Domingo, 14 de diciembre de 2014 | Hoy
EL MUNDO › REPORTAJE A JUAN RAMON QUINTANA TABORGA, MINISTRO DE LA PRESIDENCIA DE EVO MORALES
El funcionario que ocupa lo que sería, en términos argentinos, la suma de la Jefatura de Gabinete y la Secretaría General explica por qué la próxima etapa de integración pasa también por vías férreas comunes y la articulación energética. Y cuenta qué debe hacer un académico cuando está en el gobierno, explica las claves del gobierno de Evo y narra la relación colonial de Bolivia con Estados Unidos.
Por Martín Granovsky
Militar retirado y sociólogo, en 2005 Juan Ramón Quintana Taborga ganó una beca del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales para investigar la cuestión de la policía. Pasó entonces por Buenos Aires, donde entre otras cosas explicó a Página/12 la crisis de Bolivia, pero no pudo terminar la beca: Evo Morales lo llamó primero para la campaña electoral y después, cuando asumió la presidencia el 22 de enero de 2006, para que lo acompañe como ministro de la Presidencia, un cargo que en la Argentina es la suma de la Jefatura de Gabinete y la Secretaría General.
Otra vez de visita en la Argentina, Quintana presentó el documental Invasión USA, sobre la intervención norteamericana en Bolivia, y mantuvo una reunión de cooperación con el secretario ejecutivo de Clacso, Pablo Gentili. Esta vez el sociólogo cochabambino de 54 años recién cumplidos no tuvo que describir ninguna crisis: Evo asumirá su próximo mandato tras ganar las últimas elecciones con el 61 por ciento de los votos, tal como explicó el propio Quintana en un diálogo que puede ser leído aquí y visto haciendo clic en http://bit.ly/1vJDw2l.
–¿Para qué sirve la formación académica en el ejercicio de gobierno?
–Hay una mayor incursión de académicos en la política, aunque no es de buen agrado para los académicos, aunque sí es de buen agrado para los políticos estar acompañados de académicos. En mi caso, he puesto a disposición, se puede decir, un arsenal de información al servicio del gobierno, de la gente. Puedo compartir con la gente ese pequeño arsenal de información y de conocimiento, puedo desplegar esa información en contacto con la gente, explicar la historia, explicar la construcción de las memorias, explicar los procesos políticos en Bolivia. Lo digo porque hoy día más que nunca la historia del pasado tiene sentido para generar un sentimiento de indignación por todo lo malo que se hizo. Eso cobra sentido para la formulación de políticas, para la decisión de políticas. En cuanto a mi trabajo más, podríamos decir, administrativo o burocrático, colocar un poco el orden de la información al servicio de la gestión. El conocimiento académico es estratégico para tomar decisiones. Y las decisiones que se toman adquieren un valor estratégico cuando tienes conocimiento y cierto dominio relativo sobre las cosas.
–En el siglo XIX, por ejemplo, muchos intelectuales lo hicieron.
–Yo creo que sí. En América latina este fenómeno ha sido recurrente seguramente en algunos procesos más que en otros. Y esto adquiere más relevancia en el caso, por ejemplo, de Bolivia cuando tienes una sociedad desinformada, una sociedad secuestrada por las elites de poder que le han negado el derecho a la información, a la cultura y a la educación. Por lo tanto, hay una doble obligación de un académico que se convierte en político para recuperar el tiempo perdido y para poner un poco las cosas en su lugar o en perspectiva. En ese sentido, uno tiene que hacer un doble esfuerzo. No solamente mantienes tu condición de académico, sino que todos los días tienes que retroalimentar esa condición para mantenerte bastante bien informado para no perderte las perspectivas.
–O sea que un académico en función de gobierno no puede ser mezquino con los datos.
–Claro. No puede caer en la deformación de esconder los datos o negarlos para manipular decisiones. En Bolivia es bastante difícil que eso suceda porque tienes mecanismos de control social, entonces, te cobran la afirmación de hace diez años respecto de lo que estás haciendo. Te dicen: “¡Ah! Usted dijo esto hace diez años y no es posible que esté haciendo algo que es contrario a lo que dijo”. Entonces, afortunadamente, esa memoria, diríamos, permanece fresca y, entonces, tienes la posibilidad de dialogar con esa memoria con los protagonistas de la historia.
–Y la indignación, ¿es un motor o una forma final?
