Sábado, 17 de mayo de 2014 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Emir Sader
Eso decía el slogan de campaña del Partido Popular en Cataluña en las ultimas elecciones. Malthusianamente, está claro que quedan afuera los más frágiles, los más necesitados.
Es la versión siglo XXI de la temática neoliberal de la “gobernabilidad”: los derechos afirmados legalmente vuelven ingobernables a los Estados. Hay un desequilibrio entre cabezas y sombreros. En lugar de producir más sombreros, se cortan cabezas.
A eso se ha reducido el capitalismo en su era liberal de mercado. Triunfan los más competentes, los más listos, los que han acumulado fuerza y riqueza para competir en mejores condiciones. Los otros quedan condenados a su incompetencia. O, como decía un ex ministro de Brasil: “El problema de los pobres es que tienen amigos pobres”.
Cuando reina el mercado, la vida de las personas depende del juego de la competencia, no es un “libre” juego, sino un juego con cartas marcadas, donde el fuerte se vuelve más fuerte y hace que el débil pierda siempre. Si es un capitalismo de ruleta –como dicen algunos—, la ruleta está viciada y hace ganar siempre al que está ganando.
La crisis actual lo ha confirmado. Al inicio, había que salvar a los bancos, si no el techo caería sobre la cabeza de todos. Se ha salvado a los bancos. Pero los bancos se han salvado a sí mismos y cuando la crisis arreció, los que han quebrado son los países, mientras los bancos y los altos ejecutivos de las grandes empresas se han vuelto aún mas ricos.
“No hay para todos”, fue la confesión sincera de quien sabe que la crisis es un filtro, que excluye los derechos de los más frágiles y concentra todavía más la renta y el poder. Hay economías que empiezan a recuperarse, pero sin que se refleje en el nivel de empleo, índice más directo de las necesidades de la gran mayoría, que vive de su trabajo.
La ministra de Desarrollo Social de México afirma: “No se darán más subsidios a las madres que tienen más de tres hijos, ya que sólo crían hijos para recibir subsidios”. El criterio no es la necesidad, sino la selección de recursos que impone el ajuste fiscal.
Por eso la crisis no es una anomalía en el capitalismo, es un momento esencial para su reproducción y revela la verdad del sistema. Un análisis de la crisis actual –iniciada en 2008 y sin final a la vista– es una clase de formación política.
Queda claro que el capitalismo no es un sistema hecho para producir, sino para acumular. Cuando no existen incentivos, no hay inversión. Cuando la mejor manera de acumular es la producción, canaliza hacia ella los capitales. Si no, los concentra en la especulación financiera.
Es lo que caracteriza el capitalismo en su fase actual. Del Estado de Bienestar social, de Estados que reconocían el derecho a tener derecho, a Estados que promueven el abandono y el sálvese quien pueda, el “no hay para todos”.
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