Jueves, 16 de octubre de 2014 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Robert Fisk *
Desde que el Pentágono comenzó a hablar del Estado Islámico (EI) como apocalíptico, sospeché que los sitios web y blogs y YouTube se estaban apoderando de la realidad. Incluso estoy pensando si “EI” –o Estado Islámico o Isil, aquí vamos de nuevo– no es más real en Internet de lo que es en la Tierra. No, por supuesto, para los kurdos de Kobani o los yazidis o las víctimas decapitadas de este extraño califato. ¿Pero no es hora de que tengamos conciencia de que la adicción a Internet en la política y la guerra es aún más peligrosa que las drogas duras?
Una y otra vez tenemos la evidencia de que no es el EI el que “radicaliza” a los musulmanes antes de que partieran para Siria –cómo me gustaría que David Cameron dejara de usar esa palabra– sino Internet. La creencia, la absoluta convicción de que la pantalla contiene la verdad –que el “mensaje” de verdad es la última verdad– aún no ha sido plenamente reconocido por lo que es; un lapso extraordinario en nuestra conciencia crítica que nos expone a la más cruda de las emociones –tanto el amor total como el odio total– sin los medios para corregir este desequilibrio. Lo “virtual” abandonó la “realidad virtual”.
En su forma más básica, es suficiente leer la crueldad de los chats de Internet. Los principales periódicos –irremediablemente tarde– sólo ahora han comenzado a darse cuenta de que las salas de chat no son una nueva versión técnica de “Cartas al Editor”, sino un foro peligroso para que la gente exprese sus características más inquietantes. Por lo tanto, un cambio político importante en el Medio Oriente, llevado a Internet, adquiere enormes proporciones. Nuestros líderes no sólo pueden transfigurarse –el presidente del Comité de la Cámara de Estados Unidos de Seguridad Nacional, por ejemplo, la semana pasada blandiendo una versión impresa de Dabiq, la revista digital del EI–, sino que pueden utilizar los mismos medios para aterrorizarnos.
Despojados de cualquier crítica, estamos intimidados al silencio por la “barbarie” del EI, el “mal” del EI que. en palabras verdaderamente infantiles del primer ministro australiano “declaró la guerra al mundo”. La tira de noticias que muestra la televisión en la parte inferior de la pantalla ahora suministra una onda de estas expresiones, dejando de lado la gramática y, demasiado a menudo, los verbos. Crecimos tan acostumbrados a la narración por la que un musulmán se “radicaliza” por un predicador en una mezquita, y luego pone en marcha en la Jihad, que no nos damos cuenta del papel que desempeña la laptop.
En el Líbano, por ejemplo, hay evidencias de que las imágenes de YouTube tienen tanta influencia sobre los musulmanes que de repente deciden viajar a Siria e Irak como la que tienen los predicadores sunnitas. Las fotografías de las víctimas musulmanas sunnitas –o de la “ejecución” de sus enemigos supuestamente apóstatas– tienen un fuerte impacto que no puede compararse con las palabras por sí solas.
Martin Pradel –un abogado francés que facilitó el retorno de jihadistas ahora encarcelados– la semana pasada describió cómo sus clientes pasaron horas en Internet, con una preferencia por YouTube y otras redes sociales, mirando las imágenes y los mensajes comercializados por el EI. Ellos iban a las mezquitas y se separaron de sus familias y amigos. Un notable informe de AFP habla de una niña de 15 años de edad, de Avignon, que fue a la guerra de Siria en enero pasado sin decírselo a sus padres. Su hermano descubrió que llevaban vidas paralelas, con dos cuentas de Facebook, una en la que hablaba sobre su vida adolescente normal, otra donde escribía sobre su deseo de ir “a Alepo para ayudar a nuestros hermanos y hermanas de Siria”. Pradel dijo que la “radicalización” era muy rápida, en un caso al mes. Me recuerda horriblemente de las cuentas de los adolescentes estadounidenses que se encierran en Internet durante horas antes de salir a disparar a sus compañeros y profesores de la escuela.
En Internet, la página Dabiq –nombrada así por un pueblo sirio capturado por los jihadistas, que supuestamente será el sitio de una futura y apocalíptica (sí, esa palabra otra vez) batalla contra los cruzados occidentales– es una empresa resbaladiza. Pero imprímala y encuadérnela –tengo una copia a mi lado mientras escribo– y se ve muy cruda. Hay fotografías de ejecuciones masivas que se parecen más a las imágenes de las atrocidades en el frente oriental en la Segunda Guerra Mundial que a la publicidad de un nuevo califato musulmán. También está el texto completo del último mensaje del pobre James Foley antes de su decapitación, que –en papel– es profundamente triste.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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