Domingo, 14 de diciembre de 2014 | Hoy
SOCIEDAD › UNA MUESTRA FOTOGRAFICA QUE DENUNCIA EL DRAMA DE LAS NIÑAS FORZADAS AL MATRIMONIO
La fotógrafa norteamericana Stephanie Sinclair recorre el mundo para retratar la situación de niñas y adolescentes obligadas al casamiento. El resultado es el ensayo Demasiado joven para casarse, que ahora se exhibe en Buenos Aires. Aquí, cuenta las historias que conoció de cerca. Y cómo busca que su trabajo sensibilice sobre el fenómeno.
Por Soledad Vallejos
En el mundo, cada dos segundos se casa una niña. Suelen ser casamientos en los que prima la voluntad de la familia y no la de ella; se concretan cuando las chicas aún no tienen edad suficiente para que la ley les permita votar, tomar alcohol o hacer alguna otra cosa reservada a los adultos. Ese universo en el que niñas de 11 años pueden ser casadas con hombres de 40 y, poco después, empezar a tener hijos, se le reveló a la fotógrafa norteamericana Stephanie Sinclair hace más de diez años. Era 2003, estaba en Afganistán, cubriendo eventos post 11 de septiembre para la revista National Geographic. Hablando con alguien, viendo algo, como al pasar, se enteró de que existían los casamientos de niñas. Retrató lo que pudo. Dejó Afganistán, pero desde entonces no soltó el tema, que con los años y viajes a países de todo el mundo convirtió en Demasiado joven para casarse, un extenso ensayo fotográfico que, con el respaldo de Unfpa (Fondo de Naciones Unidas para la Población), también viaja, pero para contar lo que Sinclair encontró. Desde esta semana, 34 de esas imágenes (bellas, impactantes, ricas en muchos sentidos) están en Buenos Aires, y permanecerán en exposición en el Museo Nacional de Arte Decorativo (Libertador 1902) hasta el 8 de marzo.
Ghulam tenía 11 años cuando se casó con Faiz, un hombre de 40, barba profusa y turbante blanco. Su familia había hecho todos los arreglos, de modo que ella recién conoció a quien sería su marido minutos antes de la boda. En la foto, sentados ambos sobre una alfombra colorada como el fondo, él mira a cámara; ella, con el rostro al frente, mira de reojo hacia su derecha: a él. Pasó en Afganistán. La nena había tenido que abandonar el colegio unos meses antes, aunque su sueño era estudiar y ser profesora; “a veces los padres sacan a sus hijas del colegio para protegerlas de posibles relaciones sexuales fuera del matrimonio”, informa un cartel en la pared. A unos metros, la fotógrafa Sinclair recuerda que poco después de la ceremonia habló con Ghulam. “Le pregunté: ‘¿Y cómo te sentís ahora?’. Me dijo: ‘¿Vos cómo te sentirías?’.”
Sinclair estuvo en Buenos Aires algunas pocas horas, las suficientes para seguir el montaje de sus fotos y presentarlas, en compañía de autoridades de Unfpa, que trajo la muestra en el marco de la campaña de sensibilización y prevención de embarazo en la adolescencia “Hablar es prevenir”. “El matrimonio temprano no es un fenómeno ajeno a la región, sobre todo en Nicaragua, República Dominicana, Guatemala, Bolivia, Perú, Haití, Colombia, Brasil. Inclusive, en nuestra región hay niñas casadas en situación de poligamia”, señaló durante la presentación el director regional de Unfpa, Esteban Caballero. “El matrimonio infantil es un tema que choca; quizás en nuestra región no sea muy habitual lo de prometer niñas en casamiento, pero sí el hecho de que haya niñas en situaciones en las que no quisieron caer, para las que no dieron consentimiento. También el embarazo no deseado es una situación de ese tipo, a la que una niña es lanzada de modo prematuro y en la que no debería estar.” Las cifras de niñas y adolescentes madres, en Argentina, la región y a nivel global, pintan un panorama en el que queda mucho por hacer (ver aparte).
