Sábado, 19 de julio de 2014 | Hoy
EL MUNDO › LA EXPLOSION DEL AVION PRODUJO UNA LLUVIA DE CADAVERES
Tras la explosión que desmembró al avión de Malaysia Airlines, decenas de cuerpos cayeron en los campos de cultivo, algunos en las casas, alrededor de las aldeas ucranianas de Rozsypne y Hrabove, a unos 25 kilómetros de la frontera con Rusia.
En los campos de girasol de Rozsypne una cosecha infernal fue segada ayer. Mientras una columna variopinta de los mineros de carbón fuera de servicio, la policía y los trabajadores de emergencia llenaban los campos, se oía un grito de vez en cuando, se habían encontrado los restos de otro pasajero del vuelo MH17. Para algunos, la tarea era abrumadora. Un voluntario se desmayó al descubrir un cadáver. En otros lugares, un abrigo cubierto o un trozo de polietileno fue de toda la dignidad otorgada a las 298 almas que estaban cómodamente ubicadas apenas dos horas después del largo vuelo a Kuala Lumpur y ahora se encontraban mutilados, esparcidos a través de seis kilómetros cuadrados en el este de las fértiles llanuras de Ucrania.
Las secuelas de la explosión que desmembró el Boeing 777 de Malaysia Airlines en el aire el jueves por la tarde convirtió la zona entre las dos aldeas ucranianas de Rozsypne y Hrabove, a unos 25 kilómetros de la frontera con Rusia, en un gran osario. Decenas de cuerpos cayeron en los campos de cultivo, algunos en las casas, en esta región escasamente poblada.
Donde debía haber habido investigadores y los equipos de rescate que llevan a cabo una búsqueda minuciosa había mineros con cascos, sus rostros aún ennegrecidos por el polvo de su último turno, y los milicianos armados con Kalashnikov caminando a través de los cultivos en un campo de escombros espasmódicamente vigilado. Donde debería haber habido bolsas para cadáveres y una morgue temporal, los aldeanos y los voluntarios utilizaban lo que tuvieran a mano en el calor del verano: una manta, una sábana o, más a menudo, sólo un palo plantado en el suelo con una franja de material de color rojo o blanco para marcar otra vida perdida. El manejo de la escena de un asesinato masivo era tan rudimentario como se podía esperar en un rincón de Europa que es una zona de guerra efectiva.
Las consecuencias humanas de lo que tuvo lugar en el interior de la cabina del MH17 el jueves se pusieron brutalmente al desnudo. En Rozsypne, Irina Tipunova describe, al igual que muchos otros habitantes del pueblo, cómo el aire se había llenado con el sonido de una explosión y luego una lluvia inimaginable de cuerpos humanos que cayeron del cielo, uno de ellos –una mujer sin identificar– a través del techo de su casa. La jubilada de 65 años dijo: “Hubo un aullido y todo empezó a vibrar. Luego comenzaron a caer objetos del cielo. Y entonces oí un rugido y ella aterrizó en la cocina, el techo estaba roto”. El cuerpo desnudo de la pasajera sigue tirado dentro de la casa, junto a una cama. Tipunova dijo: “El cuerpo sigue aquí porque me dijeron que esperara a que llegaran los expertos y se lo llevaran”. Otro aldeano, de unos 20 años, añadió: “Yo abrí la puerta y vi gente caer. Uno cayó en mi huerto”.
Un video accesible a través de Internet daba un sombrío testimonio de todos los tipos de daños que la explosión a bordo del jet de Malaysia Airlines a 33.000 pies le hizo a su carga humana. Muchos de los muertos seguían con los cinturones en sus asientos, completamente vestidos. Un testigo describió a un niño de 10 años, para quien la única evidencia del trauma de sus últimos momentos era la mirada de miedo congelada en su rostro.
En medio de los escombros –una larga franja de terreno ennegrecido salpicado por trozos de fuselaje y las turbinas expuestas de los motores Rolls Royce Trent de MH17–, la escena parecía pertenecer más a la imaginación de Hieronymus Bosch.
Los cuerpos habían sido carbonizados más allá del reconocimiento por el calor del fuego, que fue lo suficientemente feroz como para licuar partes del fuselaje de aluminio. Muchos quedaron grotescamente mutilados: como dijo un residente, “nunca vi nada como esto; se mira el piso y se ven las orejas, los dedos, los huesos”.
Otros estaban extrañamente intactos y entrelazados. John Wendle, un fotógrafo independiente que fue de los primeros en llegar a la escena, dijo a Channel 4 News: “Vi los cadáveres de un hombre y una mujer entrelazados, como si se estuvieran abrazando. Deben de haber estado sentados juntos. Había toda una fila de cuerpos. Había entre una docena a dos docenas de cuerpos junto a la carretera”.
Otros comentaron sobre cómo los pasajeros se habían despojado al azar de la ropa preparándose para el viaje: un hombre todavía llevaba sus zapatillas Nike, pero sin pantalones, otro sólo llevaba calcetines. Un niño llevaba una camiseta con las palabras “No entre en pánico”. En las palabras de un luchador independentista de Ucrania en la escena, era como si hubieran sido “desnudados por el aire”.
Aquí y allá, algunos cuerpos tenían flores y habían sido cubiertos por los aldeanos todavía atontados por los acontecimientos de las últimas 24 horas.
En última instancia, sin embargo, no fueron los cuerpos que hablaban de la tragedia del MH17 –y la brutalidad de su desaparición–, sino las posesiones que los rodeaban. Un mono de peluche con la costura de su nariz descosida ofreciendo una evidencia de lo mucho que lo había querido su dueño –muy probablemente pertenecía a uno de los 80 niños a bordo–. Una novela de aeropuerto en holandés, su etiqueta con el precio todavía en su portada y sentado junto a una guía de Lonely Planet de Bali apenas manoseada, daban testimonio de los planes para las vacaciones.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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