Martes, 26 de agosto de 2014 | Hoy
EL MUNDO › EL MINISTRO DE ECONOMíA FRANCéS, ARNAUD MONTEBOURG, ERA PARADóJICAMENTE CRíTICO DE LA POLíTICA DE RECORTES
El premier Manuel Valls aceptó la renuncia de su Ejecutivo luego de un fin de semana durante el cual los representantes socialistas más progresistas criticaron las políticas de austeridad. Valls presentarà un nuevo gobierno acorde a la lìnea centrista liberal.
Por Eduardo Febbro
La guerra de las izquierdas francesas y su objeto de discordia central, la austeridad, derribó al segundo gobierno del presidente francés, François Hollande. El primer ministro, Manuel Valls, aceptó la renuncia completa de su Ejecutivo luego de un fin de semana durante el cual los representantes más progresistas del gabinete criticaron la continuidad de las políticas de ajuste y pidieron un cambio de rumbo. La paradoja es tan extravagante como despiadada: el encargado de lanzar el ataque fue quien era hasta el domingo el ministro de Economía, Arnaud Montebourg, o sea el encargado de esa política económica. El ex ministro es conocido por sus posiciones contrarias al dogma liberal, por sus ataques contra la globalización y sus posiciones a favor de un “capitalismo cooperativo”. Montebourg dio una entrevista al vespertino Le Monde en donde declaró que era preciso dejar de lado “la reducción del déficit”. Luego agregó que “la reducción forzada de los déficit públicos es una aberración económica, un absurdo financiero y un siniestro político”. Ante el socialismo militarizado de Valls y la línea asumida junto a Hollande, en la cual prevalece ante todo el rigor presupuestario, sus días estaban contados. El presidente francés ya había aclarado que no había “escapatoria” a esa política, mientras que Valls ratificó que los cambios estaban “excluidos”, al tiempo que trató de “irresponsables” a los actores rebeldes del Partido Socialista que lleva un tiempo exigiendo otro horizonte.
La tempestad decapitó al gobierno formado hace cinco meses, justo después de las calamitosas elecciones municipales que podaron de centenas de municipios al PS francés. La contradicción entre las promesas electorales –“mi enemigo es la finanza”, había dicho Hollande– y la realidad del ejercicio del poder tornó insalvable la convivencia entre los dos grupos. El giro liberal de Hollande dejó primero al país atónito y ahora lo encierra en una cuenta regresiva que el diario Le Monde resume en su editorial como “la última posibilidad de salvar la presidencia”. La situación era insostenible. La protesta se había limitado hasta ahora a los parlamentarios del PS. Pero cuando atravesó la línea roja y se instaló en el corazón del gobierno, Hollande y su primer ministro no dudaron en amordazar el debate y sacrificar a quienes lo alimentaban. Cueste lo que cueste, los dos responsables mantienen el surco: austeridad (50 mil millones de euros de recorte en tres años) y reactivación de la economía a partir de la oferta mediante un costoso programa de respaldo a las empresas, el polémico “pacto de responsabilidad”. Montebourg no es el único que se baja del obediente barco de Hollande y Valls. La ministra de Cultura, Aurelie Filippetti, anunció que no formaría parte del próximo Ejecutivo. Benoît Hamon, el ministro de Educación y también miembro de los rebeldes, está igualmente en tela de juicio.
Según las instrucciones del jefe del Estado, Manuel Valls debe formar un “equipo coherente con las orientaciones”. La socialdemocracia de François Hollande y Manuel Valls es muy poco contemplativa. Quien no está de acuerdo, tiene que callarse, es un “irresponsable”, no entiende que sin las reformas la izquierda “puede desaparecer” (según Valls), o se topa con el portazo retórico según el cual “no existe otra salida a la crisis”. Montebourg y Hamon representaban la garantía dada al ala izquierda del PS. Con su salida de escena, el mandatario termina de aislar a quienes contribuyeron a su victoria en mayo de 2012: lo primero que hizo fue desairar al Frente de Izquierda de Jean-Luc Mélenchon, después eliminó a los ecologistas del gobierno, más tarde deslegitimó a los senadores progresistas del PS y ahora expulsa a los irreductibles. Una de las representantes más sólidas del ala izquierda del PS, Marie Noëlle Lienemann, juzgó que Hollande se encontraba “como un rey desnudo”. La mayoría socialista en la Asamblea Nacional puede tornarse inestable. Al principio, los opositores socialistas a la línea centrista liberal eran un puñado, luego pasaron a ser decenas. A ellos se les fueron sumando los diputados ecologistas y comunistas. El alejamiento de Montebourg traza una frontera cada vez más profunda entre el mandatario y sus decepcionadas tropas. La amenaza de una disolución de la Asamblea Nacional entra hoy en todos los cálculos.
El debate en torno a la austeridad envenena a la izquierda europea desde hace años. El cruce de ideas se tradujo en Francia por una ruptura insólita en el seno de un mismo partido. “La izquierda está en peligro de muerte”, decía Valls cada vez que defendía sus reformas como condición de la supervivencia de la socialdemocracia. Desde luego, respondía Montebourg, pero es a causa de esas reformas que se muere. “Las políticas de rigor no funcionan, y además son injustas”, dijo el ex ministro al despedirse de su cargo.
Rigor presupuestario, reformas estructurales de corte liberal, compromisos con el empresariado: el cóctel irreductible de la política europea ha hundido el crecimiento, el mercado del trabajo y hasta un gobierno de retórico perfil socialista. Paladín de la eurohostilidad, muy crítico de Alemania y de la Comisión Europea, Montebourg era un incómodo ministro de cara a la agenda reformista y estranguladora de Bruselas. La prensa liberal de Europa exulta de alegría con su renuncia. Su alejamiento, así como el de los otros ministros contestatarios, es una señal de derrota y resignación de parte de un hombre (Hollande) que se había presentado como la alternativa socialdemócrata al pensamiento único del euroliberalismo. Junto con Valls, Hollande terminó encarnando una socialdemocracia de cuartel, autoritaria, intolerante, vacía de todo mensaje y épica política, seca como un pozo prehistórico.
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