Todas las historias son únicas, tanto como las imágenes de colores bellísimos que retratan instantes de esos relatos. Y sin embargo todas las historias se parecen. Sumadas las edades de tres chicas de Yemen que posan casi sin posar ante la cámara, vestidas de blanco y con bouquets de flores, hacen sólo 36 años. Galiyaah y su hermana Sidaba, de 13 y 11 años, se casaron el mismo día que su prima Khawlah, de 12; las dos primeras se convirtieron en esposas de sus primos, los hermanos de Khawlah; la tercera, con un tío de sus primas. En medio de un campo de Nepal, Niruta, de 14 años y con nueve meses de embarazo, recoge la cosecha en la granja que mantiene con su marido de 14. En Afganistán, la madre de Roshan, una niña de 8 años, llora porque horas después su hija contraerá matrimonio con Said, de 55 años: “Vendemos a nuestras hijas porque no tenemos dinero suficiente para alimentar a todos nuestros hijos”. En India, Rajani, de 5 años, ni siquiera mira al niño sentado a su lado, que pronto será su marido. Nujood, de Yemen, tiene sólo 12 años, pero lleva dos divorciada del hombre veinte años mayor con quien la habían casado; sonríe; trabaja para lograr que las niñas no sean obligadas a casarse. En Guatemala, Aracely, de 15 años, amamanta a su bebé de 15 meses mientras prepara la comida; es madre soltera porque su marido, de 34 años, la abandonó cuando llevaba cuatro meses de embarazo.
“Aprendí que el casamiento de niñas no es algo que pasa solamente en Oriente Medio, sino que sucede en más de 50 países. Estuve en India, Etiopía, Nepal, Yemen, Guatemala, para documentar el fenómeno, y todavía queda mucho. Las estadísticas dicen que, en el mundo, cada dos segundos se casa una niña. Mientras estamos acá conversando, ¿cuántas se habrán casado? No sólo adolescentes de 16, 17 años, que ya es algo grave, sino también niñas de 5, 10 años. A veces, son matrimonios completos, en todo el sentido del término”, detalló Sinclair al presentar su trabajo. Para casarse o por ya estar casadas, las niñas suelen dejar sus estudios y “su trayectoria de vida cambia radicalmente”. “En Guatemala, conocí algunas niñas de 11, 12, 13 años casadas por su propia voluntad. Y no en todos los casos indígenas, que siempre se supone que son las más apegadas a esta práctica, sino también mestizas. Un experto en derechos humanos me decía: ‘No pueden votar, no pueden comprar alcohol, no pueden hacer otras cosas reservadas a los adultos. Y sin embargo deciden casarse’. No son decisiones de niñas. Ellas se manifiestan en favor de ese matrimonio a veces, pero aún son niñas.”
Sinclair recorrió países y poblaciones en los que a la tradición se suma la necesidad, porque las familias precisan el dinero de la dote a cambio de la cual bendice el enlace. Por eso, reflexiona la fotógrafa, “este proyecto es para impulsar la conversación sobre el valor de las mujeres, y sobre qué pasa cuando una niña no tiene valor, o lo tiene como moneda de cambio por un hombre”.
En el camino, Sinclair también dio con historias de cambio. Hace seis años, en Etiopía, presenció el casamiento de Destaye, de 11 años, y Addisu, de 23. El era un líder religioso, por lo que la comunidad había insistido en que se casara con una virgen. Al poco tiempo, empezaron a sentir la presión social para que la niña dejara sus estudios y se convirtiera en madre; eso, además, los anclaba en la situación de pobreza en la que ya se encontraban. “El empezó a reflexionar sobre eso. Ahora está en contra de los matrimonios de niñas, por lo que sufrió él y lo que sufrió Destaye. Como es un líder religioso, y tiene ascendencia sobre la comunidad, puede lograr un cambio.”
–Después de 11 años de iniciado el proyecto, ¿sigue buscando historias y tomando fotos?
–Sí, porque es un tema serio en más de 50 países. Y no siempre se manifiesta de las mismas maneras. Hay distintas culturas; en algunos lugares, como India, las chicas pueden casarse muy jóvenes, como a los 5.