–Es un arma de la política. Necesitas explicarle a la gente cómo es que Bolivia llegó a ser tan pobre, tan dependiente, cómo es que sus elites fueron complacientes con poderes hegemónicos dominantes, cómo es que esas elites secuestraron inclusive la democracia formal para ponerla al servicio de sus intereses patrimoniales, cómo es posible que un embajador norteamericano tomara decisiones mucho más importantes que el propio presidente de la república. El presidente Evo, en su condición de dirigente sindical, ha vivido personalmente un ciclo histórico de la represión de las fuerzas armadas en la lucha contra el narcotráfico. El vicepresidente, Alvaro García Linera, también tiene un conocimiento condensado. Yo soy un investigador social. No sólo estamos obligados moralmente a generar conocimiento sino a abrirlo. Uno por la lucha social, otro porque ha trabajado en otro campo de la rebelión, de la resistencia, y otros de distinta manera. Entonces, cuando necesitas tensionar la fuerza social, lo haces por la vía de la indignación. Ahora, en el campo político también necesitas que esa indignación se transforme en capacidad de tomar decisiones que cambien ese pasado. En ese caso la indignación es como una especie de vector que une el pasado con el presente para construir futuro.
–Más allá del momento de la conquista y de la explotación de minas y mineros en el Potosí colonial, ¿qué sería lo más indignante?
–La continuidad de la colonia durante la república, o lo que Tristan Platt, un investigador inglés, llama las dos repúblicas: una que le niega los derechos a la otra república. Una república formada por una elite blanca, oligárquica, que se toma el poder casi a imagen y semejanza del color de la piel, que le niega al 90 por ciento restante la posibilidad de formar parte de los beneficios que genera la república. Y en ese contexto, creo que esta elite aristocrática asume lógicas también genocidas de la colonia. El intento de hacer desaparecer a los indígenas durante el siglo XIX, quitándoles las tierras, por ejemplo, para estrangularlos económicamente, culturalmente, políticamente. La ley de ex vinculación agraria de Mariano Melgarejo a fines del siglo XIX no es distinta a la ley de reapropiación de la tierra del general Ismael Montes a principios del siglo XX. Entonces, hay como una continuidad en estas políticas de despojo que fueron herederas de la colonia. Un Estado republicano colonial. Y, claro, lo peor de este escenario es la tentación de hacer desaparecer al otro, al diferente, por el lado de la violencia. Y en algún momento, durante la revolución nacional, hacer desaparecer al diferente para construir una cultura de mestizaje y, por lo tanto, de un imaginario mestizo que niega la diversidad cultural como herramienta política. O durante la dictadura, las lógicas también genocidas contra las rebeliones mineras, indígenas o campesinas, con intensidades de violencia variable, por supuesto.
–¿Qué debilitó al Estado republicano colonial?
–Se agotó con la implementación del modelo neoliberal. No solamente se agotó en su formato cultural, sino también en la manera de hacer creer a los otros algo que decías pero que nunca se hacía. Esa doble moral, el doble discurso, esa mentalidad esquizofrénica, agotaron la paciencia de la gente, a lo que se sumó un nuevo ciclo de rebeliones urbano-rurales e indígenas en procura de recuperar la soberanía, el territorio, la dignidad, que pasa necesariamente por una columna vertebral que son los recursos naturales. Como que los recursos naturales engendran movimientos sociales en procura de lograr la autodeterminación del pueblo. Lo que fue la lucha anticolonial de Túpac Katari para evitar precisamente la explotación indígena y que tuvo como epicentro una convivencia entre indios y blancos se reproduce a principios del siglo XXI. Es un fenómeno atípico en América latina, complejo, pero fuertemente articulado por estas memorias en tensión, la memoria larga y la memoria corta.
–Ya que estamos con lo atípico, en las últimas elecciones Evo ganó también en Santa Cruz de la Sierra, que en 2009 aún confiaba en sus élites partidarias como para hablar hasta de separarse de Bolivia. ¿Qué hay detrás del cambio en el voto?
–Un proceso de desmitificación de esta lógica aristocrática y oligárquica de los señores de la tierra del Oriente. Ellos construyeron una imagen casi tenebrosa de Evo Morales, con la cual se protegieron durante un tiempo en el afán de no ser afectados económicamente. Pero a medida que transcurre la gestión de gobierno del presidente Evo, nada del discurso, de la narración antievista se materializó. Por ejemplo, que el presidente Evo iba a construir un Estado plurinacional ateo.
–¿Ateo en el sentido de que quemaría iglesias?
–Exactamente. Iba a hacer desaparecer la Iglesia... Jugar con ese miedo infundado fue un arma ideológica de la derecha en Santa Cruz para aglutinar. Azuzaban: “Aquí el indio, además de comunista, va a emprender una cruzada contra todos los católicos que se supone somos los que salvamos a la humanidad”. No ocurrió, claro. Tampoco la expropiación absoluta de las tierras de los latifundistas. Lo que se produjo fue una reforma, una revolución agraria que más bien contribuyó al ordenamiento territorial. Nadie expropió los bienes, las casas o los autos, o que iba a cerrar los colegios privados, etcétera, etcétera.
–O sea, cucos de la época de lo peor de la Guerra Fría estás contando.
