Jueves, 12 de noviembre de 2015 | Hoy
EL MUNDO › COMO UN PRODUCTO PERECEDERO, LEVY PARECE TENER FECHA DE VENCIMIENTO
Con una soltura sorprendente, y dejando claro que actuaba debidamente autorizado por Lula, Henrique Meirelles empezó a intensificar sus encuentros y reuniones con líderes políticos, empresariales y del mercado financiero.
Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
Cuando abrieron los mercados de cambio, el dólar empezó a bajar. Alrededor del mediodía de ayer, había bajado 2 por ciento con relación al cierre de la jornada anterior. Corrían rumores y especulaciones reforzando lo que empezó a circular desde hace algunos días por pasillos muy destacados en Brasilia: el ministro de Hacienda Joaquim Levy sería sustituido por Henrique Meirelles, quien presidió el Banco Central a lo largo de los ocho años de los dos mandatos de Lula da Silva.
Al final de la tarde los rumores habían perdido fuerza, y el dólar se recuperó frente al real, cerrando con una baja de 0,55 por ciento. Solamente entonces los tan mencionados “agentes del mercado”, a quienes siempre recurre la prensa más apresurada, surgieron con otras explicaciones: además del rumor de la supuesta llegada de Meirelles para ocupar el sillón de un cada vez más desacreditado Levy, se debería llevar en cuenta el feriado bursátil en Estados Unidos y la falta de liquidez en el mercado brasileño. ¿Qué tenía la noticia de la salida de Levy y la llegada de Meirelles a ver con el brusco bajón del dólar frente al real?
Técnicamente –si se puede hablar de algo técnico en un campo donde la especulación suele primar sobre cualquier otra cosa–, nada. Políticamente, mucho: sería una prueba más del descrédito en que cayó el ex funcionario de segundo escalón que Dilma Rousseff pescó en la banca privada para conducir la política económica de su segundo mandato. Y no se puede decir que lo hizo a falta de alguien mejor: ha sido otra de sus decisiones personalísimas, sin consultar a nadie fuera de su restricto y frecuentemente desastrado círculo íntimo. Lula, por ejemplo, siempre insistió que Henrique Meirelles era un nombre de mucho más peso junto al mercado financiero y al empresariado, además de tener un tránsito en los medios políticos que Levy siquiera en sus mejores sueños imaginó tener alguna vez.
Levy llegó al gobierno con propuestas frontalmente contrarias no sólo a todo lo que Dilma anunció en la campaña que la llevó a la reelección, sino que a todo lo que el PT defendió a lo largo de toda su historia. Es bien verdad que, cuando asumió la presidencia en 2003, Lula da Silva también adoptó una política económica que contrariaba lo que su partido pregonaba. Pero una cosa es Lula y otra, muy distinta, Dilma. Lula gobernó bajo una política económica que básicamente seguía la de su antecesor, Fernando Henrique Cardoso, pero la usó para impulsar su proyecto de crecimiento de la economía como factor primordial de cambios sociales. Además, Lula dialoga, es un seductor. Dilma Rousseff, a lo largo de sus cinco años en la presidencia, mostró una capacidad de diálogo muy parecida a la de una lechuga. O mejor: de un cactus. Porque, además de no oír, puede lastimar los inadvertidos que se acercan demasiado.
Levy no logró implantar su política de ajustes que los adversarios decían que provocaría inflación, fuerte recesión, desempleo y otros daños. El Congreso nacional, en una legislatura que es la más retrógrada e irresponsable en los 30 años desde la retomada de la democracia, es responsable por parte esencial del cuadro que el país enfrenta. Mientras tanto, los brasileños padecen inflación, fuerte recesión, desempleo, programas sociales sufrirán recortes significativos. ¿Y qué hace Levy? Sigue trabajando 18 horas por día, pero sin avanzar un mísero milímetro en sus anuncios. Ayer quedó más fortalecida aún la imagen de un ministro que, como ciertos productos perecederos, está por romper su plazo de validez.
¿Y Henrique Meirelles? Bueno, hay dos observaciones que conviene tener en cuenta. Primero: las relaciones personales de Dilma y Meirelles a veces se dan en un plano de formal cordialidad. A veces: en situaciones normales, ella lo detesta y él la desprecia. Cada vez, desde la reelección, que Dilma oyó fuertes y directos pedidos de Lula para tenerlo como ministro de Hacienda, reaccionó de manera tajante.
¿Algo cambió a lo largo de los once primeros y paralíticos meses de su segundo mandato? Con relación a los sentimientos mutuos, nada indica que sí. Con relación al cuadro vivido por el país, seguramente. Lo que se comenta en Brasilia es que, desde que logró plantar a dos hombres de su confianza en puestos clave del gobierno –Jacques Wagner en la Jefatura de Gabinete y Ricardo Berzoini en la Secretaría General de la Presidencia–, Lula concentró su bombardeo para tener a Meirelles en Hacienda. Con una soltura sorprendente, y dejando claro que actuaba debidamente autorizado por Lula, Meirelles empezó a intensificar sus encuentros y reuniones con líderes políticos, empresariales y del mercado financiero. Primero, de manera discreta. Luego, actuando muy explícitamente. Todo eso, en dos semanas.
Hace tres días, Lula comentó con un interlocutor que “la reacción de Dilma mejoró mucho: ahora, dice que Meirelles no le gusta para nada. Antes, siquiera admitía oír su nombre”. Dejando a un lado el característico y ágil humor de Lula, esa frase es un claro recado al mundo político. Algo es algo.
Asesores y analistas acostumbrados a las costuras de Lula en el tejido de la política dicen que una acosada y debilitada Dilma no tendrá otra opción que promover el cambio en Hacienda. Lula defiende que mientras la política económica siga girando alrededor de un solo eje –el ajuste–, el país no saldrá de la crisis en que se encuentra. O se impone una política económica capaz de crear crecimiento, o en 2018 él, Dilma y el PT serán barridos del mapa.
Nadie dice que el respaldo y la fianza que Lula ofrece a Dilma –la verdad es que son sus últimos bastiones– están condicionados a un cambio drástico en la política económica y en el discurso dirigido al país. Nadie lo dice pero todos están seguros de que así será.
Meirelles, a su vez, siempre se mostró un jugador tan precavido como osado: no juega para perder. Si acaso le llega la invitación que, hoy por hoy, parece inevitable, impondrá condiciones. Una de ellas –y la más esencial– es que Dilma le dé total libertad de acción.
Mientras nada de concreto ocurre, el mercado financiero, sacrosanta entidad, sigue practicando su deporte favorito: especular, especular, especular.
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