dijo, la palabra “unconditional”. Fiel a su intransigencia, lo echó del ejército no bien terminó el conflicto.
Pese a que Lord Shackleton, el experto que contrató Thatcher para estudiar la economía de las islas, en 1982, le advirtió que las islas “sin contacto con la Argentina no eran económica ni demográficamente factibles”, según me confió Shackleton en 1983, Thatcher siguió urdiendo la inquina antiargentina. Su herencia es la ausencia de negociaciones actual.
Es más, cuando la Comisión de Relaciones Exteriores de los Comunes, en 1983, tras estudiar Malvinas en detalle, recomendó “el retroarriendo, como la solución más elegante”, Thatcher adelantó las elecciones (abril de 1983) para evitar que se debatiera en la Cámara de los Comunes una solución de transacción.
El que quiera llorarla que lo haga. No se ven razones para plegarse al duelo de una figura tan controvertida. Una evaluación realista une a argentinos y británicos.
* Experto en política británica y Malvinas.
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