–Sí, exactamente. Todo ese discurso se cayó a pedazos y ocurrió todo lo contrario. Ocurrió todo lo contrario porque la economía se ordenó, se generaron excedentes, se redistribuyeron los excedentes en todo el territorio. En el caso del Oriente, especialmente en Santa Cruz, se logró una estabilidad política y, consecuentemente, una estabilidad social que permitió más bien generar mayores índices de crecimiento, de desarrollo, de diversificación. Y, en consecuencia, esas elites que estuvieron secuestradas de alguna manera por fuerzas muy radicales impulsadas por el gobierno norteamericano fueron cuestionadas, empezaron a ser cuestionadas, por un lado. Y, por otro lado, entendieron que la política no puede estar basada en la lógica de la suma cero. Nosotros desarrollamos una política más bien de suma positiva, de suma variable. En lugar de destruir al adversario del Occidente, lo que hicimos fue más bien selectivamente derrotarlo en el campo político y luego empezar a asimilarlo. El reconocimiento de la convivencia: puedes convivir con el adversario político. Y lo otro es que el del presidente Evo era un gobierno que más bien postulaba a la unidad nacional en lugar de esta demanda política, de esta tensión de fracturar el Estado. Entonces, yo creo que esos elementos contribuyeron a que la sociedad oriental de Santa Cruz, particularmente, comprendiera que fueron nueve años de crecimiento continuo, de estabilidad, de desarrollo, de oportunidades. Entonces, dijeron: “¿Aquí qué? ¿Vamos a seguir el libreto de quienes nos intentaron engañar o vamos a seguir el camino de un presidente que está construyendo un nuevo Estado?”.
–¿Y en términos de recursos naturales cuál fue la clave? ¿Petróleo y gas?
–Sí. Ahí libramos una lucha. Redistribuimos de acuerdo con la Constitución, de acuerdo con las leyes, sin quitarle regalías a ninguna región. Lo que hicimos fue librar una batalla, una pulseta, digamos, política y económica con las grandes transnacionales, bajo la consigna de que el presidente acuñó en España: nosotros queremos ser propietarios, dueños de los recursos naturales, y si las transnacionales quieren quedarse en Bolivia, van a prestar servicios. Entonces, se armó toda esta ecuación de convivencia también con las empresas transnacionales, de tal suerte que recuperamos los recursos naturales sin que necesariamente expulsemos a las empresas transnacionales. Por eso es que hasta el año 2006, hasta la nacionalización de los hidrocarburos, las empresas nacionales exportaban capitales de un país pobre, en donde la extrema pobreza campeaba, exportación neta de capitales...
–Sí, se dedicaban a exportar dólares.
–Exactamente. Ellos tenían utilidades del 82 u 83 por ciento y el Estado, del 17 por ciento. Invertimos la ecuación, de tal suerte que el Estado empezó a recibir el 83 por ciento y, por los servicios prestados de las empresas al Estado, ellos reciben el 17 por ciento. Estos seis o siete años el excedente acumulado por la nacionalización ha estado dirigido fundamentalmente a construir blindajes. Primero, a proteger a la sociedad frente a su vulnerabilidad en términos de extrema pobreza, es decir, generar incentivos económicos, bonos, rentas, para proteger a la sociedad. Segundo, se utilizaron estos recursos para ampliar la esfera del mercado interno. Y, tercero, por supuesto, también para tener unas reservas internacionales que puedan servir en los momentos de emergencia en la economía internacional. Consecuentemente, hay una historia económica que está dirigida a implementar fuertes políticas sociales, reducción de la pobreza, a reducir la brecha entre ricos y pobres, a generar más oportunidades: política social sobre la base del excedente. Y estamos ingresando a una segunda etapa en la que impulsamos políticas de industrialización, transformación hoy día ya de la materia prima, tanto en litio, en minerales, o también en gas y, obviamente, en alimentos. De ninguna manera vamos a exportar litio como materia prima. Trabajamos ahora en varios proyectos de desarrollo de litio con miras más bien a exportar valor agregado, como baterías para teléfonos celulares, o también productos terminados que requiere el mercado de la energía.
–Gustavo Codas, que fue funcionario de Fernando Lugo y hoy trabaja en la Fundación Perseu Abramo, dijo una frase: “En Sudamérica no puede haber progresismo en un solo país”. ¿Se aplica a Bolivia y a su gobierno?
