EL MUNDO › QUE DICEN Y PIENSAN LOS HABITANTES DE LA ZONA MAS RESISTENTE A EE.UU.
Vivir y morir en el triángulo sunnita
El llamado “triángulo sunnita”, entre las ciudades de Bagdad, Ramadi y Faluja, es el centro duro de la resistencia contra la ocupación angloestadounidense de Irak. En esta crónica, una periodista da cuenta del clima de sublevación popular y guerrillera en la zona.
Por Angeles Espinosa *
Desde Jaldiya
La patrulla militar estadounidense trae un nuevo cadáver a la comisaría de policía de Jaldiya. Un nuevo motivo de ira para su población y un nuevo problema para los agentes, que saben que la tribu del difunto va a pedir venganza. Es la rutina diaria. Un círculo infernal en el que están atrapadas las tropas norteamericanas no sólo en esta polvorienta localidad a 70 kilómetros al oeste de Bagdad, sino en toda la región circundante, dentro del llamado triángulo sunnita. Esta es la zona de Irak donde a los soldados de EE.UU. los perciben como fuerzas de ocupación que deben ser expulsadas y donde las víctimas americanas se celebran coreando “Alá-u-akbar!” (“¡Dios es el más grande!”).
“La reacción contra los estadounidenses tras la ocupación es normal”, admite el jeque Fanar. “Hemos perdido la seguridad y tratan mal a la gente; se comportan como el régimen anterior.” Fanar al Jarbitt es uno de los notables de Jaldiya. Como la mayoría en esta región, un Duleimi, un miembro de una de las tribus más importantes de Irak –un millón de personas– y que fue uno de los pilares en que se sustentó el régimen de Saddam Hussein. “Olvídese de Saddam; se ha acabado, nadie lo quiere”, asegura Fanar, que no tiene empacho en presentar una imagen heroica de la resistencia. “Hay de todas las edades, jóvenes y viejos, y cuando se pide ayuda a una mujer, responde como las palestinas, atándose una bomba para defender la unidad de Irak y del Islam, aunque también se han unido cristianos a los muyahidines.” Además, acepta que se han sumado “algunos árabes que vinieron antes de la guerra o que residían en Irak”.
“Hasta ahora, ni el Baaz ni las tribus han ofrecido verdadera resistencia, apenas un 3 por ciento de la población actúa en contra de los ocupantes y ya ve el daño que les están causando”, subraya. “Lo que tienen que hacer (los estadounidenses) es convocar elecciones rápidamente y permitir que se presente el Baaz, porque, si no, jamás dejarán de ser objetivo mientras estén en Irak”, advierte. “Trece millones y medio de iraquíes son baazistas; eso es la mitad de la población”, defiende. “Si se impide que participen en las elecciones, continuará la inseguridad”, añade, convencido de que lo peor está por venir.
La retahíla de agravios es larga. “EE.UU. no tiene otra política que la de la fuerza”, se duele. “Ha habido tantos incidentes que ya hemos perdido la cuenta”, responde, cuando se le pide que dé ejemplos.
El último se ha producido de madrugada en la aldea de Abu Fleish, un barrio de Jaldiya, justo al otro lado del puente que cruza el Eufrates. Una vez más, los militares han asaltado una casa en la que consideraban que había sospechosos y el enfrentamiento ha causado un muerto y tres heridos. Los soldados dejan el cadáver en la comisaría. Fuera, varios montan guardia con el dedo en el gatillo y el seguro quitado. Uno de ellos fuma despreocupado.
“Existe una gran distancia entre la población y las fuerzas estadounidenses”, admite el teniente Jalef, a cargo del retén cuando llega el cuerpo. Este joven suboficial, sinceramente preocupado por la situación, no cree que la última ofensiva emprendida por los militares vaya a arreglar las cosas sino todo lo contrario: “La distancia se hace cada vez mayor porque están presionando a la ciudad más y más”.
“Los americanos quieren que la policía iraquí vaya con ellos y detenga a la gente que llaman terroristas”, explica, indignado, Yalal Mohamed, uno de los 20 miembros del consejo municipal establecido por los norteamericanos, mientras el teniente Jalef asiente. El, como el resto del millar de agentes de Jaldiya, ha sido colocado por los ocupantes en esta comisaría y está dispuesto a trabajar para mantener la ley y el orden en la ciudad, pero “actuar de escudo humano para los militares” es otra cosa. “Luego vienen aquí las familias de los que matan clamando venganza”, explica. Antes de que suceda, deciden trasladar el cadáver a una mezquita vecina.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.