Sábado, 17 de mayo de 2014 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Por Sara Rietti*, Erica Carrizo**,
Alicia Massarini*** y el Grupo Ciencia entre Todxs
En una época en la que los frecuentes cuestionamientos a las prioridades y orientaciones de la política científica y tecnológica argentina intentan ser descalificados e invisibilizados por el pensamiento hegemónico, reduciéndolos a categorías tales como “boicots esporádicos” o “argumentos carentes de fundamentación de base científica”, la figura de Andrés Carrasco pasó a jugar un papel decisivo que la historia encarna sólo en aquellos que se atreven a llevar al límite las contradicciones más profundas que nos atraviesan como sociedad.
Desde el seno de la comunidad científica, avalado por una larga trayectoria académica destacada e intachable, denunció tempranamente los efectos nocivos del glifosato, puestos en evidencia en condiciones experimentales, que confirmaron algunas de las consecuencias más siniestras que el actual modelo de producción agrícola, basado en la aplicación creciente de éste y otros agroquímicos, tiene reservada para los más vulnerables, para los invisibles, para los que enferman y mueren sin que nadie se haga cargo de su condición de víctimas. En 2009, Andrés decidió poner al servicio de los pueblos fumigados los resultados de su investigación, que él consideraba una pequeña contribución a su resistencia que debía ser entregada sin espera. Sin los largos procesos que involucran las publicaciones científicas, porque consideraba que su deber moral como científico y como médico era dar a conocer a los damnificados y a la sociedad toda, las evidencias de los daños que se estaban produciendo. A partir de ese momento, sería el blanco de una campaña de desprestigio sin precedentes en la historia de la ciencia nacional, que no cesó aun cuando los resultados fueron publicados en una prestigiosa revista científica internacional. La campaña tuvo como cómplices a funcionarios, empresarios y científicos que una vez más eligieron mirar para el costado o tomarlo como blanco de hostigamiento. Hubo desde amenazas, descalificación pública, intentos de juicios éticos, informes pretendidamente “científicos” sustentados en investigaciones financiadas por la propia multinacional Monsanto, hasta violentas emboscadas perpetradas por actores públicos involucrados en los agronegocios y medidas disciplinadoras, como las que el mismo Conicet ejecutó recientemente en su negativa a promocionarlo a la categoría de investigador superior, desconociendo su significativa contribución académica en la especialidad, ampliamente reconocida y legitimada por los mecanismos institucionalizados de la comunidad científica internacional.
Estos hechos ilustran con contundencia la inescrupulosa penalización que sin disimulo ejecuta la trama que hoy configuran el poder político, científico y económico hegemonizado por las grandes corporaciones, que se empeña en hipotecar el bienestar de las actuales y las futuras generaciones, exacerbando la lógica de un modelo de desarrollo neoextractivista profundamente desigual y devastador del territorio y de sus poblaciones. En una coyuntura histórica en la que nos toca contemplar cómo el prestigio de la ciencia es invocado y usufructuado hasta el ridículo en el afán de justificar con argumentos pretendidamente científicos, opciones ideológicas e intereses económicos de los actores sociales que detentan microespacios de poder, que sin duda poco tienen que ver con su pretendida objetividad y neutralidad.
Andrés Carrasco fue dueño de un estilo confrontativo, perspicaz e inclaudicable que sólo poseen los que tienen la valentía de desandar y sostener hasta sus últimas consecuencias, los caminos de la hegemonía. Hegemonía que Andrés decidió deslegitimar construyendo senderos alternativos que encabezó junto a ciudadanos comprometidos (científicos, periodistas, docentes, estudiantes, militantes, personas afectadas por el uso de agroquímicos, etc.), eligiendo una forma de estar en el mundo que desafiaba los mandatos de la Academia. Delineando incansablemente nuevos senderos, a través de un trabajo horizontal con las bases sociales, inabarcable e inaceptable dentro de los estrechos límites que la ciencia hegemónica traza para sus seguidores más disciplinados.
La ciencia de Andrés Carrasco logró remover y poner en evidencia los cimientos más consolidados de una ciencia hermética, elitista y descaradamente desligada de los problemas más perentorios de nuestro contexto social. La consecuencia más tangible de su desobediencia, que le valió la categoría de “científico hereje”, fue poner en evidencia los rudos condicionantes que actualmente impiden que esta ciencia dogmática y mercantil pueda experimentar un verdadero proceso de politización, o en otras palabras, que sin desvirtuar la especificidad de sus conocimientos y la naturaleza de sus productos, sea capaz de reflexionar acerca sus sentidos y repensarse al servicio de las necesidades del pueblo.
Su legado nos exige, por sobre todas las cosas, la responsabilidad de continuar la lucha que inició por esa “ciencia politizada”, que hoy y siempre, le tendrá reservado el lugar privilegiado de los que no callan.
* Doctora en Química. QQ Doctora en Ciencias Biológicas.
*** Magister. Especialistas en Política y Gestión de la Ciencia y la Tecnología, UBA.
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