–Estamos asistiendo a la emergencia de movimientos populares que han decidido dejar de ser movimientos de resistencia para convertirse en fuentes de poder político. Entonces, esos movimientos de resistencia están depositando toda su potencia social en aras de un proyecto, primero, nacional, que pasa por el desmantelamiento del Estado neoliberal, y consecuentemente están apostando por un proyecto mayor que es la unidad, la integración regional. En ese escenario estamos apostando por economías complementarias, por economías solidarias, por políticas más inclusivas. En Sudamérica hay una gramática común en materia de políticas sociales y políticas económicas. Por supuesto que requieren maduración y perfeccionamiento, pero estamos en la primera década de la transformación de sociedades neoliberales a sociedades progresistas. Creo que la siguiente década va a ser una década de aceleración en la madurez política de líderes populares democráticos, que van a terminar dándose cuenta de que cuanto más rápido tomemos decisiones en el campo de la integración, vamos a tener más capacidad también de resolver nuestros problemas internos. Por eso necesitamos acelerar los procesos de integración y dejar de lado un exceso de retórica para pasar a un campo mucho más fecundo de la integración. Necesitamos construir en la perspectiva de Hugo Chávez. Chávez propuso que América del Sur esté integrada entre todos los países a través de vías férreas, por ejemplo. Necesitamos impulsar la integración energética, necesitamos impulsar políticas sociales como lo hace Cuba, por ejemplo, con la Operación Milagro o con Barrios Adentro, o con políticas de alfabetización. Afortunadamente hemos avanzado mucho en esta década. Es una década ganada y, para Bolivia, es una década de oro, como dijo el vicepresidente Alvaro. Imagínate, en Bolivia hemos logrado, por ejemplo, derrotar el analfabetismo en menos de cuatro o cinco años. Hemos logrado reducir la extrema pobreza a menos de la mitad. Hemos logrado desarrollar políticas de salud, por ejemplo, que han reducido las tasas de mortalidad materno-infantil que estaban con indicadores dramáticos. Con la cooperación cubana y venezolana, hemos implementado políticas sociales en favor de los discapacitados o en favor de los no videntes o de la gente que tenía problemas con la vista. Se ha trabajado mucho en la integración de políticas sociales. Ahora también necesitamos desarrollar políticas de integración industrial, de transferencia tecnológica, de mayor circulación de información y conocimiento.
–Hablando en términos regionales, no sólo dentro de Bolivia.
–Sí, sí, regionales. Ya se ha hecho insostenible, por ejemplo, pensar que cada país va a tener una comunidad científica para resolver autónomamente los problemas de la industrialización, entonces, necesitamos que haya mayor circulación técnico-científica en la región para poder compensar debilidades o para poder sumar virtudes en términos de conocimiento.
–Su ministerio auspició un documental en seis capítulos, Invasión USA. Una historia de la intervención de Estados Unidos en Bolivia (1920-2014). ¿Por qué un embajador llegó a tener más poder que un presidente?
–Es la constante del dominador y del dominado. Por eso los documentales que hoy día están tratando de reconstruir la historia de Bolivia. De alguna manera, a este proceso histórico también le corresponde reinterpretar la historia de Bolivia del último siglo. Y el último siglo en Bolivia se ha caracterizado por una relación de dominación hegemónica secante de Estados Unidos respecto de Bolivia. Se ha hecho creer que Estados Unidos es el hermano mayor del hemisferio y que, por lo tanto, Estados Unidos ha desplegado en América latina una política de cooperación para ayudar a resolver los problemas de los hermanos menores. Y en Bolivia se ha consumido en exceso este mito de que la potencia imperial es insustituible, es invencible y, por lo tanto, es necesaria. Y con esa lógica, Bolivia ha sido convertida en una semicolonia durante los 100 años por Estados Unidos. Entonces, este conjunto de documentales narra las diversas maneras en que Estados Unidos intervino en Bolivia de manera sistemática, modificando en determinados ciclos históricos sus estrategias de control político, de control territorial, de control militar y de control económico. Estos son documentales que se van a constituir en una especie de enmienda histórica. Es una anomalía que nuestros propios historiadores en Bolivia se hayan pasado de largo, de tal manera que no expliquen el papel de Estados Unidos en la construcción de la sociedad boliviana. Y resulta tan extraño esto, que no solamente fueron los historiadores, sino también los intelectuales, los supuestos intelectuales bolivianos, quienes prescindieron de esta variable para entender la Bolivia de los últimos cien años. Y una comunidad intelectual o un conjunto de historiadores que no entienda lo que le ocurre a un país, mucho menos tendrá la posibilidad de resolver sus problemas. Entonces, era impostergable revisar la historia de Bolivia en el ámbito de la política exterior. Encargamos a un conjunto de compatriotas argentinos que estudiaran la relación entre Bolivia y Estados Unidos. La conclusión es que hemos tenido un siglo de dominio hegemónico norteamericano que ha impedido el desarrollo de Bolivia, que ha clausurado las posibilidades para que Bolivia pueda desarrollar su potencia económica, social o política. No es que estemos siendo absolutos al señalar que Estados Unidos es el responsable de todo. Pero es uno de los actores hegemónicos sobre el que carga una gran responsabilidad respecto de lo que ha sido Bolivia en los últimos cien años, y de eso se trata.
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