–¿Cómo elige a qué lugares ir?
–Investigo, hago una búsqueda en los lugares donde están los números más grandes, por región. Y trato de que sean lugares diferentes, de diversificar en cuanto a cultura y religión. No quiero quedarme sólo en una comunidad, en una religión, porque es realmente un tema más de sociedades en desarrollo. Es algo que no sólo afecta y depende de la educación de algunos individuos, sino también muy vinculado con la comunidad.
–¿Cómo la reciben en esos lugares?
–Siempre voy con un equipo de gente local, de la comunidad, que quieren que estas prácticas terminen. Así que no soy la única que formula preguntas, también las hacen mis traductores, y en algunos países hasta me acompañan personas involucradas en el gobierno. En todos los casos, hay gente que está apoyando el proyecto. Inclusive gente de la familia que está involucrada en la boda me facilita el acceso a eso, porque creen que no debería pasar, pero no tienen el poder para evitarlo, para decir algo. Entonces al menos me dicen: “Documentá esto, mostrá a la gente que está pasando esto”.
–Además de continuar el proyecto, sigue trabajando como fotoperiodista en prensa gráfica. ¿En empresas periodísticas grandes es sencillo ofrecer y publicar este tipo de material?
–Las fotos de la muestra fueron publicadas bastante. Trabajo como fotógrafa en National Geographic, es realmente mi trabajo principal, fuera de este proyecto. Pero esto también salió en otras revistas. Publiqué todo pero por separado, individualmente, por historias. Ahora estoy trabajando en una historia de Guatemala. Entonces, no publico todo necesariamente entero. Lo llevo en fragmentos, o como fragmentos. La parte de violencia (N de R.: algunas fotos abordan específicamente casos de niñas vejadas, seriamente dañadas físicamente, tras escapar a matrimonios forzados) es una, la de casamientos es otra. Publicar así es más fácil y es más práctico desde lo financiero también, porque podés conseguir apoyo para el siguiente proyecto.
–¿Cuál fue el último lugar al que viajó para este proyecto?
–Estuve en Guatemala recientemente, fue el último viaje. No estoy segura de cuál será el próximo lugar. Me gustaría ir a Nigeria, porque hay una chica ahora que está siendo sometida a juicio por matar a su marido. Creo que es una historia importante. Hay temas también en los campos de refugiados sirios. Hay un montón de aspectos todavía que quiero trabajar en este proyecto.
–¿Se mantiene en contacto con algunas de estas chicas?
–Este año visité a Destaye, la chica de Etiopía, que tiene 17 o 18 ahora. Ella se casó a los 11, estuve en su boda. Tiene dos hijos. La visité tres veces desde que se casó. Vio todas las fotos, su marido también.
–¿Y qué dicen de las fotos, del proyecto?
–Bueno, es su realidad. Dicen “ok, lindas fotos”. Y tienen un álbum que mantienen en muy buenas condiciones. Entienden el proyecto y dicen “esta es nuestra boda”. Y ella ahora lo quiere a él. En esa situación, algunos hombres son mejores que otros. Algunos de ellos sí se enamoran, creo que eso pasa aun en matrimonios arreglados, al cabo de un tiempo en algunos de ellos hay amor. Y él, en este caso, es realmente un buen tipo. El la respeta y ella sabe que en algún punto tuvo suerte, porque a pesar de haber sido casada a los 11, se casó con alguien de muy alta moral. El ya era sacerdote, así que le preocupaba especialmente el aspecto moral. No creo que sea la situación en todos los casos. Creo que en los casos en que los varones también son jóvenes, las chicas son más sus pares. Estuve nuevamente en Nepal este año y visité a una pareja casada hace 7 años. Y la pareja se llevó muy bien, congenió, pero ella tenía 12 y él 14. Así que educaron a sus hijos juntos y fueron responsables por sí mismos. Las chicas suelen ser alejadas de sus familias, y los padres de él murieron, así que fue una pequeña pareja de adultos. Voy a seguir trabajando en esto, porque la gente está prestando atención ahora, así que es buen momento para continuar.
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