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“Operación Libertad Iraquí”
Por Claudio Uriarte
Un apologista de la administración Bush podría argumentar que la multiplicación de atentados de los últimos días en Irak ilustra los problemas –y las paradojas– de la libertad. Y no le faltaría su cuota de paradójicos argumentos a favor –aunque la premisa sea una falsa petición de principio–. Un ataque con cohetes contra el hotel símbolo de la ocupación, donde para colmo en ese momento se alojaba Paul Wolfowitz, número 2 del Pentágono, el domingo; cuatro ataques casi simultáneos contra la Cruz Roja y comisarías de Bagdad, el lunes; la voladura de un tanque M1 Abrams y la muerte de dos de sus tripulantes, el miércoles... Decididamente, con Saddam Hussein estas cosas no pasaban. Pero no porque el pueblo estuviera unido detrás de su líder –que rutinariamente era “confirmado” con un 99,5 por ciento de los votos–. Las fuerzas de ocupación han fracasado en hallar cualquiera de las “armas de destrucción masiva” que fueron la justificación de la invasión, pero en cambio desenterraron decenas de fosas comunes con miles de calaveras y huesos surtidos, de viejos oponentes al régimen. Bajo una tiranía, la protesta es difícil, y ni qué decir de los atentados.
Pero el apologista de Bush tendría problemas para redondear su argumento. Porque lo que se ha instalado en Irak se parece menos a la libertad que a la anarquía. Para entenderlo, es útil rastrear el desarrollo de la operación. Las armas de destrucción masiva y los presuntos vínculos de Saddam con Al-Qaida fueron sólo su pretexto argumental, difícilmente verosímil para una superpotencia que considera oficialmente como “aliado” a un proliferador nuclear y protector de Osama bin Laden como Pakistán, y que rutinariamente hace transas con un Estado chantajista y hostil como Corea del Norte. Pero el verdadero objetivo era más ambicioso. Se trataba de remodelar Irak a la medida del “sueño americano”, sus corporaciones y la democracia de mercado, tal como se hizo desde 1945 con Alemania y Japón. Irak fue elegido porque parecía reunir las condiciones requeridas de riquezas naturales, educación y laicidad. De allí, habría un efecto de contagio en todo el mundo árabe –donde, por cierto, no existe un solo régimen que pueda ser remotamente calificado como democrático–. Pero Irak carecía de la coherencia cultural, religiosa y étnica de Alemania y Japón. A medida que los okupas asentaban su dominio, se hacía cada vez más claro que era un típico diseño poscolonial y arbitrario, con una minoría kurda en el norte que aspira a una nación independiente con fragmentos de las limítrofes Siria, Irán y Turquía, una minoría musulmana sunnita más bien ligada a Siria –y desde la cual provienen hasta ahora la mayoría de los ataques– y una mayoría chiíta naturalmente simpatizante de Irán, y cuya primera manifestación bajo la “libertad” americana consistió en peregrinar flagelándose los cuerpos hacia su ciudad santa en Karbala.
La operación estadounidense, que no casualmente se llamó “libertad iraquí”, quedó, en estas condiciones, descolocada. Fue una ocupación en extensión, pero no en profundidad. Estados Unidos no se comportó como la típica potencia de ocupación colonial –al estilo de, por ejemplo, Francia en Argelia–. Pero tampoco había nadie con quien fabricar una democracia –a no ser que se considere como tales a los fracasados y aventureros que integran el llamado “Consejo Provisional Iraquí”–. Adicionalmente, cometieron el error de disolver el ejército, y así arrojar a las calles a 350.000 hombres entrenados en el uso de armamento, y cuyos destinos más lógicos eran la delincuencia, la resistencia o una combinación de armas. Así se llegó a la extraña situación actual, en que las fuerzas norteamericanas se albergan detrás de muros altamente fortificados –para evitar un desastre como el ataque suicida que barrió del mapa a más de 240 marines en Líbano en 1982– mientras sus soldados caen en las calles en un goteo incesante.
En este contexto, el fantasma de Al-Qaida parece haberse finalmente materializado. La sincronicidad e indiscriminación de los ataques del lunes (la mayoría de los muertos fueron iraquíes) llevan su sello. Las pistas apuntan a Ansar el Islam, un grupo muy bien entrenado y motivado con base cerca de la frontera norte con Irán. Esto, por cierto, ni empieza a compararse con Vietnam, donde había días de 100 muertos norteamericanos, y meses de 3000. También es cierto que las ocupaciones de Alemania y Japón duraron cinco años y ésta lleva sólo seis meses. Pero la relación de costo-beneficio no es clara: ésta es la única “ocupación colonial” donde la potencia debe pagar cada vez más por estar allí. Sin embargo, la posibilidad de un retiro significa, casi seguramente, un vacío de poder, una guerra civil, y la posibilidad de un desmembramiento del país.